Razones y argumentos

Esencia, destino, existencia y realidad de la patria

La patria, esa empresa común, esa unidad de destino, con todos sus defectos humanos, y con esa tremenda carga potencial que día a día se acrecienta en la aportación de todos los ciudadanos en busca del bien común.


Autor.- José Luis Díez. Artículo publicado en Cuadernos de Encuentro, núm. 147, de Invierno de 2021/22. Ver portada de Cuadernos en La Razón de la Proa (LRP). Recibir el boletín semanal de LRP.

Esencia, destino, existencia y realidad de la patria


No es necesario demostrar los predicamentos patrios, ya que, como ente, y cualquier naturaleza es esencialmente ente, se resuelven en todas las concepciones sin añadir nada como naturaleza extraña, sino en cuanto que dice un modo, una modificación de ella misma que su nombre no expresa. Ahora bien, si esa modificación se dice de cada patria en sí misma, tal modo afirma o niega algo de todo su ser, pero nada se afirma absolutamente de esa patria, sino lo que esa patria «es», su naturaleza o lo que normalmente se llama «cosa» (res), que en la terminología ontológica se conoce por esencia, aquello por lo cual un ser es lo que es; y en nuestro caso, la esencia de nuestra patria es aquello por lo cual su ser se constituye en Patria española diferente a las demás.

La esencia de la patria no es un ideal, porque existe fuera de nuestra mente, individual y concretamente de forma universal, sin despojarse de sus notas indivisibles, necesarias, inmutables e inmortales. La esencia de nuestra patria está injertada en el tronco de su vieja historia y vivificada día a día por su savia… Continuar la trayectoria espiritual de su ser, es andar el camino marcado por los siglos pasados para alcanzar el presagio de su destino futuro.

Destino quizás el más alto que jamás haya alcanzado patria alguna, y que fue definido por Ramiro de Maeztu como «la colaboración con Dios en la salvación de las almas»; definición magistral y propia de un mártir que supo entregar su vida por Dios y por la Patria, quien antes de ser fusilado dio su última lección a sus asesinos, afirmándoles: «¡Vosotros no sabéis por qué me matáis! ¡Yo sí sé por qué muero: porque vuestros hijos sean mejores que vosotros!».

Algunos librepensadores, de mentes enanas, argumentarán que ese destino es demasiado alto para una patria tan pequeña, y nos preguntan incluso ¿a qué mezclar a Dios –si existiera– con algo cuya existencia también es más que dudosa?

A tales pseudointelectuales les trascribo las palabras de otro mártir que ha pasado toda su vida estudiando y escribiendo la historia y el destino de España; «Tenían los españoles del siglo XVI –dice– el convencimiento pleno de que la España había sido escogida por la Providencia divina en el plan histórico de la humanidad, para colocar al mundo entero bajo su cetro, y así poder mantener en todo él la Unidad Católica, supremo ideal del fruto de la redención […] España era el pueblo escogido por Dios para el mantenimiento del catolicismo en Europa y para su implantación en los países nuevamente conquistados» Así habló el P. Zacarías G. Villada.

Por si acaso hay quien persiste aún en que es un destino demasiado elevado, le ruego lea o relea una vez más a Menéndez Pelayo, a Donoso Cortés, o a Aparisi y Guijarro, o a los Nocedal –Cándido y Ramón–, Rafael Gambra Ciudad, Manuel de Santa Cruz (Alberto Ruiz de Galarreta), por no citar sino a algunos de los más destacados representantes de la España eterna, que vale tanto como decir católica.

Cuando nos encontramos en la encrucijada y en la incertidumbre de las inquietudes que marcan el acontecer actual de nuestra patria y nos preguntamos sobre el rumbo que ha de seguir España, hemos de contestarnos con la certidumbre de que la orientación de nuestra patria está marcada, y no por un hombre, ni por un gobierno, ni por los partidos políticos, sino que está señalada por la historia de nuestra unidad católica: solamente hemos de asomarnos a ella para caminar en su rumbo y descubrir los siglos de nuestra espiritualidad y grandeza pasada que son el índice que marca la ruta de un porvenir glorioso.

¿Quiere decir esto que hay que volver atrás, desandando el camino recorrido en los últimos tiempos, para colocarnos en el punto aquel en que nos encontrábamos el 6 de diciembre de 1978? De ninguna manera, no; hay que rectificar, pero no retroceder. El tiempo no tiene retroceso ni estancamiento, es como un río, sin marcha atrás, pero al que se le puede corregir su curso.

En su marcha laicista «aconfesional» durante esos últimos años han ocurrido muchas cosas –traiciones, entregas, rupturas, revoluciones religiosas y sociales, fracasos, desuniones, desarrollo de teorías globalizas, sistemas y tácticas sublimadas–, qué han modificado la mentalidad católica de nuestros pueblos, y por ende el ser de la patria, otrora unida entrañablemente, y que ha sido herido con intentonas separatistas de roturas latentes que acusan situaciones recientes, cuyo motivo aún no solo no han desaparecido sino que son consentidas.

El destino de España no ha cambiado: lo que sí ha cambiado han sido las circunstancias en que éste se ha de realizar. Pero las circunstancias no están para aceptarlas sino para vencerlas, alumbrando con nuestra espiritualidad a restablecer el destino de la patria, que, aunque disimulado o escondido sigue presente como una de las cuestiones de más peso en nuestras vidas.

Hemos de dar base y nervio espiritual a ese anhelo vehemente que los pueblos sienten de patriotismo que remedie las minúsculas divisiones con que tratan de destrozar a la patria, en estos últimos tiempos: divulgando y proclamando la existencia de ese destino común espiritual, de mejor condición y más duradero que este otro de la materia, al que la civilización relativista reduce la vida y las actividades humanas al efímero fin de vivir pendiente de las cuentas bancarias, de los vaivenes de la política o de las exigencias del estómago o la bragueta. Convenzamos a nuestros semejantes inmersos, en las modernas sociedades, de que el hombre es para algo más que para pasarse el día sin un acomodo digno, envejeciendo sin futuro y en definitiva inconsciente fundamentalmente del destino de España.

Nuestra patria tiene su esencia y su destino, y ella lo realizará con nuestro afán incansable de producir y comunicar espiritualidad al mundo, como corresponde a nuestra historia y hasta por nuestro carácter racial. Y es ese destino es el que reclama con urgencia y como suma necesitad no solo España sino el mundo entero, porque se han ensayado, ya sin resultado positivo, en esos años democráticos, todas las demás soluciones: el utilitarismo inglés, la mecánica norteamericana, la ciencia y costumbres francesas, la filosofía alemana, el devenir ruso, la vida regalada de la política improductiva… Y la solución única a la que se ha de volver es a la espiritualidad, y con el ornamento que la compete se nos dará por añadidura todo lo demás.

Eso es lo que da sentido al resurgimiento español: un sentido que está ratificado, y de una manera clara e irrevocable, que no admite rectificación, primeramente, por la sangre que fecunda nuestro suelo de tantos héroes como cayeron en el campo de batalla y de tantos mártires como fueron sacrificados por defender esos ideales del espiritualismo universalista de España; y, en segundo lugar, por la actitud de nuestros enemigos. Porque nuestra orientación ha de ser lo contrario de lo que éstos piensan, quieren y hacen. Si ellos piensan que la vida no es más que un problema económico, nuestra obra ha de ser elevarlo a categoría de problema espiritual y trascendental; si ellos quieren borrar la idea de Dios quemando altares, destruyendo templos y profanando imágenes, el destino de España ha de ser llevar a Jesucristo, como rey universal, hasta el centro mismo de los pueblos para que él presida y oriente no solo nuestros corazones, sino todas las familias, los pueblos y las naciones; si ellos abrieron bárbaramente el vientre a las doncellas para, matar en su origen la familia y el hogar, la labor de España, entre otras, ha de ser rodear a la mujer de todas las consideraciones que reclama su dignidad, facilitándole el cumplimiento de su trascendente oficio de esposa y de madre.

Y se logrará reconquistando la catolicidad del Estado con los procedimientos del siglo XXI. Todo esto no lo digo yo, sino os lo dicen mis más ilustres compatriotas, por lo que podemos deducir que el destino de la patria es la unidad católica para la defensa y propagación de la fe otra vez en el mundo, como cuando antaño la mayor gloria de España fue el influjo que tuvo el establecimiento de la fe católica.

Quienes acepten este hermoso destino de la Patria comprenderán cómo el Sagrado Corazón de Jesús pudo prometer al P. Hoyos aquella gran promesa: «Reinaré en España y con más veneración que en otras naciones…». Y así poniendo su fe en el obrar y convencidos de que Dios ha escogido a España para poner un dique a la apostasía oficial de las naciones y para ser el paladín del Estado católico contra la apostasía oficial, comiencen a unirse a los grupos de seglares católicos que, en lucha permanente y si tregua, intentamos la reconquista del Estado católico perdido oficialmente en 1978.

Gracias te doy patria, por haberme dado un título gratuito, un título que poseo sin la pérdida de energía que supone el esfuerzo de conseguirlo. Gracias por el regalo de ser español, gracias por haberme dado parte de tu ser y coger parte del mío. Gracias porque tus características esenciales han hecho feliz al hombre que soy, y lo que es más importante, Patria, has hecho que mis palabras no osen ofenderte, porque es como si hubieses puesto un juez en mi interior que les da luz verde. Pon también, por añadidura, en mis escritos ese espíritu patriótico, para que pueda expresar cuanto te agrade. Porque yo ¿qué sé yo de ti que no me hayas enseñado y mostrado en tu excelsa historia?

Tú eres ¡oh Patria! una y distinta, luminaria esplendorosa que se percibe única y diferente como se siente que las estrellas precisan de la noche. Cuando miro al firmamento, una congoja me invade y mi alma siente la añoranza como nostalgia provocada por la ausencia. Solo sé que eres, apenas si te conozco y paradójicamente te amo.

Patria, también sé que eres idéntica a ti misma, equivalente a esa proporción que nos invita a identificarnos contigo, en esa atracción permanente, impregnada de amor que estimula a amarte con perseverancia, mientras tú, derramando tu misma identidad solamente nos sales al encuentro para absorbernos y empañarnos de tu propio amor patrio, porque quien verdaderamente hace patriotismo no nos engañemos, eres tú, Patria mía. Y es precisamente tu misma identidad la que sale a nuestro encuentro, aunque te volvamos la espalda y te defraudemos, puesto que precisamente ese buscarnos con firme insistencia es propio de tu misma identidad.

Por último, sé que lo visible es sólo una parte de lo real y que tú eres cognoscible porque tienes en tu entraña esa verdad patriótica que todos pueden y deben conocer. Y así cuanto más te conozcan, cuanto más se aperciban de tu verdad mayor será en amor que sentirán los que, orgullosos de ese patriotismo, como más adelante veremos, proclamen con sus actos que, como versaba Emilio Romero, «no hay otra patria mejor que nuestra patria, ni credo mejor que nuestro credo, ni pueblo mejor que nuestro pueblo, a no ser que sea más azul y luminoso su cielo», y porque al igual que todo hijo ama a su madre, todo bien nacido ama a su patria, y yo como español (me atrevo a hablar en nombre de todos los hombres de España) amo a la mía con un amor como el de ningún otro hombre, porque España es quizá la mejor de las patrias, porque España tiene una historia como no la tiene ninguna. La historia España es única en el mundo. Y porque España ha sido y es para Dios.

Llevo, Patria, escribiendo un tiempo y sin embargo no he dicho nada. Quizá haya dicho algo. Quisiera escribir algo tan importante que, para el que lo leyera, fuera fuente de credibilidad. Escribir algo de la sublimidad de tu ser, que los lleve a ti, para que les hagas nacer en sus ojos tus grandezas. ¿Qué escribir para sensibilizar el alma? Me siento incapaz, ¡Oh, Patria!, pero quiero hacer algo por mis compatriotas, porque ¿qué mejor cosa podría hacer que llevarlos a tu amor, para que sintiéndose amados por ti ensalcen tus grandezas? Quisiera decirles: ¡Creed!, pero eso no es suficiente. También podría apuntarles diciendo: Abrid vuestros corazones, vuestras mentes, vuestros espíritus, pero tampoco sé si eso sería suficiente para el encuentro con tu ser, solamente podría asegurarles que no hay encuentro igual. Y cuando esto ocurra sabrían lo mucho que aún debemos hacer por ti para que sigas siendo la que eres, muy a pesar de la antipatria generadora de ruina, quimera, animadversión y destrucción intentando en cada acto tú pasas al no ser, a la nada.

Mi fe de español en la patria, no es sensiblera ni produce dudas al dejar de sentir, llegando incluso a la seguridad cuando los ojos limpios del espíritu dejan y abandonan su identificación con el ser de la patria, pues España es un ser real, permanente e inmortal, que regala maternidad. Pero existen otros «paisanos», nacidos en esta piel de toro que tienen dudas de tu existir y sobre todo de tu ser. ¿Cómo disipar las dudas de quienes te representan como una entelequia, una ficción, una irrealidad y un ensueño? Podrán inventar muchas banalidades, imaginar las más audaces trivialidades, incluso conjeturar las sutilezas más disparatas con la agudeza absurda de imputarte el mal, el dolor y la nada; porque el odio es ciego y, aunque tenga ojos, no ve más que tierra y materia. Ahora bien, a pesar de pretender anular y despojar de tu ser todas las características que te hacen diferentes de las demás, para que llegues al no ser, jamás podrán, por mucho que se empeñen, en ocultar la existencia de tu ser. Y ¿por qué? Porque España no solo brilla con su luz propia, con esa luz del ámbito de su ser, que se ve desde lo alto de su cielo puro y azul hasta el más recóndito y escondido paisaje de su geografía, sino porque también los que, odiándote hasta el extremo de negarte y pretender aniquilarte, tratan por todos los medios de desautorizar, anular, suspender y silenciar cualquier prueba de tu existencia, no se dan cuenta de que es exactamente su odio a España es la prueba concluyente que con más fuerza reafirma tu existencia, ya que no se puede odiar lo que no existe.

¡Siempre y tras las nubes sale el sol! Tú eres España, la patria del sol, tan real como tu propia esencia en el existir diario de tu acontecer histórico.

Podría diluirme contando mucho y largo de tus epopeyas para convencer a los detractores. ¿Verdad, Patria mía? Pero prefiero adentrarme en el alma de tu ser, donde conservas la historia más grande jamás igualada, una historia henchida de hechos heroicos, de magnas hazañas y de sucesos grandiosos. Puede afirmarse que su relato es una épica constante, una epopeya ininterrumpida, miles de veces en el restallar de sus armas y miles de veces, también, en el latir de los corazones por nobles causas y por la fe de Cristo, que es orgullo hispano y es sublimidad de nuestra raza. Y, además, es en donde, enraizada a ella, se encuentra la respuesta de tu amor maternal a todos los que te repudian, te desprecian, te relegan y te abandonan desarraigados como mendigos fracasados por su traición, su perjura y su infamia.

Es precisamente en tu corazón donde radica ese acontecer efervescente y encendido que prende el patriotismo de cuantos acuden a ti peguntándote ¿Quién eres? Y tú das por respuesta la sencillez de tu verdad íntima:

«Soy la que existe y tiene algo de Dios por la inmensidad de su amor, un poco de ángel por la incansable solicitud de sus cuidados; una mujer por la capacidad de sumisión y entrega, que tiene los años precisos con la energía de una joven cuando ha de trabajar y la madurez de una anciana si ha de reflexionar. Se llorar, sufrir, comprender, dar y recibir. Mi pobreza radica en que entrego con gusto el tesoro de mi amor incluso a cuantos hieren mi corazón con su ingratitud. Ante el lloro de cualquiera de vosotros tengo el vigor suficiente para revestir mi debilidad de hembra con la bravura de un león. Soporto con dolor amargo el que diariamente se me ignore y se me niegue el saludo, incluso por los que otrora entregué el laurel del honor y de la gloria. También aguanto, pacientemente quebrantada, los desmanes y puñaladas de los que desean suprimirme con el silencio y la omisión, dejando deliberadamente pronunciar mi nombre e intentando usurpar mi ser cambiándolo por una servil sustituta muda, ciega y sorda, que ni es ni puede ser la que yo soy, porque su propio vacío es la negación de mi ser como lo es la carencia, la oscuridad, la banalidad, la trivialidad, la insipidez y la chabacanería quimérica de su propia nada. Soy la que, ocultada oficialmente, siempre aflora auténtica, en los momentos precisos, con la misma raza, identidad y blasones. Español, soy tu madre».

La patria esa empresa común, esa unidad de destino, con todos sus defectos humanos, y con esa tremenda carga potencial que día a día se acrecienta en la aportación de todos los ciudadanos en busca del bien común, de las mayores gestas de justicia y libertad, de orden y paz, de trabajo y bienestar, de unidad permanente entre los hombres y las tierras que formamos esa idea y esa hermosa realidad, cimentada en la mixtura de catolicidad e hispanidad, que se llama España.