Familia y empresa
Una sociedad está compuesta por personas, que se mueven y actúan en un entramado de necesidades e intereses compartidos, mediante pequeñas, medianas o grandes entidades orgánicas de convivencia.
Editorial de La Razón de la Proa (LRP) de junio de 2020, recuperado para ser nuevamente publicado en mayo de 2023. Recibir el boletín de LRP.
Familia y empresa
Una sociedad no está compuesta por meros individuos, según las tesis y la praxis del liberalismo individualista, ni por colectivos, objeto de la atención de la nueva izquierda anclada en las referencias vetustas del marxismo-leninismo. Una sociedad está compuesta por personas, que se mueven y actúan en un entramado de necesidades e intereses compartidos, mediante pequeñas, medianas o grandes entidades orgánicas de convivencia.
Así lo dejaron claro, por ejemplo, los krausistas, los tradicionalistas y las mentes más lúcidas del socialismo español, y esta consideración personalista desembocó en el ideario joseantoniano fundacional.
Estas necesidades e intereses compartidos son de muchos tipos: afectivos, culturales, económicos, deportivos…, y son independientes de las legítimas opiniones políticas que sustenten quienes las componen; lo negativo es que sean estas opciones políticas, encarnadas en los partidos, las que monopolicen la participación de los ciudadanos en la gestión de una sociedad. En ese caso, la democracia degenera en partidocracia.
Entre esas entidades orgánicas de convivencia se destacan, de forma natural, la familia y la empresa. La primera, célula base de una sociedad en orden a la afectividad, a la educación de los hijos y a la integración armónica de diferentes generaciones, y la segunda como unidad en orden al trabajo y a la producción económica.
La familia ya abandonó, hace mucho tiempo, su dimensión productiva, por lo menos de forma generalizada y en modo alguno puede ser entendida desde perspectivas economicistas. Ahora es la empresa, desde el punto de vista neocapitalista, la que parece querer invadir ámbitos que corresponden a la persona como miembro de una familia y de otras entidades orgánicas alejadas de lo económico.
Tales son esos modelos de empresa que, profundamente deshumanizados en la realidad, pretenden asegurar a sus empleados la organización de sus tiempos y espacios de ocio, de cultura, de diversión, manteniéndolos sujetos a la estructura empresarial en su tiempo libre.
Por otra parte, el teletrabajo, que aseguraría en lo teórico una mayor implicación del trabajador en la vida familiar, puede derivar, en la práctica, en una distorsión de la vida familiar, actuando de cuña implacable de naturaleza productiva en la esfera íntima de un núcleo familiar.
Abogamos, lógicamente, por el máximo respeto a las respectivas esferas de familia y empresa. Bienvenidas sean aquellas nuevas modalidades que permitan esa armonización de finalidades de ambas entidades naturales; no, por el contrario, la pretensión invasiva de lo que es estrictamente productivo en los ámbitos que deben quedar como garantes de libertad, de relaciones no laborales ni comerciales, y que son, en definitiva, esenciales para la persona, nunca reducida a la condición de homo económicus desde nuestra perspectiva falangista.