Un éxito de los montañeros del Frente de Juventudes
Los protagonistas de la gesta deportiva fueron los dos jóvenes escaladores de la Escuela de Guías Montañeros, del Frente de Juventudes de Barcelona: Ricardo Vallverdú y Carlos Boix.
Publicado en el núm. 213 de Trocha, de abril de 2020. Editado por Veteranos OJE - Cataluña. Ver portada de Trocha en La Razón de la Proa (LRP). Para recibir actualizaciones de Trocha.
Un éxito de los montañeros del Frente de Juventudes
Es bien sabido que en el seno del extinto Frente de Juventudes se realizaban muchas actividades de todo tipo, pero siempre con una finalidad formativa. Lo más conocido, por supuesto, fueron los campamentos de verano. Sin embargo, en el ámbito deportivo, balónmano, natación, aeromodelismo…, también ocuparon un relevante puesto en cuanto a la cantidad de participantes y la calidad educativa.
Punto y aparte lo constituía la actividad montañera y sus derivados, la escalada en roca y el esquí. Es ahí, precisamente, donde en esta ocasión recalamos, y sacamos a relucir los detalles de una escalada que, en su tiempo (1961), representó todo un reto, especialmente teniendo en cuenta los materiales de escalada y los equipos personales disponibles en aquel entonces; no olvidemos que por aquellas fechas todavía se utilizaban las escarpas de hierro dulce, las clavijas de acero…y, como novedad del momento, aparecieron las llamadas pitonisas de expansión, las cuales, bien utilizadas, permitían superar algunos pasos extraplomados y techos de paredes y monolitos con cierta seguridad.
Los estribos, verdaderos auxiliares para pasos difíciles y reuniones, tenían, en aquel entonces, sus peldaños de madera. Ni que decir tiene que las cuerdas, incluidas las bagas y auxiliares, eran de noble cáñamo y, lógicamente, tenían el defecto de endurecerse y aumentar de peso en caso de empaparse de agua. La lluvia, por tanto, era enemiga de la escalada.
En cuanto al equipo personal de los escaladores diremos que, ordinariamente, se componía de un calzado ligero y poco resistente; mayormente se utilizaban botas de lona con la suela de cáñamo; también había quien prefería las zapatillas de lona con piso de goma, que entonces se llamaban wamba; aunque pronto, a principio de 1962, empezaron a salir al mercado unas innovadoras botas ligeras de cuero, con suela rígida, que se llamaban cletas.
El resto del equipo personal lo componía las medias de lana, el pantalón bávaro de pana, la camisa de uniforme (en nuestro caso), y una chaquetilla de loneta reforzada en los hombros para atenuar el efecto del roce de la cuerda en el momento del descenso en rápel.
Después de esta breve descripción, que nos sirve para comprender y valorar mejor la conquista de nuestros camaradas montañeros, pasaremos a referirnos a la exitosa ascensión que tuvo lugar el día 28 de mayo de 1961 en el Sot del Bac, situado en las cercanías de El Figaró, comarca del Vallés Oriental de la provincia de Barcelona.
Los protagonistas de la gesta deportiva fueron los dos jóvenes escaladores de la Escuela de Guías Montañeros, del Frente de Juventudes de Barcelona: Ricardo Vallverdú y Carlos Boix (Q.E.P.D.). Eran dos entusiastas del alpinismo, con unas dotes físicas y psíquicas adecuadas para el dominio de la técnica de escalada que, en aquellos tiempos, como es natural, no disponía de los recursos materiales de ahora. Aquello era todo un reto a la técnica y al ingenio.
La noble amistad entre los dos componentes de la cordada, como es obvio, era un factor importante para generar la confianza exigible al depositar la seguridad de la integridad física en el compañero de escalada. En eso se funda, precisamente, el principio de cohesión de la cordada. En definitiva, esa confianza mutua es lo que permite el trabajo coordinado que lleva al éxito.
El señalado día 28 de mayo, bien temprano, nuestros protagonistas se situaban al píe del conocido monolito del Sot del Bac, denominado La agulla del salt. Lo cierto es que esa aguja ya había sido escalada, previamente, por otros muchos escaladores utilizando diversas rutas, pero, en esta ocasión se trataba de abrir una nueva vía que incorporaba, nada menos, la superación de un techo, es decir, un notable extraplomado.
Carlos y Ricardo ya habían estudiado previamente el itinerario a seguir y, bien pertrechados del material adecuado (sobre todo con una moral a toda prueba), iniciaron la ascensión que, según nos dejaron escrito, se desarrolló de la siguiente manera:
Se inicia la ascensión por una fisura, donde se pueden clavar sin dificultad dos o tres clavijas o pitonisas de fisura. Se sigue la escalada por seis pitonisas de buril, que siguen la parte central del techo; una vez superado éste, se desvía a la derecha, también con pitonisas de buril, hasta llegar a una pequeña plataforma, donde se efectúa la primera reunión ayudado por estribos. De esta plataforma se sigue recto con pitonisas hasta llegar a una fisura descompuesta, donde podemos clavar tres escarpas, que nos ayudarán a llegar a un pequeño rellano en el cual se puede colocar un taco de madera a título de seguro. Desde este rellano, mediante un pequeño desvío hacia la izquierda y la superación de una chimenea, se llega a la cima sin mayores dificultades. –Tiempo empleado en la ascensión: 2 horas y media.
Este éxito, como no podía ser menos, sirvió de estímulo para algunos jóvenes montañeros de nuestros hogares y ello fue causa de que los sucesivos cursillos de escalada, celebrados por la EGM, se vieran nutridos por bastantes alumnos cargados de ilusión y deseos de aprender.
Tanto es así que, pocos años después, en 1964, nuestra Escuela ya estuvo en condiciones de organizar una expedición para coronar la cima más alta de los Alpes, el Montblanch, con sus 4.810 m., objetivo que se cumplió sin novedad con la participación, precisamente, de nuestros dos extraordinarios escaladores.