Multiculturalismo o interculturalismo.
Multiculturalismo o interculturalismo
Hace ya bastantes años que venimos combatiendo la idea del multiculturalismo como una categoría ideológica de dominación nacida desde los antropólogos culturales usamericanos por la cual se exalta a las minorías por el hecho de ser minorías en desmedro de las mayorías populares. Y de dominación porque lo que se busca con su utilización política es quebrar la idea de comunidad nacional en una multitud de minorías o grupos minoritarios, políticamente de más fácil manejo que un poder nacional centralizado.
Este multiculturalismo es el que tiene vigencia política en Bolivia, en estos últimos tiempos, con la sanción de una constitución con 36 naciones aborígenes. Así bajo la mascarada y el simulacro de defender los intereses postergados históricamente de los «originarios» se quiebra desde el Ejecutivo la comunidad nacional boliviana. El Estado-nación creado por Sucre corre el riesgo de dejar de existir. A decir verdad tampoco les sirvió de mucho su existencia pues estos últimos doscientos años fueron de mayor explotación que los del período hispánico. Pero al menos, gracias al Estado-nación fueron reconocidos como tales, como bolivianos, en el orden internacional, que no es poco. ¿Cuál es la ventaja para Bolivia que le traen las tesis multiculturalistas? Ninguna, sino por el contrario, será mucho mejor manejada por los intereses brasileños, chilenos, argentinos y de yanquilandia en la región al no existir un poder central de decisión nacional sino 36 «decisiones nacionales». Un verdadero disparate.
Las tesis multiculturalistas también son aplicadas en Chile con la exaltación del pueblo mapuche con sus oficinas en Londres (siempre detrás Inca-la-perra como dice el Martín Fierro). Algo también en Argentina y Colombia. Mucho más en Ecuador y Venezuela.
En el fondo el multiculturalismo es una trampa, porque no consiste en un respeto verdadero por el otro. Hace como si lo respetara pero en realidad no lo tiene en cuenta tal como es, sino más bien lo toma al otro por la caricatura de lo que es. Que el multiculturalismo es un instrumento del imperialismo lo pone de manifiesto Rodrigo Argulló cuando afirma: «En realidad el multiculturalismo apunta en su estadio final no a la coexistencia de culturas sino a su fusión en el seno de un mercado global» [1].
Esta parodia respecto a la valoración del otro solo a través de su pintoresquismo y no en lo que verdaderamente es o existe, nos ha llevado a plantear la teoría del disenso [2] según la cual proponemos «otro sentido» al actualmente vigente sobre las cosas y las acciones de los hombres. El disenso se torna peligroso para el pensamiento único y políticamente correcto, una de cuyas categorías es el multiculturalismo, dado que permite crear teoría crítica. Pues como afirmara ese gran filósofo suramericano que fue Alberto Wagner de Reyna: «Detrás del contenido lógico del disenso siempre hay una necesidad –axiológicamnete fundada en lo insobornable– de hacer vencer la verdad. Nada más lejos de él, que el parloteo –hablar por hablar y discutir por discutir– que la jovial disposición a un compromiso que no compromete a nada. Tal suele ser el tan celebrado consenso» [3].
El consenso y sus famosas «mesas de consenso» como instrumentos del multiculturalismo fundan lo que hemos denominado «falso diálogo», es decir, un diálogo que comienza con el consenso como petición de principio, escondiendo de entrada nomás, las diferencias de las partes y de los intérpretes. Este disimulo, esta parodia ha malogrado las mejores iniciativas, porque ha partido siempre de «la parodia del otro» como lo es tomar «al otro» antes que nada como un igual. Ignorando que la única igualdad posible en un diálogo abierto y franco es la diferencia. Y esta se manifiesta siempre y de entrada en el disenso. Pretender definir «al otro» bajo el apotegma de «todos por igual» es ocultar su identidad en la categoría ideológico política del igualitarismo. Falsedad que se viene repitiendo desde la Revolución Francesa para acá en todos «los ismos».
Al ser el consenso entendido por el progresismo como razón de causa eficiente y no como causa final a la cual llegar, se establece entonces por acuerdo de los grupos de poder o minorías. Es sabido que los pueblos no consensuan, ellos simplemente dicen qué y quiénes son en la historia del mundo. Y la lógica interna de las minorías es que la decisión se toma siempre antes que la deliberación, con lo que esta última se transforma en un simulacro más. Con justa razón ha afirmado ese gran pensador de la política que es Dalmacio Negro Pavón: «El consenso, como mito político, está al servicio de las oligarquías que se presentan como representantes de la sociedad» [4].
El multiculturalismo se presenta como una idea fuerza para preservar la diversidad y la pluralidad del mundo bajo los principios de igualdad, tolerancia y democracia cuando en realidad lo que produce es algo totalmente distinto. Viene como caballo de Troya del imperialismo a quebrar las comunidades nacionales en múltiples tribus urbanas o rurales (Maffesoli dixit) que ya no serán contenidas por la pertenencia al Estado-nación sino sólo por el dios monoteísta del Mercado Global.
Así extraña a los pueblos de sus propias raíces pues entiende la identidad como la de todos por igual y la tolerancia no para evitar un mal mayor sino como «la demorada negación del otro» a través de la retórica del consenso (habla, habla que yo ya tomé la decisión) y la democracia como respeto al procedimiento jurídico político y no como poder al pueblo.
La mejor, mayor y más profunda respuesta al multiculturalismo ha nacido del filósofo cubano Raúl Fornet Betancourt, radicado hace muchos años en Alemania, con su trabajo Filosofía intercultural (México, 1994).
Allí nace por así decir el concepto de interculturalidad no tanto como oposición a multiculturalidad sino como afirmación del mestizaje hispanocriollo de lo que es América. Nosotros, los americanos, que somos muchas culturas al mismo tiempo, no nos podemos identificar con una sola como pretende el multiculturalismo sino que vivimos varias culturas al mismo tiempo. De modo tal que nosotros vivimos entre culturas, una interculturalidad raigal. Pretender desgajarnos de estas muchas culturas que somos para exaltar una de entre ellas, como pretende el indigenismo multiculturalista, es extrañarnos de nosotros mismos. Así el interculturalismo encarna y representa al pluralismo cultural genuino porque muestra y respeta los múltiples aspectos que viven en nosotros mismos. A diferencia del multiculturalismo que nace y depende de un centro cultural interpretativo: Usamérica y el pensamiento único, «El interculturalismo –afirma Fornet–, desecha y renuncia a operar con un solo modelo teórico-conceptual que sirva de paradigma interpretativo» [5].
Ya el término inter-culturalismo nos indica que nosotros vivimos –entre– culturas, entre varias culturas y pretender definirnos o comprendernos por una sola de entre ellas es, en definitiva, no entendernos en lo que somos.
Pero también es cierto que nosotros, los americanos, no somos todas esas culturas acabadamente, no somos la «raza cósmica» como ingenuamente pretendía el gran Vasconcelos, somos o tenemos, análogamente, parte de esas culturas, de algunas más y de otras menos. Todo ello se plasmó luego de quinientos años en un tipo humano: el criollo, que no es ni tan español ni tan indio, según afirmaba Bolivar. El criollo bajo la forma del huaso, el gaucho, el llanero, el cholo, el colla, el montubio, el ladino, el boricua, el charro es la encarnación de este mundo intercultural de que hablamos aquí. Él es en sí mismo la encarnación de una pluralidad cultural viviente. Es una cultura de síntesis que nos habla de un tipo humano de lo mejor que América ha dado.
Poéticamente esto lo expresaron Darío y Hernández cada uno a su modo:
Hay mil cachorros sueltos del León Español.
Se necesitaría, oh Roosevelt, ser, Dios mismo,
el Riflero terrible y el fuerte Cazador,
para poder tenernos en vuestras férreas garras.
Y, pues contáis con todo, os falta una cosa: ¡Dios!
Tiene el gaucho que aguantar
hasta que lo trague el hoyo,
o hasta que venga un criollo
en esta tierra a mandar.
Y políticamente se ha encarnado el interculturalismo en hombres gobernantes como Eloy Alfaro (Ecuador), Juan José Arévalo (Guatemala), Getulio Vargas (Brasil), Perón (Argentina) Ovando y Candia (Bolivia), Natalicio González (Paraguay), Herrera (Uruguay), Balmaceda (Chile), López Michelsen (Colombia), Belaúnde (Perú), Cárdenas (México), Caraso (Costa Rica), Arnulfo Arias (Panamá) y hoy día Chávez (Venezuela) y Uribe (Colombia) más allá de sus diferencias ideológicas. (Nota.- Tener en cuenta que el artículo está escrito en 2008)
Todos ellos, cada uno a su tiempo, han sabido responder desde el poder qué son ellos y los pueblos que gobiernan. Es que el ejercicio de la interculturalidad es una vivencia, no crea dudas, éstas nacen cuando se aplican modelos ideológico-políticos como sucede con el multiculturalismo para entender una realidad, la realidad nuestra y de nuestros pueblos, que escapa a sus categorías de interpretación.
[1] ARGULLÓ, Rodrigo: «El progresismo, enfermedad terminal del izquierdismo» en revista El Manifiesto Nª 10, Barcelona, junio 2008.
[2] BUELA, Alberto: Teoría del disenso, Bs.As., Ed. Cultura et Labor, 2004.
[3] WAGNER DE REYNA, Alberto: Prólogo a Ensayos de Disenso, Barcelona, Ed. Nueva República, 1999, p.5.
[4] NEGRO PAVÓN, Dalmacio: «Desmitificación del consenso político» en revista Razón Española Nº 145, Madrid, sep-oct. 2007, p.152.
[5] FORNET BETANCOURT, Raúl: Filosofía intercultural, México, Univ. Pontificia, 1994, p. 10.