Incompetencia y maldad
Debemos ser conscientes que esta pandemia, que de una u otra forma, va a durar más de un año, hasta que se convierta en una enfermedad más de las conocidas y con tratamiento, marca un antes y un después. Obligará a grandes reformas estructurales y funcionales, y, consecuentemente, a tomar decisiones entre diversas opciones...
Publicado en el número 141 de Cuadernos de Encuentro, de verano de 2020. Revista editada por el Club de Opinión Encuentros.
Ver portada de Cuadernos de Encuentro en La Razón de la Proa.
En este inesperado pero necesario reclutamiento domiciliario, cada día nos llegan más noticias sobre el desastre sanitario que estamos sufriendo, con una imprevisión llena de deficiencias elementales, con una incapacidad para solucionar los problemas que van surgiendo, que como ciudadanos nos dejan atónitos e indignados. Llenos de perplejidad ante un Gobierno y unos políticos que muestran una incuria y un desprecio hacia la realidad que pretenden moldear con voluntarismo ideológico de sabiduría y prosperidad, cuando todo se está derrumbando a su alrededor.
Los hechos están dejando patente su incompetencia, su incultura y su, desafortunadamente, para todos, algunos (uso genérico español pero que también se den por aludidas «algunas»), además, son malvados. Todos, salvo alguna excepción que nos congratula y da esperanzas, dan muestras de una irresponsabilidad impropia de una sociedad civilizada, lo cual es muestra patente de su decadencia.
Ya Ortega y Gasset nos advirtió, hace casi un siglo, que ante el sempiterno problema de las «relaciones entre civilización y lo que queda tras ella –la naturaleza–, entre lo racional y lo cósmico», la naturaleza está siempre ahí y se sostiene a sí misma, pero, al contrario la civilización no se sostiene a sí misma, «es artificio y requiere un artista o artesano» (Ortega, 1990; 111), y nos advierte que si queremos aprovecharnos de las ventajas de la civilización, pero no nos preocupamos de sostenerla, en un dos por tres, nos quedaremos sin civilización y vuelve la selva. La cuestión se encuentra en que para el hombre medio actual no existen los principios en los que se apoya el mundo civilizado.
Y ello es así, continua la clarividencia de Ortega, porque la civilización cuanto más avanza se hace más compleja, cuanto mayor sea el progreso la vida es cada vez mejor, pero cada vez más complicada y más en peligro está. Por ello, cada generación ha de buscar y encontrar los medios adecuados para resolver los problemas, a su vez más complejos, que se le presentan, pero para eso es fundamental y necesario el saber histórico, que es el que «evita cometer los errores ingenuos de otros tiempos. Sin embargo, las gentes más cultas de hoy padecen una ignorancia histórica increíble» (Ortega, 1990; 113).
Si los de su tiempo padecían esta ignorancia, pensemos nosotros, hoy, en que con total desvergüenza se llegan a plagiar tesis doctorales, con la anuencia de profesores de la Universidad. Si a la ignorancia histórica, añadimos la maldad de querer reconstruirla según sus intereses e ideologías particulares, obtenemos el perfil humano y psicológico de nuestros dirigentes actuales. La hipótesis de Ortega, según la cual el europeo, que empieza a predominar en la compleja civilización en que ha nacido, es «un hombre primitivo, un bárbaro emergente, un invasor vertical», se está cumpliendo en nuestros días.
Y todo ello ha llegado, según el profesor Fueyo, por el «ascenso a la sociedad como entelequia pensante para la superación dialéctica del Yo, como ente de razón», lo que conduce «al exterminio de la persona como ente de soberanía pensante» (Fueyo, 1973; 51), lo que se enmarca en el gran empeño comunitario con el detrimento de la persona individual. Si bien el ser humano vive y se desarrolla en sociedad, su dignidad e integridad es intrínseca y no puede ser violada comunitariamente.
A esta tendencia de anulación por los agentes sociales, el profesor Gómez Arboleya, malograda gran esperanza del pensamiento social en España, nos aclara que aunque el hombre vive la realidad como realidad social, esto no quiere decir que «el hombre se agote en sociedad. La sociedad es el ámbito en que únicamente puede desarrollar el hombre su vida, pero esta realización es una toma de posesión de sí mismo en la intimidad de su ser personal […] el hombre en sociedad con los otros hombres, despliega su vida en la historia» (Gómez Arboleya, 1957; 6).
Hemos vuelto a la historia. Las personas no podemos soslayar la responsabilidad de tomar cuenta de cada situación y decidir lo que hay que hacer. «La historia no es un conjunto de hechos que quedan detrás del presente, como sombras inánimes, sino algo más: una serie de acontecimientos que pasaron, que son pasado, pero que al pasar, al dejar de ser efectivamente reales, dotaron al hombre de posibilidades de vida futura» (Gómez Arboleya, 1957; 7). Es preciso, pues, volviendo a nuestro tema, buscar el antecedente de esta ignorancia, de la historia y su evidente desprecio a su conocimiento con la veracidad que pueden ofrecer los hechos y situaciones.
La hipótesis sostenida hace casi un siglo, en los años 20 del pasado, por D. José Ortega y Gasset en el capítulo XI de su Rebelión de las Masas, desde una perspectiva europea, es que «la historia europea parece, por primera vez entregada a la decisión del hombre vulgar como tal. O dicho en voz activa: el hombre vulgar, antes dirigido, ha resuelto gobernar el mundo» (Ortega, 1990; 118). Este hombre masa, convertido en masa de hombres, había decidido gobernar ellos en vez de ser gobernados. Ellos es el principio o la concreción del «proceso de descomposición creciente de la constitución política del mundo civilizado» (Fueyo).
Este proceso lo lleva a cabo un nuevo tipo de hombre masa como estructura psicológica concreta: «1º, una impresión nativa y radical de que la vida es fácil, sobrada, sin limitaciones trágicas; por tanto, cada individuo medio encuentra en sí una sensación de dominio y triunfo que, 2º, le invita a afirmarse así mismo tal cual es, a dar por bueno y completo su haber moral e intelectual. Este contentamiento consigo le lleva a cerrarse para toda instancia exterior, a no escuchar, a no poner en tela de juicio sus opiniones y a no contar con los demás. Su sensación íntima de dominio le incita constantemente a ejercer predominio. Actuará, pues, como si solo él y sus congéneres existieran en el mundo; por tanto, 3º, intervendrá en todo imponiendo su vulgar opinión, sin miramientos, contemplaciones, trámites ni reservas, es decir, según un régimen de “acción directa”» (Ortega, 1990; 118).
Este tipo de personalidad representa el producto de una sociedad de la abundancia, con la que se encuentra gratuitamente y sin esfuerzo. La gran contradicción es que si bien parecería evidente que el resultado de una sociedad sobrada fueran personas más desarrolladas como tales, y comprometidas con el desarrollo social, se ha producido lo contrario, unos personajes sin compromiso, incapaces de afrontar los arduos problemas que van surgiendo a medida que el progreso crece.
A mayores medios y posibilidades problemas y cuestiones más complejas. La abundancia de medios y posibilidades puede llegar a producir, un tipo psicológico que considera que todo lo alcanzado, con lo que se encuentra sin haberlo conseguido con su esfuerzo, sino con el esfuerzo de sus antepasados, le pertenece con la satisfacción de verse instalado en medio de la riqueza y sus prorrogativas.
A la generación que percibió Ortega y que encontramos, ahora, a nuestro alrededor y que abría una época la denominó «la época del señorito satisfecho». La consideró la época del «niño mimado de la historia humana. El niño mimado es el heredero que se comporta exclusivamente como heredero» (Ortega, 1990; 119). Nos quiere mostrar la abismal diferencia que hay entre los hombres creativos que con su esfuerzo, trabajo y diversas y dolorosas tribulaciones, moviliza sus capacidades y consigue su progreso personal y el desarrollo social. Todos los que se esfuerzan en su profesión, sea cual sea, sobre el trabajo bien hecho está en el camino del progreso y la riqueza personal y social.
Pero un mundo sobrado y con abundancia conseguida por los creadores, abre la posibilidad a romper el equilibrio entre los medios y los problemas y necesidades que sentía el que tuvo que luchar en la escasez. Este heredero que se encuentra rodeado de bienestar, no valora en el esfuerzo y las penalidades que han exigido su logro y no siente responsabilidad ante ello, si no el derecho al disfrute de todos esos beneficios en comodidad, seguridad en la salud, y en los diversos ámbitos de su vida.
No es consciente de lo difícil que es conseguir todas estas satisfacciones y, en vez de progresar, se produce una degeneración humana en un hombre-masa, satisfecho de sí mismo mostrando ciertas características de intereses y ociosidad. Por ejemplo, el cultivo del cuerpo, propensión a los juegos y al deporte, preocupación por su imagen exterior, trajes, moda y otras más profundas como la frivolidad sexual, acompañado de un desprecio por el trabajo intelectual, la cultura y el conocimiento. Se cree sobrado de todo y actúa como si el mundo empezara con ellos, como Adanes de la historia.
Ante unas estructuras sociopolíticas, con graves y profundas injusticias de desnivel y explotación creen tener la fórmula mágica de un mundo mejor, pero para conseguirlo hay primero que destruir lo que hay, de ahí proceden las teorías y la creencia de la «desconstrucción» siguiendo al negativo pensador francés Jacques Derrida, que también emplea el término «des-estructura» pues se trata de deshacer, de descomponer todo tipo de estructuras socio-institucionales, políticas, culturales, lingüísticas y filosóficas.
Es una crítica radical contra la metafísica occidental que no es el lugar aquí de analizar. A este planteamiento desde la confusa filosofía postmoderna, se unen los planteamientos puramente marxistas y, más concretamente, las estrategias de Antonio Gramsci y las ideas del profesor argentino Ernesto Laclau.
El siglo XX, trágico humanamente y escalofriante para la racionalidad, de cuyas crueles experiencias parecen confirmar que poco aprendemos de la historia, quizás porque no es lo mismo la vivencia directa que el conocimiento transmitido. Si encima no se estudia el pasado y se es un ignorante. Las posibilidades son prácticamente inexistentes.
La primera mitad del siglo XX es trágica y alucinante a la vez. Las trasnochadas ideas del siglo XIX, con el romanticismo nacionalista de dominación, condujeron a la primera Guerra Mundial (1914-1918), de la cual salieron los jóvenes alegres, confiados y satisfechos de los años XX, que van a terminar en una segunda Guerra Mundial (1939-1945), de consecuencias en vidas humanas y destrucción de cifras escalofriantes, añadiendo, a partir de 1945 la influencia y dominio comunista de media Europa y su expansión por todo el mundo.
Qué errores no se cometieron para que solo veinte años después se repitiera un conflicto mundial de aquellas características, y entre las dos, la guerra civil española (1936-1939), de la cual las actuales generaciones no parecen saber ni han aprendido nada.
En el mundo occidental de Europa y Estados Unidos se produce un desarrollo, hasta ahora impensable, económico, científico y técnico que producen un estado de bienestar y de vida materialmente abundante, en libertad y seguridad. Así surgen nuestros «niños mimados», los herederos de un bienestar al que se creen con derecho como herederos, sin esfuerzo y todas las posibilidades, que a unos les lleva a la indiferencia y, a otros, a querer eliminar lo existente pero, sin dejar de disfrutar lo que ahora tienen, para conseguir una sociedad perfecta.
La caída del muro de Berlín, símbolo del horror y totalitarismo comunista, no ha servido de enseñanza, y así llegamos a los movimientos populistas actuales. Realmente, los populismos se caracterizan por proponer, ante los problemas de desajuste total, producidos, indudablemente por la avaricia sin límite de unos pocos mediante la explotación de la mayoría produciendo disonancias profundas que evidentemente existen en el mundo, estos populismos ofrecen soluciones aparentemente fáciles y sencillas pero de difícil o imposible aplicación. Se trata de dirimir a las personas de los males sociales con soluciones simples, es decir, soluciones fáciles a complejos problemas que nos conducirían a una sociedad armónica y bienaventurada.
Tienen los populismos una gran carga emocional y voluntarismo a ultranza, lo que llama el profesor Pinillos «pensamiento desiderativo», que constituye uno de los mitos contemporáneos, consistentes en «una forma de pensamiento crédulo y simplista, dispuesto a aceptar sin pestañear las maravillas o las mistificaciones más extraordinarias, con tal que tranquilice su inquietud» (Pinillos, 1988; 72). Por eso, los populismos son aceptados con entusiasmo, porque responden a la permanente exigencia psicológica humana de equilibrio emocional, proporcionando seriedad y serenidad.
El populismo encarna en un líder carismático, una especie de profeta que nos va a conducir a la bienaventuranza prometida. Son radicalmente antisistema y, como voz del pueblo desprecian las leyes democráticas porque es un derecho que protege a la clase política y a los explotadores. Se arrogan ser la auténtica voz del pueblo, recurriendo a las movilizaciones de masas y todo tipo de acción directa en las calles. Identifican el pueblo con sus seguidores con los que únicamente se adhieren a sus postulados. Los demás, los que se oponen a ellos con argumentos racionales sobre sus propuestas, constituyen sus enemigos.
No admiten al adversario que tratan de acallar por catastróficos o enemigos del pueblo, no son otra cosa que los opresores, la casta, los privilegiados. Este fenómeno y el populismo radical de izquierdas está basado en un neocumunismo marxista-leninista, que sigue entusiasmando a una intelectualidad, que pertenece a una clase media alta y han recibido todo dentro de un estado de bienestar, sin sufrir situaciones de crisis ni traumas sociales. Es el heredero él «niño mimado de la vida humana», que Ortega y Gasset vislumbraba hace un siglo.
En España, este populismo lo encarna Podemos, con su profeta y líder absoluto Pablo Iglesias, que en sus intervenciones ha sido claro y explícito sobre su ideología y objetivos:
«Yo no he dejado de proclamarme nunca comunista» (Zaragoza 1-3-2013). «Lenin fue un genio bolchevique, la llave política para abrir las puertas de la historia […] Lenin es un genio de la conquista del poder político» (Julio 2017). «Podemos desear lo que queramos, pero la política tiene que ver con la fuerza no con los deseos ni con lo que se dice en una asamblea» (17 -2- 2014). «Cuando decidimos un enemigo –la lógica capitalista– ese enemigo solo entiende un lenguaje, el lenguaje de la fuerza […] la decisión moral de destruir la comunidad tiene que ser una decisión necesariamente violenta como toda decisión política» (La Tuerka, 7-11-2011). «La Tuerka es un programa de televisión que tuvo (supongo que ahora como vicepresidente no lo tendrá), donde habló todo lo que quiso contra la democracia y exhibió una voluntad de derrocar por la violencia el sistema constitucional y democrático español […] hasta las elecciones europeas del 2014. Al ver posible llegar al gobierno disimuló y hasta negó todo lo que había dicho. Para su desgracia, YouTube no lo permite. El mero repaso de algunas de sus frases prueba su condición violentamente liberticida, esto es, genuinamente comunista y fidelísimo leninista» (Jiménez Losantos, 2018; 588).
Partiendo del principio de que la verdad de la política es la excepción y que es verdad que los comunistas comparten la excepcionalidad, afirma que «Los comunistas, esos que son capaces de asaltar los cielos, significa asaltar los centros de poder y pasar a cuchillo a los detonadores del poder […] Los comunistas y alargando esto a la izquierda solo pueden tener éxito político en los momentos de excepción, en los momentos de tempestad» (presentación de su libro Maquiavelo ante la Gran Pantalla. Citado por Jiménez Losantos 2018; 590).
Se manifiesta contrario radicalmente al concepto de España como Nación pues el nacionalismo español, para él, por definición de derecho, los que son de izquierdas sufren un irredentismo soportando su bandera monárquica y postfranquista, por lo que no puede decir España ni puede utilizar la bandera roja y gualda. Supongo que ahora, como vicepresidente de un Gobierno de España, tendrá que oír el himno y respetar la bandera, aunque en su interior le revuelvan las tripas y piense en el día de la venganza, con arreglo al principio cínico e inmoral de que el fin justifica los medios. «Yo no puedo decir España, yo no puedo utilizar la bandera roja y gualda, yo puedo pensar y decir: yo soy patriota de la democracia y por eso estoy a favor del derecho a decidir» (Citado en Jiménez Losantos, 2018; 592).
Digno de estudio y análisis es el fulgurante proceso de ascensión y triunfo del partido Podemos y de su líder Pablo Iglesias que desde su inicio público, 2010, y su inscripción del partido en 2014, ha llegado al Gobierno en 2020.
Todo ello aliándose con las fuerzas separatistas antisistema y antiespañola, la izquierda radical de PSOE, de la misma tendencia, y la ayuda incalificable pero real y determinante de la agnóstica ideológica derecha española del Partido Popular, en un juego político de nefastas consecuencias y radicalmente equivocado e inmoral, apoyaron a Iglesias, a través de sus televisiones con la pretensión de hundir al PSOE y asustar al votante del Partido Popular, evitando la fuga de votos hacia ciudadanos. Resultado, Podemos pasó de un millón doscientos mil a cinco millones de votos en 2015 y 69 escaños. Ante la tentación de contar detalladamente este fulgurante ascenso, he de renunciar en este momento.
Pablo Iglesias siempre buscó la excepcionalidad para conseguir sus objetivos y, además de las continuas algaradas callejeras, en base al concepto de amigo y enemigo, nosotros y ellos, buscaba una crisis política general que ofreciera la excepcionalidad necesaria para una actuación en pro de sus objetivos. Esta crisis la persiguió, inicialmente, en el enfrentamiento de Cataluña con el Gobierno de España y su voluntad de independencia, en base a una minoría que con «voluntad de poder» (Nietzsche), y representando la voluntad del «pueblo catalán» proclaman la mítica «nación catalana». Efectivamente, con las tensiones creadas por este tema y la pretensión utópica que con dialogo se resuelven, se llevó a la coalición que hoy gobierna España.
Pero esta excepcionalidad ha sido arrinconada, aunque no barrida, por otra mucho mayor, de carácter mundial y que amenaza vidas y haciendas: la pandemia del coronavirus o covid-19. Peligrosa situación de excepcionalidad que, prácticamente da un poder omnímodo al gobierno Sánchez-Iglesias, aunque no faltan quienes le llaman Iglesias-Sánchez. Ante este gobierno de espíritu totalitario y que se basa en su consenso, en acto de exclusión, es decir, en determinar el «nosotros y ellos», con una confrontación pura y dura entre los «amigos» (los nuestros) y los «enemigos» (la casta, la derecha, los ricos, o el Estado Español, que roba y oprime a Cataluña o no reconoce el patriotismo vasco de los partidos de ETA), se necesita un sistema de control muy firme y amplio.
El equilibrio de poder en democracia, frente al Estado, se consigue mediante una sociedad fuerte y viva. La sociedad es la que representa la vitalidad de una comunidad, pues de ella sale la representación política que va a ejercer el poder desde el Estado, y de ella salen las personas que han de equilibrar ese poder, encarnando las diversas instituciones del Estado y las muy variadas asociaciones y entidades sociales. La sociedad representa un organismo vivo y plural donde caben, en permanente ebullición de objetivos y actividad de todo tipo de entidades, constituidas libre y legalmente.
Con una sociedad plural, permanentemente activa y creativa, con rigor y energía, puede y debe haber un Estado fuerte, pues el Estado no puede ser débil, pero con una sociedad débil, deprimida o dócil, el Estado fuerte se convierte en tiranía. Un Estado democrático que garantice la libertad, la dignidad e integridad de las personas como ciudadanos libres exige, a su vez, una sociedad libre y plural. Frente a los radicales antisistema, que quieren destruir nuestra civilización, basada en un sistema liberal de democracia representativa, no caben los paños calientes, sino que hay que actuar con firmeza desde la sociedad.
Los populismos de Podemos y de izquierda radical del PSOE, ponen en evidencia los fallos e injusticias del sistema, pero coincido con Felipe-José de Vicente Algueró, cuando señala que «la alternativa a la democracia representativa es la misma democracia convenientemente curada de sus fallos y regenerada. La esencia de la democracia liberal es precisamente el dialogo racional, el debate entre argumentos, el respeto a la ley y no la manipulación de las masas contra un enemigo inventado» (Vicente Algueró, F. J. de, 2016; 324). Seguimos en la dialéctica entre civilización y barbarie.
En la situación excepcional del covid 19, con el confinamiento gubernamental que nos tiene recluidos en nuestros hogares, no solo tenemos la catástrofe de la pandemia, sino la que lleva consigo económica y socialmente. La reclusión en domicilio afecta gravemente al tejido social, a la vida de la sociedad, en la que han dejado de funcionar las instituciones públicas y privadas que dan vida y fuerza a una sociedad. Las universidades, las escuelas, las academias, las asociaciones civiles de todo tipo, la actividad religiosa, los espectáculos, las actividades deportivas, etc.
Aunque seguimos recluidos con permisiones, perfectamente limitadas, la duda es si realmente conocemos la realidad o solo la que, manipulada y manejada con intereses ideológicos, el Gobierno nos cuenta. Este Gobierno no tiene credibilidad, mientras en él estén los comunistas declarados de Podemos. La duda se alarga al después, tanto la faceta económica como social. Nos han dicho que están estudiando como volver a la normalidad, dominada la pandemia.
La duda sigue siendo si vamos a volver a la normalidad perdida o a una normalidad de ingeniería social, que afecte gravemente a nuestras estructuras económicas y sociales. Las estructuras económicas, además de tener más capacidad de resistencia y respuesta, tienen a su favor el apoyo de las directrices europeas. Sin embargo, las estructuras sociales carecen de esta capacidad de respuesta y resistencia y son más susceptibles de sectarias manipulaciones. La única barrera contra serios ataques a la libertad y la dignidad de los ciudadanos está en un poder judicial dispuesto a defender, firme y seriamente, la Constitución y las libertades y derechos de los españoles.
Debemos ser conscientes que esta pandemia, que de una u otra forma, va a durar más de un año, hasta que se convierta en una enfermedad más de las conocidas y con tratamiento, marca un antes y un después. Obligará a grandes reformas estructurales y funcionales, y, consecuentemente, a tomar decisiones entre diversas opciones. Si las decisiones implican racionalidad y realismo, habremos reformado, mejorando, nuestro tejido económico y social. Pero si las decisiones van en la dirección de utopías voluntaristas de destrucción del sistema, sin saber lo que hay que hacer o aplicando formulas ya comprobadamente fracasadas, entonces la catástrofe, aunque sea temporal, está garantizada.
Estamos en un momento crucial de mantener y desarrollar la civilización, con libertad y dignidad de las personas, en una democracia representativa liberal-capitalista o sufrir la barbarie de la tiranía de una minoría que sojuzga y oprime para sostenerse en el poder. El comunismo y las utopías redentoras en este mundo ya están dolorosamente comprobadas. En consecuencia, es preciso ser conscientes de lo que hacemos porque ciertas buenísimas intenciones, manifestadas por un gobierno socialcomunista, pueden ser cínicas e hipócritas trampas totalitarias, para proteger su incompetencia e inmoralidad y, así permanecer en el poder.
Sin citar el sabio, Ignacio Ruiz Quintana nos traslada la siguiente advertencia: «la moderación en las formas –dicho por un sabio– se impone siempre que la insensatez y el extremismo de fondo han pactado la impunidad de sus desmanes y delitos. Nada hay más moderado que los modales de los atados al poder con pactos secretos de inmoralidad pública».
Bibliografía
- Fueyo, J. (1973): La Vuelta de los Budas. Sala Editorial, Madrid.
- Gómez Arboleda, E. (1957): Historia de la Estructura y del Pensamiento Social. Instituto de Estudios Políticos, Madrid.
- Jiménez Losantos, F. (2018): Memoria del Comunismo. De Lenin a Podemos. Esfera de los Libros, Madrid.
- Ortega y Gasset, J. (1990):La Rebelión de las Masas. AlianzaEditorial, Madrid.
- Pinillos, J.L. (1978):Psicología y Psicohistoria. Universidad de Valencia.
- Ruiz Quintano, I. (2020):«La Risada». ABC, 28-3-2020.
- Vicente Algueró, F.J. de (2016):De la Pepa a Podemos. Ediciones Encuentro, Madrid.