Editorial

Borrascas sobre España.

Todas y cada una de las fuerzas políticas del panorama nacional han aprovechado la desgracia como arma arrojadiza contra sus oponentes, en lugar de aplicarse a una necesaria colaboración para el bien común.

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Borrascas sobre España.


Con la intensísima nevada provocada, dicen, por la conjunción del huracán Filomena y una masa de aire frío polar, en diversas zonas de la geografía española –empezando por su capital– se han producido cortes de comunicaciones, colapsos, calles y plazas inaccesibles y, de hecho, anulación de la escasa vida social y ciudadana que aún permitían las medidas sanitarias por la covid-19.

Es evidente que los fenómenos naturales y las pandemias escapan a la voluntad de los seres humanos, de sus colectivos y de las instituciones; todo lo más, se pueden pedir a estas medidas de lógica prevención y, una vez producido el desastre, una buena gestión para paliarlo.

Nunca podremos saber, en verdad, si ambas acciones han sido bien llevadas a efecto, y si las reclamaciones y clamores de los ciudadanos afectados tienen o no una base real, y ello es debido, una vez más, al feroz partidismo que invade toda la vida española y que se manifiesta a través de los medios de difusión: todas y cada una de las fuerzas políticas del panorama nacional han aprovechado la desgracia como arma arrojadiza contra sus oponentes, en lugar de aplicarse a una necesaria colaboración para el bien común, independientemente del modo de pensar de cada cual.

La atribución de responsabilidades entre las distintas administraciones, y la consiguiente pugna entre ellas, agrava los desastres y, por ello, roza la negligencia y la mala fe. El perjudicado, en definitiva, es el ciudadano de a pie, al cual, por sistema, solo se le pide sumisión en todo momento a cambio del dudoso derecho y favor de depositar periódicamente una papeleta electoral en una urna.

Muchas veces hemos denunciado desde La Razón de la Proa la sustitución de facto de la democracia por la partidocracia; un supuesto gobierno del pueblo es suplantado por la dictadura de los partidos, cuyas actuaciones escapan al control de ese pueblo al que dicen vivir en democracia; el único control que existe es el de unos intereses partidistas sobre otros, pero siempre en clave de obtener réditos electorales, nunca del bienestar de la colectividad.

Una prueba reciente la tenemos en el tema prioritario en Cataluña, que no es la pandemia, sino si se realizan o no las elecciones en la fecha prevista.

En este momento de la historia del siglo XXI –con la pandemia encima– es iluso plantearse en Occidente la sustitución completa del mecanismo de la democracia partitocrática por otro más efectivo, real y honesto; pero sí deben insistir los ciudadanos –y, a su cabeza, las minorías selectas del pensamiento y de la ciencia política– en la búsqueda de alternativas complementarias a los procedimientos establecidos, de forma que consigan una representación y una participación más auténticas.

En medio de las crisis que estamos atravesando –la sanitaria, la económica, la social y, ahora, la climatológica– no estaría de más dar la voz a aquellos colectivos que las sufren en sus carnes, y que pueden ofrecer soluciones al margen de las disputas partidistas; la lista sería muy larga: personal sanitario, científicos e investigadores, comerciantes, transportistas, restauradores, docentes… De hecho, todo un clamor social que carece de voz y de voto reales.

Y todo esto unido a una buena gestión de los recursos existentes de los medios de prevención, intervención y solución, independientes de las banderías a las que cada uno desee apuntarse en sus ratos libres.