Si el mal es duradero, el bien está cercano
Intervención en Encuentros en el Pardo, en enero 2024. Publicado en Cuadernos de Encuentro (núm. 156, de primavera de 2024), revista editada por el Club de Opinión Encuentros. Ver portada de Cuadernos en La Razón de la Proa (LRP). Solicita recibir el boletín semanal de LRP
Si el mal es duradero, el bien está cercano
Buenas tardes y bienvenidos como siempre a nuestra Tertulia de Encuentros en El Pardo.
Todos recordareis la conocida frase de don Camilo José Cela: «El que resiste, gana». Y aunque esta palabra de resistir está ya muy usada y repetida en estos tiempos (os aseguro que yo ya la tenía escrita el verano pasado), la verdad es que viene muy oportuna todavía utilizarla en estos momentos.
Naturalmente, hay varias formas de resistencias. Unas pacíficas y a largo plazo, recordad por ejemplo, las del Mahatma Gandhi en la India, con sus frecuentes huelgas de hambre, hasta librarse del colonialismo inglés. O las de Luther King, en su larga lucha en defensa de los derechos de los negros en Norteamérica, que le costaron la vida, dejando a sus hijos la tarea, aún no terminada, de cumplir sus sueños de libertad.
También dando un salto atrás en el tiempo, la resistencia en la larga travesía por el desierto de los israelitas, hasta llegar a la tierra prometida de leche y miel, que nos relata la Biblia.
O por poner otro ejemplo, este menos pacífico, en plena Edad Media, la epopeya poco conocida, de los cristianos astures y cántabros, que empujados por el hambre y la miseria de sus tierras, deciden abandonarlas, e ir recuperando poco a poco aquellas que van dejando los moros, según van perdiendo batallas tras la de Clavijo capitaneada por Pelayo. Y que van levantando pequeñas aldeas, y trabajando las tierras, fértiles y productivas, que sus padres y abuelos, tuvieron que abandonar, arrollados, por el empuje de las tropas sarracenas de Almanzor.
Un esfuerzo, que se malogra varias veces, por nuevas incursiones musulmanas, en las que cogen prisioneros a los hombres, para convertirlos en esclavos, mujeres jóvenes y a ser posibles rubias para sus harenes, arrasando tierras y graneros. Pero que los supervivientes, huidos en las montañas, vuelven, una y otra vez a levantar, y a sembrar, con una increíble fe y no menor esperanza, inasequible a la desgracia y al desánimo. Ellos resistieron, pero terminaron ganando.
Por cierto, este pasaje de nuestra historia la cuenta muy bien Javier Esparza en su libro El caballero del jabalí blanco.
E incluso hay también otra resistencia más paciente, más corta y más doméstica, pero no con menos fe en conseguir su objetivo por ejemplo en las largas esperas nocturnas del cazador al acecho, para hacerse con la presa deseada.
Y me diréis, ¿y a qué viene este largo exordio sobre la resistencia?
Pues viene a que en la situación en la que estamos viviendo en este momento en España, nos va a hacer falta mucha resistencia, mucha paciencia y mucha fe y tenacidad. Porque, si Dios no lo remedia, nos espera el tener que sufrir un largo recorrido, una larga etapa, como aquella travesía del desierto que os recordaba antes, pero que, natural y afortunadamente, no será tan larga como la de los israelitas claro, sobre todo, si hacemos caso, a esa otra página más optimista de nuestra historia, en este caso literaria, escrita por Cervantes, cuando le hace decir a don Quijote, dirigiéndose a Sancho, para animarle, porque está abrumado por las desgracias que les afligen, aquello de:
«Sábete Sancho, que todas estas borrascas que nos suceden, son señales, de que presto, ha de serenar el tiempo, y han de sucedernos bien las cosas, porque no es posible que el mal o que el bien sean durables, así que no te acongojes por nuestras desgracias, ya que de ahí, se sigue, que si el mal es duradero, significa que el bien, está cercano».
Falta nos hace el que esas palabras sean ciertas porque el panorama no pinta bien, y no solo porque esté bastante oscuro sino porque también está muy incierto, ya que incluso da la sensación de que, aunque los protagonistas, o más bien los culpables políticos de esta situación, tengan claros sus deseos y objetivos no parece que tengan la misma claridad en la forma de conseguirlos, cómo comprobamos a diario a través de los medios de comunicación que nos sorprenden cada mañana con una nueva noticia cada vez más sorprendente e increíble.
Vamos a hacer un rápido repaso a esta situación, procurando no caer en la repetición de lo obvio o inmediato que, machaconamente, podemos leer u oír en esos medios, que precisamente por repetidos ya es que ni siquiera nos sorprenden. Y voy a haceros una afirmación muy simplista para aclarar las cosas y no dar rodeos innecesarios siguiendo el refrán que dice que no merece la pena llorar sobre la leche derramada.
Esta batalla la ha ganado Pedro Sánchez, porque ha sabido, a pesar de haber pedido las elecciones, sumar más escaños en el Congreso que la oposición. Y lo va a seguir haciendo mientras pueda seguir cediendo a las peticiones de los separatistas y el respaldo del Tribunal Constitucional, entre otras instituciones. Y ya sabéis aquel irónico ripio, de que «vinieron los sarracenos; primero nos molieron a palos, porque Dios ayuda a los malos, cuando son más que lo buenos».
Y en este oscuro panorama, aparecen unidos tres elementos, a cual más peligroso por no decir letal. Elementos que amenazan con poner en peligro no solo nuestro inmediato porvenir sino también la destrucción de nuestra propia identidad, la destrucción de todo aquello que llamamos nuestra patria, resultado del esfuerzo de generaciones enteras de españoles, así como también el marco de un Estado de derecho, que con sus errores y omisiones, que las tiene, desde hace ya cincuenta años, nos dimos libre y mayoritariamente los españoles.
En primer lugar, no es posible evitar hacer una rápida semblanza del personaje que nos gobierna como principal protagonista de esa destrucción, un individuo con una enorme capacidad de mentir. Mentiroso por naturaleza, es capaz de decir hoy lo contrario de lo que dijo ayer y viceversa, sin inmutarse. Absolutamente privado de escrúpulos para conseguir sus fines que no son otros que mantenerse en el poder como sea. Recordar que esa frase de «cómo sea» fue la favorita de Zapatero durante sus dos mandatos. Y así nos fue, y con comportamientos rayanos a veces en ataques sicóticos de egos mal reprimidos que hacen temer lo peor del personaje.
En segundo lugar el miedo. Se palpa el miedo cobarde en todos los escalones del Estado. Y no se salva ninguno. Hay miedo en los tribunales de justicia entre magistrados, jueces y fiscales, a todos los niveles. En el Tribunal Supremo, en el Constitucional y en el Consejo del Poder Judicial, en la Audiencia y en el Consejo de Estado. Casi todos sus miembros, en privado, juran en hebreo por esta situación, y, aunque tarde, empiezan a despertar de su tímido letargo y ha defenderse en grupo pero procurando no significarse individualmente, temerosos de perder sus puestos, sus ascensos o sus sueldos.
Miedo en la mayoría de los medios de comunicación, con honrosas excepciones, en donde muchos profesionales aceptan resignados el transmitir noticias sesgadas o totalmente falsas, obligados por las órdenes de los directivos de sus respectivos medios.
Miedo en las reales academias, que institucionalmente no se atreven a denunciar el constante falseamiento de nuestra historia lejana o presente. Ni los continuos desmanes que se producen en nuestro ordenamiento jurídico, retorciendo las leyes para satisfacer intereses espurios.
Miedo entre productores, guionistas y actores, a tocar temas que la inquisición gubernamental pueda considerar no correctas y caigan en desgracia, perdiendo subvenciones, premios o sufriendo prohibiciones directas. Este es un mundo en el que no se perdona no ser de izquierdas o no comportarse como tal.
Miedo entre escritores o intelectuales, otros que se van despertando poco a poco porque, en su mayoría, no se atreven a decir o escribir lo que piensan por no caer en ese foso de rechazo y muerte social que les pueda inhabilitar y dejarles en un penoso limbo personal y profesional.
Miedo incluso entre muchos socialistas, que no están de acuerdo con este sanchismo, pero que temen caerse de la foto de sus puestos y solo levantan la voz cuando ya están jubilados o sin expectativas de poder, como hemos podido comprobar en el vergonzoso clima de sumisión y servidumbre de sus representantes en el Parlamento en las últimas votaciones parlamentarias.
Circula un chiste sobre este tema en el que una persona le dice a otra que hay socialistas que aseguran que están tremendamente avergonzados por este gobierno, y contesta la otra que sí que es cierto, pero que le siguen votando, aunque, eso sí, tremendamente avergonzados…
El olor a pesebre, se palpa en el ambiente.
Y por último, la inhibición o indiferencia de una buena parte de los españoles, a los que a fuerza de tantos años de mentalizarles de una forma sistemática por parte de la sociedad de consumo, e incluso dentro de sus propias familias -especialmente los más jóvenes-, para que aspiren a vivir cada vez mejor con el menor esfuerzo posible, sin comprometerse con nada ni con nadie.
Y así lo van haciendo a todos los niveles. En los estudios o en el trabajo. Mostrando un conformismo cada vez más preocupante, y que no se sabe bien si es el resultado de una mala formación o el cansancio de luchar por una batalla que ya dan por perdida, y ya no reaccionan ni se indignan ante tanta mentira, tanta burla de trileros contumaces como han demostrado este verano pasado, más interesados en el beso de Rubiales, en la vuelta ciclista, en las vacaciones en Benidorm o en las escapadas de fin de semana. Y que, en el mejor o peor de los casos, se lamentan unos minutos, no muchos, de lo mal que está eso de Ucrania, o los terremotos de Marruecos y Libia o la guerra israelí, mientras España vive una de las situaciones más graves e inciertas desde la guerra civil del siglo pasado.
Y se percibe cada vez más ese abandono y esa ausencia de valores al comprobar cómo dan más importancia al bien estar, que al bien ser. Y eso motiva que no haya una respuesta firme y masiva de la sociedad civil que se plante e impida tanto desafuero.
Es cierto que ha habido y sigue habiendo meritorias iniciativas de unos miles e incluso -tal vez- de millones de manifestantes, pero siguen sin aparecer en su cabecera esos representantes de las instituciones civiles y del Estado, de la empresa, de la banca, escritores, artistas, etc. Y por supuesto, faltan también nutriendo sus filas los avergonzados militantes socialistas. Y en muchos casos en esas manifestaciones faltan propuestas claras de liderazgo y sobran celos de interesados partidismos. Son muchas las manos que estiran de la misma bandera de España queriendo apropiársela, en lugar de enarbolarla limpia y generosamente.
Y los españoles siguen tragándose trozos manipulados de nuestra historia, sin enterarse, o sin querer enterarse, de quienes son los que amenazan con mandar totalmente en nuestro país dentro de poco. Y digo esto, porque hay que diferenciar y aclarar, que el enemigo no son solo aquellos grupos que protagonizaron los desmanes que ahora se quieren indultar, sino que ellos son solo el fruto de aquella parte de nuestra historia que viene de lejos, y es el punto de partida ideológico de sus exigencias. Cosa que se manipula y se oculta cuidadosamente.
Hasta en las cosas más chuscas. Fijaros en el caso de Cataluña, por ejemplo, donde tenemos que contemplar con asombro todos los años la mentira de la Diada en honor de Casanova en los fosos de Montjuic, que si bien es cierto que se alzó contra las tropas españolas de Felipe V, no murió como héroe y mártir en el intento, sino que tras rendirse, solicitó el perdón real y murió tranquilamente en su casa.
Pero como digo, el auténtico veneno viene de mucho antes. Una pequeña muestra: Un fanático catalanista, Enrique Prat de la Riba, considerado como el impulsor más importante del independentismo catalán decía a principios del siglo pasado entre otras cosas, en su catecismo laico:
–¿Cuál es el país de los catalanes? –Cataluña.
–¿Cuál es el enemigo de Cataluña? –El Estado español
–¿No es España su patria? –No, Cataluña no es España. España no es más que un Estado, una entidad artificial que se hace o deshace a voluntad de los hombres…
Y los obispos de Vic y Solsona de entonces, al igual que los actuales, ya afirmaban, que «el natural y constante amor a la patria, se vincula exclusivamente a nuestra región, fuera de ella, se puede sentir otra cosa, pero no es igual» y critican y prohíben incluso las canciones y los bailes que no son catalanes, especialmente el flamenco, por sus contenidos de vicio, y exigen la enseñanza exclusivamente en catalán, y, lo que es peor, también la predicación «para poder hablar con Dios».
Se alzan cuatro veces contra la República, y en la intentona del 1934, tras el fiasco de su llamada a los campesinos y segadores, el general Batet tiene que terminar con el esperpento con cuatro cañonazos. Y los cabecillas con Companys –ahora glorificado– a la cabeza, son detenidos, juzgados, sentenciados, condenados y, enseguida, indultados. La historia, como veis, se repite. Eso sí, Companys, como sabéis, tras ser el responsable de la mayor matanza de sacerdotes durante la guerra civil, fue juzgado y fusilado durante el régimen de Franco...
Ortega decía que «en el fondo, todo particularismo está la falta de un ideal colectivo». Y Cambó, dijo también, que «el día que España tenga un ideal colectivo, se resolvería el pleito catalán». En el siglo XVIII hubo un renacimiento catalán y no hubo fricción. A estas inteligentes palabras añadiría aquellas otras de José Antonio Primo de Rivera de que «España es una unidad de destino en lo universal», y que hoy parece haber desertado de tal afirmación.
¿Y qué pasa en el País Vasco, esa parte de España que tantas veces, junto a Castilla, protagonizó tantas gestas memorables?
Pues que en los años treinta también le surge otro fanático iluminado, Sabino Arana, que se inventa otra historia, otro relato, como les gusta decir a los independentistas, que no os voy a repetir porque ya lo conocéis y no quiero alargarme mucho, y que los historiadores solventes aseguran que se arrepintió, pero que dejó la semilla sembrada para alimento del horror de la banda terrorista ETA. Que ahora también se quiere blanquear y que, si bien las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado pudieron acabar con su sangrienta actividad, están consiguiendo sus mismos objetivos sin necesidad de pegar un tiro.
Y ante esta situación viene, la inevitable pregunta:
–¿Y ahora qué? Qué hacemos el sector de españoles que nos sentimos preocupados, irritados y, en algunos casos, posiblemente desanimados por los resultados electorales y sus consecuencias? ¿Qué podemos hacer como club?
Pues lo primero serenarnos, hacer caso a don Quijote y, sobre todo, a Cela. Por tanto seguir con nuestra actividad habitual. De recoger y analizar información y opinión veraz, y seguir transmitiéndola, denunciando en nuestra revista y en estas tertulias conductas y situaciones intolerables, y en todos los sitios donde podamos hacerlo. Defendiendo nuestros valores y convicciones de siempre, convencidos de que este partido que se está jugando en España tal vez pueda ser largo o tal vez no, pero que se puede producir la remontada. Y practicar una resistencia activa y beligerante
En peores momentos nos hemos visto a lo largo de nuestra historia y que, los que ya tenemos algunos años, aguantando el temporal, hemos ganado. Pero ante esta situación se hace preciso conocer al enemigo y sus intenciones, y, una vez conocido, denunciar y divulgar la verdad lo más posible, sin temor y sin rubor. Y que esa verdad la conozcan nuestros hijos y nietos, nuestros vecinos y nuestros compañeros de trabajo. Y que los que puedan lo escriban y, a ser posible, publiquen, y así mismo lo hagan los que tengan acceso a radios o televisiones. Por tanto, no abandonar, ni darnos por vencidos. Eso sería dar la razón a nuestros adversarios.
Aquí hay muchos enamorados de la montaña que sabemos que cuando la cuesta se pone difícil la cima se ve todavía muy lejos y parece que no podemos más y tenemos que abandonar, lo mejor es apretar los dientes, echar una rápida mirada atrás para ver lo que ya se ha recorrido y tirar para adelante con la fe y la convicción de que llegaremos.
Digamos con Kipling, «La batalla de la vida no siempre la gana el más fuerte, o el más ligero, la gana, porque tarde o temprano el hombre que gana, es aquel que cree poder hacerlo». Lo hemos hecho ya otras veces, hemos sufrido ya dos legislaturas de Zapatero. ¿Por qué no ahora?