Da la impresión de que nunca nos quisimos
Vivir contra el de enfrente no es ideosincrático de los españoles sino consecuencia de haber interiorizado las mentiras que lanzaron sobre nosotros.
Artículo de mayo de 2020, recuperado para ser publicado de nuevo en mayo de 2024. Solicita recibir el boletín semanal de La Razón de la Proa.
Da la impresión de que nunca nos quisimos
Las guerras civiles no formaron parte de la Historia de España hasta el siglo XIX. De ahí en adelante tuvimos hasta cuatro pero antes de aquel siglo, los enfrentamientos fraticidas no alcanzaron a todo el territorio; fueron revueltas locales. Si ahora vivimos rendidos al fatalismo guerracivilista no es porque sea consustancial a nuestra Historia sino por lo que el historiador Alberto G. Ibáñez advierte; nos hemos convertidos en 'hispanobobos'.
Vivir contra el de enfrente no es ideosincrático de los españoles sino consecuencia de haber interiorizado las mentiras que lanzaron sobre nosotros. Por tanto, el único camino para comenzar a abandonar el cainismo patrio es reconocernos en el afecto cotidiano y deshacernos de unos complejos que nos subyugan desde hace demasiado tiempo.
Complejos que, por ejemplo, explican que en el centenario de Pérez Galdós se subraye al cronista de la revolución de los sargentos por encima de su contribución inequívoca al desarrollo político y social de España con sus Episodios nacionales. Una obra en la que se retrata a una aristocracia –la del grumete Gabriel de Araceli– que lo es por su trabajo y no por razón consanguínea.
Resulta completamente inconcebible que una persona como Alberto que hasta hace unos días llevaba gratuitamente en su taxi al personal sanitario que en Madrid se enfrentaba a quemarropa al coronavirus, haya sido agredido por un grupo de extrema izquierda de sus mismos vecinos por participar en una cacerolada. Puede incluso que hasta por familiares directos de los que Alberto con su taxi ayudó a curar. Alberto formaría parte de la aristocracia ejemplar galdosiana.
Desde un ángulo más amplio, ¿acaso no hay sitio suficiente en nuestras ciudades y pueblos para que cada cual se manifieste separadamente y sin molestarse? ¿Hasta qué punto extremo nos hemos perdido el respeto en esta sociedad del tuteo? Da la impresión de que nunca hemos sido capaces de respetarnos por encima de las banderías –que no son sino una versión devaluada de las ideologías–.
Da la impresión de que nunca nos quisimos. Peor aún, la sensación –como escribía hace poco el catedrático de la Universidad de Barcelona, Rafael Arenas–, de que...
“Nos encontramos con que parecía que la Guerra Civil había acabado cinco años antes y no 70 años antes y que, además, todos habíamos combatido en ella, pues chavales que no habían perdido completamente el acné juvenil tenían clarísimo en qué bando hubieran estado en 1936”.
Ocurre además que en esta visión maniquea de buenos y malos, de rojos y azules, de pijos y necesitados, el cinismo de los gobernantes ha venido a aliñar esta ensalada con vinagre de lo más amargo. El caso último fueron los tres actos del drama escenificado en el Parlamento con ocasión de la última prórroga del estado de alarma. En lo que creo que era –estoy convencido– un ejercicio sincero de apoyar al Gobierno para no hacerlo depender de la extorsión secesionista,...
En el primer acto, los diputados de Ciudadanos respaldaron el decreto de prórroga del estado de alarma. Inmediatamente, en el segundo acto del drama se hizo público el acuerdo entre socialistas, comunistas y los herederos de Herri Batasuna. En ese momento era como si se le hubiese colocado un monigote sangriento en la espalda de los parlamentarios de Ciudadanos, pero aún quedaba un tercer acto.
Rondando la media noche, la agencia Europa Press publicaba la noticia de que el Gobierno –en lo que ya sonaba a puro ensañamiento contra Cs– aclaraba que no se había comprometido a no convocar la mesa de partidos que había exigido ERC. La lección aprendida es; si actúas con sentido de Estado recibirás el premio del escarnio en la plaza pública. Pero nada impidió al presidente del Gobierno volver a apelar a la necesidad de unidad en la comparecencia semanal posterior con un cinismo que olía a agrio vinagre.
Desde la Ley de Memoria Histórica de Zapatero en adelante vivimos en una España atrincherada a ambos lados del puente bilbaíno de Luchana en aquella nochebuena de 1836. Una España partida por la mitad en la que carlistas e isabelinos se mataban a ambos lados del puente mientras que las campanas anunciaban el nacimiento del Hijo de Dios. La Ley de Memoria Histórica nos ha llevado más allá de la guerra de 1936. Nos ha hecho retroceder un siglo más atrás.
En su biografía sobre el general Espartero, Adrián Shubert ponía en boca del célebre militar que tomó el puente de Luchana las siguientes palabras:
“Cuando renace la paz todo se confunde y (…) la relación de los padecimientos y los desastres, la de los triunfos y conquistas se mira como patrimonio común de los que antes pelearon en bandos contrarios”.
Los jóvenes y no tan jóvenes españoles han sido educados en el respeto a las preferencias sexuales de cada cual, de todos los colores de piel y de todas las capacidades físicas e intelectuales. Pero a un mismo tiempo hemos sido desprovistos de toda educación en el afecto hacia el prójimo desde el respeto a sus convicciones políticas. Se educa desde la visión maniquea de buenos y malos cuando no en las bondades de la aldea y los agravios de los forasteros, de quien habla la lengua local frente a quien usa el castellano.
Pero si la educación aún no fue lo suficientemente explícita, todavía queda que con el dinero de todos se financie una batalla cultural que todavía subraye más el reparto de papeles entre buenos y malos. Sin ir más lejos, la web de la Consejería de Educación y Deporte de la Junta de Andalucía recuerda en estos días la vigencia de la Instrucción para la celebración del día de la Memoria Histórica y Democrática, no sea que a alguien se le olvide. ¿Es esta toda la contribución a los afectos que ha sido capaz de lograr el Gobierno del cambio?
¿Son los mismos españoles que se han roto en sacar vidas adelante los que ahora golpean al taxista que llevaba gratuitamente a los sanitarios al hospital? Los españoles ya hicimos la reconciliación de la última guerra. ¿Cuántas familias se han formado sin mirar en qué bando pelearon sus mayores? ¿Quién se beneficia cuando se rocía de odio la vida cotidiana? ¿A quién interesa que sigamos siendo “hispanobobos”?