Editorial

La libertad, valor irrenunciable.

Acatemos la norma, velemos por la seguridad de todos, pero no renunciemos al recto uso de nuestra libertad.
La invocación a la seguridad se está usando como instrumento para conseguir la sumisión, y algunas normas dictadas desde el poder son, en realidad, imposiciones ideológicas o estratégicas, en claro detrimento de la libertad.

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La libertad, valor irrenunciable.


Todos los Estados llamados democráticos están sumidos en la penosa y ya clásica disyuntiva entre seguridad y libertad, a causa de la pandemia del covid-19; se puede ampliar el dilema con la introducción de un tercer concepto, indispensable para que exista la sociedad, que es la existencia de normas que regulen la convivencia.

El verdadero y acuciante problema surge cuando la seguridad se utiliza como subterfugio para reducir o anular las legítimas libertades; y cuando las normas, en consecuencia, llegan a ser arbitrarias, sea por exceso de rigor o por laxitud.

Defendemos que la libertad del ser humano forma parte de la trilogía de valores que lo definen como tal: dignidad, libertad, integridad, que fueron definidos por José Antonio como eternos e intangibles. También, que solo existe la libertad dentro de un orden, que viene dado por la norma justa y legítima.

Así, es artificioso e ilegítimo invocar la libertad para desmantelar o destruir la convivencia dentro de una colectividad, segregar a sus componentes en cuanto a la igualdad ante la ley o intentar hacer borrón y cuenta nueva de la unidad esencial de una nación.

Tampoco son legítimas las manifestaciones de insolidaridad, pues solo mediante su contraria, la solidaridad, es posible que una simple coexistencia se eleve a la categoría de convivencia; nuestra vida personal descansa en la vida social, esa que tanto echamos a faltar por culpa de los confinamientos…

Todo lo dicho es obvio. Como también lo es alcanzar el necesario equilibrio justo entre los tres conceptos en litigio: la libertad, que nace de la propia condición humana pues le fue otorgada por el Creador, y la seguridad, que debe ser contemplada por una norma adecuada.

Pero existe la sospecha fundada de que, actualmente, la invocación a la seguridad se está usando como instrumento para conseguir la sumisión, y algunas normas dictadas desde el poder son, en realidad, imposiciones ideológicas o estratégicas, en claro detrimento de la libertad. Los códigos políticamente correctos, por ejemplo, o la introducción de visiones antropológicas de obligado cumplimiento, con sus correspondientes leyes coercitivas y punitivas, pertenecen a esta evidencia; asimismo, las versiones oficiales de la historia, de las que no se permite discrepar.

No se puede en absoluto descartar, que en el caso de España en concreto, se estén utilizando normas sanitarias para reeducar a la población entera en el acatamiento y la sumisión, en una degradación de la condición de ciudadano en la de súbdito; a eso se le está llamando, desde voces dispares pero todas ellas fiables, totalitarismo democrático.

Sepamos hacerle frente, y el arma es el pensamiento crítico, tan poco usado en nuestros días y que debe caracterizarnos a los joseantonianos del siglo XXI.

Acatemos la norma, velemos por la seguridad de todos, pero no renunciemos al recto uso de nuestra libertad.