Intemperie o aire libre
Niños y jóvenes –y adultos– precisarían del aire libre, de una atmósfera limpia y clara, en la que un cielo estrellado nos hablara del Bien, de la Verdad, de la Belleza...
Publicado en la revista Gaceta de la Fundación José Antonio, núm. 367 (ABR/2023). Ver portada de Gaceta FJA. Recibir el boletín de La Razón de la Proa.
No creo que nunca podamos acostumbrarnos a que en todas las cabeceras de los informativos de la televisión o en nada recónditas páginas de los periódicos nos lleguen noticias alarmantes sobre niños y jóvenes como protagonistas de delitos o de suicidios. Lo primero que se nos ocurre estos hechos van a contra la propia naturaleza de esas edades, que podrían tener alguna explicación –no justificación– en un mundo de adultos desquiciados, pero nunca en momentos en que la vida, quizás de un modo algo tópico, se abre a un cúmulo de expectativas y de ilusiones.
Ya sabemos que se suele ocultar piadosamente el marco social o los orígenes étnicos o geográficos de algunos de sus protagonistas, especialmente cuando las infaustas informaciones se refieren a violaciones u otros delitos sexuales, porque eso no es más que el resultado de las consignas políticas del momento, y, en todo caso, no atenúa los hechos ni su gravedad, ni de que no crezca el estado de alarma de las gentes. Pero lo que suele llamar el malestar de niños y jóvenes crece por doquier y sin reparar en barrios.
Cuando se pretende llegar hasta las causas, las explicaciones son variadas: el bulling escolar, la adición a la redes sociales con contenidos nunca controla dos por los educadores, la incomunicación con los padres, el culto al cuerpo, la pornografía al alcance de edades cada vez más tempranas, el afán de dinero de los adultos como mal ejemplo, la ausencia del sentido de autoridad tanto en los hogares como en la sociedad en general, la destrucción de la familia que era la primera y principal escuela…
No faltan voces en el ámbito de la educación que centran el problema en la ausencia de valores, o en el de la psicología, que traducen estas conductas a trastornos de origen patológico; los sociólogos, por su parte, nos ofrecen estadísticas a cual más alarmante…y el campo político esconde la cabeza bajo el ala. Se dan, eso sí, maravillosas iniciativas privadas, alguna de ellas del campo religioso, y multitud de voluntarismos casi heroicos que no logran paliar la situación, quizás porque las explicaciones son muy complejas. Creo que ya mencionaba en un artículo anterior el comentario de un psicólogo amigo, hace unos diez años, que me confesó que «estaba creciendo una infancia y una juventud enfermas».
Hace pocos días tuve la oportunidad de volver a ver en la pequeña pantalla la película de Ignacio F. Iquino Juventud a la intemperie, muestra de nuestro cine social de inequívoca procedencia falangista, con guion de Federico de Urrutia y que abría sus primeros planos, para más indicación, con una frase de José Antonio Primo de Rivera. Como la legendaria Surcos, de Nieves Conde, ya en aquella época este cine se despegaba de cualquier triunfalismo oficial y mostraba con crudeza a una juventud desprovista de valores y entregada al mundo de la ociosidad y, en casos, al de la delincuencia; no hay ni que decir que los comentaristas de la segunda cadena en que se emitió la película la calificaron de todo menos de bonita y no apeaban ni a tiros el calificativo de fascista a la hora de juzgar sus méritos o deméritos…
Se me ocurre que aquella lejana juventud que estaba a la intemperie (la película es de 1964), en un momento en que empezaba el desarrollismo y el turismo empezaba a cubrir los huecos de nuestra economía –que aún no había ;llegado, como ocurrió una década después, al noveno puesto del listado de naciones industrializadas– era una antesala de la que tenemos ahora, si bien, en este momento, con problemas corregidos y acrecentados. El Régimen anterior no atinó, verdaderamente, a ampliar a una gran parte de los niños y jóvenes una educación en valores, que sí disfrutamos, en cambio, una gran minoría –voluntaria– que pasó por campamentos e instituciones educativas en el tiempo libre; y, del mismo modo, el Régimen actual no es capaz de acercarse a los más graves problemas, máxime con el impacto del materialismo imperante y del puro relativismo que los agravan. Cabría preguntarse qué expectativas tienen hoy los jóvenes, en un marco social y económico en el que solo priva la especulación…
Los niños y jóvenes de este momento –generalizando quizás injustamente– son los que más sufren este choque del relativismo, en cuyo seno todo es lo mismo, donde no existen valores por encima de las posiciones individuales; todo relativismo lleva inexorablemente al nihilismo, a la negación a priori de toda Verdad con mayúscula. Tampoco puede haber referentes ni ejemplaridades robustas, fuera de los influencers que acaparan nuestros móviles.
Especialmente, se ha hurtado a nuestros hijos y nietos cualquier noción de Trascendencia, que es la que puede sustentar el resto del edificio axiológico, incluso las ganas de seguir viviendo. Por otra parte, se vive en un total presentismo, sin más aliciente que el que puedan proporcionar placeres instantáneos; no es extraño que el prójimo se vea desprovisto de su dignidad humana y cosificado por su presunta utilidad.
Niños y jóvenes –y adultos– precisarían del aire libre, de una atmósfera limpia y clara, en la que un cielo estrellado nos hablara del Bien, de la Verdad, de la Belleza; en el que fuera necesario el esfuerzo para obtener socialmente una recompensa válida; en donde se abrieran senderos –quizás, primero, trochas– para caminar hacia paisajes más prometedores; porque, ahora, en el mismo hogar muchas veces, en el marco social en general, solo se abren callejones oscuros y turbios, sometidos a una intemperie constante.
Como reflejo, el cine –tan subvencionado– de nuestros días, que, en un constante más de lo mismo, no se atreve a entrar en una crítica profunda y dura de los males que nos aquejan, sino que se recrea en las mismas miserias sin visos de posible recuperación.
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