Ni mediatización ni aislamiento
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Ni mediatización ni aislamiento
Hemos leído recientemente (ABC, 17-IV-22) unas declaraciones del embajador francés en España, Jean-Michel Casas, en las que, no solo apoya entusiásticamente el giro del Gobierno español sobre el Sahara, sino que dice textualmente:
«Nosotros ya estamos desde hace tiempo en esa posición (…). El Gobierno español ha hecho la única cosa que tenía que hacer, porque, sí o sí, España tenía que normalizar las relaciones con Marruecos, pues es interés fundamental para España y para el resto de Europa. Había que salir de una situación en la cual España no podía funcionar con una relación tan tensa y degradada con Marruecos».
Nos ha extrañado gramaticalmente el uso de tiempos de obligación (la única cosa que tenía que hacer…, tenía que normalizar…, había que salir…), ese indiscutible sí o sí, y la rotundidad de que España no podía funcionar… Se nos antoja que es un lenguaje poco usual en un diplomático, más propio del representante de la metrópoli en un protectorado o en una colonia.
En todo caso, nos confirma que el giro del Gobierno español (no lo olvidemos: de izquierdas) ha venido impuesto, no tanto desde la U.E. o desde la O.T.A.N., a las que pertenece, sino por decisión del mentor actual de ambas instituciones, los Estados Unidos de América, tradicional aliado de Marruecos y ⎼no lo olvidemos⎼ promotor de aquella Marcha Verde que, en 1975, ocasionó el abandono del territorio saharaui (en teoría, una provincia española).
Estamos, según todas las apariencias, en un claro caso de mediatización sobre una nación soberana. Obviando, incluso, los aspectos éticos del giro (la población saharaui), desde un punto de vista político no resulta airosa la posición del Gobierno de Pedro Sánchez y de cuantos le han apoyado.
Desde esta página, siempre hemos preconizado la participación de España en la construcción de una Europa unida; nos hemos basado en la definición que dio José Antonio de una patria, definición que trasciende de los actuales Estados-nación: unidad de destino en lo universal, es decir, integración de pueblos, razas, lenguas y costumbres en torno a una misión común, que viene dada por unos rasgos semejantes en herencia cultural y en decisión de caminar juntos en torno a un proyecto entre las demás patrias.
Ante la situación actual de la U.E., hemos repetido un amamos a Europa porque no nos gusta, del mismo modo que tampoco nos gusta la España oficial. Creemos que nuestro planteamiento europeísta es de inequívoca raíz joseantoniana; aspiramos a que, en un futurible, Europa, afincada en sus raíces verdaderas e ilusionada por un proyecto, sea capaz de colaborar y competir con las distintas unidades que ya están formadas o se están fraguando: Estados Unidos, Rusia, China y los llamados países emergentes. Pero esa participación de España en un proyecto europeo de futuro tiene poco que ver con el triste papel sumiso actual, bajo la férula llamada occidentalista.
Ante todo, observamos que las actuales directrices no tienen en cuenta la españolidad de las ciudades de Ceuta y Melilla, ni de las aguas jurisdiccionales de las islas Canarias, ni las invasiones fronterizas: son temas desconocidos o abandonados a la intemperie por la actual U.E. y la O.T.A.N., como fuerza jenízara de los Estados Unidos, a la vez ⎼repetimos⎼ aliado de Marruecos.
En consecuencia, ni aislamiento ⎼contradictorio con nuestros planteamientos joseantonianos⎼ ni mediatizaciones en nuestra soberanía. Bastante estamos sufriendo en nuestras carnes el papel de colonia ideológica del Sistema, incluso ⎼dicen los expertos⎼ el de laboratorio de pruebas de la implantación del pensamiento único en todos sus ámbitos.
De momento, aconsejamos prudencia en sus palabras al embajador francés, porque se le nota el plumero…