La voz del temor.
Editorial de La Razón de la Proa (LRP) de julio de 2021, recuperado para ser nuevamente publicado en febrero de 2024. Solicita recibir el boletín semanal de LRP.
La voz del temor.
Una de las grandes paradojas de nuestros días es que, conforme se idean o inventan derechos de nueva generación, como el suicidio asistido), se cercenan verdaderas libertades en el ámbito de lo individual e íntimo, bajo una legislación que se entremete, incluso, en los campos más recónditos e íntimos; y, donde no alcanzan las leyes y decretos, está la censura social.
Sabemos que no es un problema exclusivo español, sino que afecta a una gran parte de nuestro mundo occidental; diversos autores han acuñado así el aparente oxímoron totalitarismo democrático (¿o quizás fuera más exacto hablar de democracia totalitaria?)
Concretamente en España, se ha instaurado la costumbre de bajar la voz cuando se sospecha que lo que se va a decir contraviene alguna norma establecida o, sencillamente, es políticamente incorrecto, uso que contradice el expansivo carácter mediterráneo o latino…
Esta costumbre ya estaba instaurada hace muchos años en aquellos territorios donde el supremacismo separatista campaba a sus anchas e imponía su dura lex contra los discrepantes, como en el País Vasco o en la Cataluña profunda. Se bajaba la voz cuando, ante un interlocutor de toda confianza, se criticaba la situación o de expresaban ideas contrarias a las tendencias nacionalistas imperantes. Se sigue bajando la voz: ¡a ver quién es el osado que dice ahora en un lugar público que el Tribunal de Cuentas tiene razón!
Ahora se ha extendido la práctica, y prácticamente en todo el territorio nacional se tiene especial cuidado con lo que se dice; si el tema de la conversación entre dos personas o en una tertulia de amigos versa sobre tabúes (por ejemplo, las improntas LGTBI, la inmigración desbocada o la memoria histórica) o se expresan ideas propias que discrepan de las versiones oficiales o de las ideologías que sostienen el Sistema, el tono de voz puede volverse hasta inaudible.
Se tiene, incluso, especiales prevenciones en las manifestaciones del sentido del humor hispano; los chistes pueden ser motivo de acusación formal de delitos de odio (¿) o de parecida categoría penal; nadie se lo hubiera dicho a algunos ancianos o adultos de edad provecta que conocieron, repitieron y se rieron a mandíbula batiente con los chiste sobre Franco dichos en voz alta…
Dejemos de hablar en voz baja, con temor; limitemos este uso para confidencias de tipo familiar o para tiernas palabras de amor. Pero expresemos nuestro humor y nuestras opiniones en un tono normal de voz, sin importarnos nada la oreja del Sistema instalada en la mesa contigua del bar, se incomode o no con nuestras palabras dichas en libertad.
En una palabra, rompamos el silencio impuesto y hablemos con corrección pero con libertad y gallardía.