El socialismo de José Antonio
Pero hay que destacar, como aspecto muy importante de esa socialización intentada, el entendimiento cristiano de la vida y una conciencia social profunda. En este sentido hay que conceder a José Antonio una actitud preconizadora.
Publicado en el diario Arriba el 29/OCT/1976. Autor.- Feliciano Correa Gamero. Ver PDF original
El socialismo de José Antonio
Es importante señalar, en el esfuerzo para comprender el intento de la Falange, que la evolución en lo económico y social que se da en José Antonio hacia la izquierda en los años 1935 y 1936, no significa, en modo alguno, un pacto con el izquierdismo. La evolución que se opera en José Antonio va, más que en el rechazo de sectores de izquierda y derecha, en un intento de reconciliación nacional, orientando su renconciliación hacia el camino de lograr acabar con la situación de injusticia social generalizada. Para alcanzar esa justicia José Antonio entiende que los grupos más sacrificados deben ser los grupos de derechas, anclados en su inmovilismo tradicional.
Este aspecto de José Antonio ha sido boicoteado durante años en perjuicio de la clarificación de su pensamiento. Se ha repetido, como con un organillo de los mejores tiempos del cuplé, el discurso manoseado del teatro de la Comedia, casi el único que a nivel general se conoce, discurso que —histórica paradoja— fue calificado por el mismo José Antonio como discurso «irresponsable de la infancia». Por eso, con todo acierto dice Gómez Molina, que «no estaría de más elaborar intencionadamente otro repertorio de frases de José Antonio que compusieran la réplica, la antología antitópica. Frases que han permanecido extrañamente sin la resonancia de las otras y que, esto es lo grave, son imprescindibles para conocer medularmente su ideario».
En el análisis de ese José Antonio más duro hay un socialismo de hombres libres, un socialismo que empalma con la revolución del 14 de abril, no en lo que tiene de indicador político de un régimen, sino en lo que tiene de revolucionario, porque la postura del fundador falangista es mucho más nacional y más profundamente revolucionaria que la de la Segunda República. La revolución republicana es fundamentalmente retórica —de un querer dialéctico—; su revolución consistió en arremeter contra las instituciones que de alguna manera no encajaban con los ideólogos de la República y con su Constitución, pero no supuso el régimen republicano una construcción o una renovación para superar las deficiencias políticas y sociales.
La Falange no es una reacción a lo existente, sino un proyecto de superación de esa realidad con la que hay que contar. Junto a esto quiere —en palabras de José Antonio— «tender un puente sobre la invasión de los bárbaros», es decir, salvar de la acometida comunista todo aquello que en la quema revolucionaria materialista puede perecer, pero también pretende «la desarticulación del sistema capitalista por la asignación de la plusvalía del trabajo al sindicato». Este pensamiento de José Antonio, que parece extraño para algunos sectores católicos, es fundamental para entenderlo, y es explicable la extrañeza porque, en la ñoña mentalidad de algunos sectores de la derecha española, se achaca al marxismo la única patente del socialismo, sin considerar que hay un socialismo no marxista, que tampoco es capitalista, pero esta realidad no interesa ser vista por las derechas.
Hay otro punto de importancia, por el énfasis que pone José Antonio, me refiero al viejo tema de la reforma agraria. Para él hay que ir «a la cancelación de las rentas». Esto lo planteó en el Parlamento, en el fondo del enfoque técnico que apuntó late un fuerte sentimiento humanitario, una justicia social ansiada, ambas cosas son en él, como definió en 1966 Torcuato Fernández-Miranda, «las bases de un socialismo personalista, es decir, un socialismo occidental y cristiano, enmarcados en un humanismo español».
Pero el intento de renovación profunda, de socialización, no llegó a realizarlo la Falange, ni hubo tiempo, después... la nación caminó hacía otras metas políticas. Así ha sucedido que el pensamiento de José Antonio ha quedado convertido en una fórmula política que tiene más entidad como fósil histórico que como palanca gobernadora de una comunidad nacional. A pesar de esto, el impacto de la idea fue grande, más por intuición que por análisis detenido del intento. Tal vez no sea más que una anécdota, pero desde luego una anécdota significativa, el hecho de que el primer monumento que se levantó a José Antonio en el Madrid que le vio nacer fue erigido de un modo espontáneo y popular, hecho por un albañil llamado Jesús de la Rica; en su inauguración, en un suburbio del barrio proletario de Vallecas, se escucharon aquel día jugosas palabras sobre «la revolución pendiente».
Pero hay que destacar, como aspecto muy importante de esa socialización intentada, el entendimiento cristiano de la vida y una conciencia social profunda. En este sentido hay que conceder a José Antonio una actitud preconizadora. Es como un precursor del lenguaje de reconciliación que observaremos en la Iglesia después de la Segunda Guerra Mundial, y es que, también en esto, su actitud supone un pensamiento en marcha hacia el futuro.
Desde una perspectiva de los años setenta hay que reconocerle, como ya apuntábamos, el valor de haber aceptado —desde un entendimiento cristiano de la vida— algunos valores del socialismo marxista; este valor hay que verlo en cuanto a la aceptación de un espíritu ecuménico que estaba lejos de ser imaginado por muchos sectores católicos de los años treinta. El entendimiento cristiano de la villa y las formulaciones económicas y sociales del marxismo las va a aunar para presentar una síntesis política conciliadora y superadora, pero, y esto es fundamentalísimo, sin ningún tipo de renunciamientos desde una perspectiva cristiana de la existencia. Esta conciliación marxismo-cristianismo, que no tiene sentido desde un enfoque teológico, la apunta José Antonio en el sentido técnico que viene de la aportación marxista, aceptando el deseo de justicia y de igualdad que late, y que denuncia el marxismo.
Quiere aprovechar esa acusación marxista por la injusticia y proclamar que también una sincera postura cristiana repele la injusticia. Por eso recoge del marxismo la denuncia y propone —aceptando esa denuncia como válida— que desde una visión cristiana puede encontrarse una solución, que será justa y cristiana.
El fundador de Falange presiente que para lograr la paz verdadera —desde ese planteamiento cristiano— no deben chocarnos ni resultarnos extrañas las demandas de justicia que se hacen desde enfoques materialistas de la vida; podríamos decir que acepta la actitud de violencia del marxismo ante la injusticia. En este sentido parece presentir el pensamiento de Pablo VI en la Populorum Progressio: «El cristiano no puede admitir lo que supone una filosofía materialista y atea, que no respeta ni la ordenación de la vida hacia su último fin, ni la libertad ni la dignidad humana. Pero con tal que esos valores queden a salvo, un pluralismo de las organizaciones profesionales y sindicales es admisible».
Aunque este intento de aproximación pudiera suponer para cualquier cristiano un riesgo, el profundo sentimiento de José Antonio, católico convencido y practicante, impediría cualquier desmandamiento al plantearse estas cuestiones, aun desde la perspectiva de la doctrina social de la Iglesia en los años treinta.