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«Abuelo, ¿dónde está España?».

España, la de los locos afanes, la enamorada de un ideal infinito y una divina esperanza; España, la carabela sedienta de lontananzas, la lanza erguida hasta el cielo desde el llano de la Mancha; España la indominable, España la empecinada... ¿Qué fue de tanta grandeza, mi nieto, mi nieto? ¿Dónde está España?


Publicado en junio de 2020, recuperado para ser nuevamente publicado en mayo de 2024. Solicita recibir el boletín semanal de LRP.

«Abuelo ¿Dónde está España?»

No es la primera vez que en este mismo medio cito al poeta comunista José Antonio Balbontín. Lo hago de nuevo porque, bajo ese título, recoge en su Romancero del pueblo, este diálogo entre un nieto y su abuelo:

«El nietecillo pregunta, con un dedo sobre el mapa, llenos de fuego los ojos: —Abuelo, ¿dónde está España? El anciano romancero, que luchó en la barricada por España y por la Idea en otra edad ya lejana, con la mirada transida de una doliente nostalgia, rumorea la pregunta del niño: ¿Dónde está España?

España, la de los locos afanes, la enamorada de un ideal infinito y una divina esperanza; España, la carabela sedienta de lontananzas, la lanza erguida hasta el cielo desde el llano de la Mancha; España la indominable, España la empecinada... ¿Qué fue de tanta grandeza, mi nieto, mi nieto? ¿Dónde está España?

¡Comuneros de Castilla! ¡Hijosdalgo de Navarra! ¡Marinos de Extremadura! ¡Guerrilleros de Cantabria! ¡Cantones de Andalucía! ¡Libres naves catalanas! ¡Justicias del Aragón antiguo! ¿Dónde está España? España ha muerto, hijo mío; no la busques en el mapa.

Reyes de baja ralea, y obispos de mala saña, y ejércitos pretorianos, y aristócratas sin alma, como una banda de buitres la sangraron a mansalva. Mi nieto: España está muerta; nadie podrá levantarla. No lograron revivirla, con todas sus artes sabias, ni las diatribas de Costa ni el desaliento de Larra. España yace sin pulso sobre la estepa agostada.

Alzando la cara el nieto con un escorzo de raza, dijo cerrando los puños: —¡No quiero que muera España! Y el abuelo como el padre del Cid en la vieja fábula, prorrumpe con un sollozo feliz —¡Hijo de mi entraña! Tu enojo me desenoja y tu indignación me agrada.

España vive de nuevo y nadie podrá matarla. España alienta y renace, como una mística llama, en la ilusión de tus ojos y en el calor de tu alma».

Esta España a la que los nacionalismos están conduciendo a la época de los reinos de taifas porque España está de nuevo en cuestión. «Antes que nada está la unidad de España», decía, desde su exilio de Buenos Aires, un egregio anciano, Sánchez Albornoz que se batía en defensa de la verdad histórica.

La España de Isabel la Católica, la mujer que introdujo a Castilla en la modernidad política y vislumbró una gran nación; la España de santa Teresa de Jesús, fundadora de la Orden de Carmelitas rama de la Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo, mística y escritora española que sería, proclamada doctora de la Iglesia en 1970 por el papa Pablo VI; la España de Rodrigo Díaz de Vivar El Cid Campeador, líder militar castellano que llegó a dominar al frente de su propia mesnada el Levante de la península ibérica a finales del siglo XI; la España de Alfonso X el Sabio, rey de Castilla y León, que patrocinó, supervisó y, a menudo, participó con su propia escritura, y en colaboración con un conjunto de intelectuales latinos, hebreos e islámico en la composición de una ingente obra literaria que inicia en buena medida la prosa en castellano. Y la España de tantos hombres y mujeres, Cervantes, Agustina de Aragón, que gestaron la de hoy y no la de tantos disparates,como por ejemplo: la nación de naciones que pretenden otros dementes de esta vieja España.

«Dios mío, ¿qué es España?», preguntaba, con cierta retórica amarga, Ortega y Gasset en sus Meditaciones del Quijote,y que al mismo tiempo, añadía:

«En la anchura del orbe, en medio de las razas innumerables, perdida en el ayer ilimitado y el mañana sin fin, bajo la frialdad inmensa y cósmica del parpadeo astral, ¿qué es esta España, este promontorio espiritual de Europa, esta como proa del alma continental».

Y volvía sobre lo mismo: «¿Dónde está, decidme una palabra clara, una sola palabra que pueda satisfacer a un corazón honrado y una mente delicada, una palabra que alumbre el destino de España? ¡Desdichada la raza que no hace un alto en la encrucijada antes de proseguir su ruta que no se hacen un problema de su propia intimidad; que no siente la heroica necesidad de justificar su destino, de volcar claridades sobre su misión en la historia!».

Por su parte, Gustavo Bueno, a quien tuve la suerte de escuchar muchas veces, escribía en la revista El Basilisco que «si hubiera que reducir a una fórmula lo que pueda ser España en cuanto plataforma que "ha resistido" a la caída del Imperio mismo que la conformó, me atrevería a decir lo siguiente:

...que España no es una mera reliquia del pretérito, ni siquiera una reliquia, reanimada por fin como nación, que ha podido reconquistar al menos la condición de miembro de número en un club de naciones canónicas. En cuanto efecto de su pretérito, no se reconocería como tal en esa forma de ser. Acaso porque España no tenga por qué ser definida como un modo de ser característico; sino que más bien habría que ensayar su definición como un modo de estar. Un modo de estar que haríamos consistir no tanto en una tendencia a encerrarse o plegarse sobre sí misma (tratando de extraer la verdad de su sustancia o de su pretérito) sino en mirar constantemente al exterior, a todo el mundo, a fin de conocerlo, asimilarlo, digerirlo o expeler lo que sea necesario para seguir manteniendo ese su "modo de estar". Un modo de estar que no descarta el «estar a la espera» de que se presente una ocasión cualquiera de intervenir en el mundo de un modo digno de ser inscrito en la Historia Universal

Quiero recordar, para terminar el artículo, estos versos de Antonio Machado, que también hablan de España:

¡Qué importa un día!
Está el ayer alerto
al mañana, mañana al infinito,
¡hombres de España: ni el pasado ha muerto,
ni está el mañana —ni el ayer— escrito!