Empecinados con los tópicos
La fascinación por los tópicos también puede afectar a ciertos académicos, ajenos a ciertas reglas básicas de la imparcialidad histórica: estar por encima de prejuicios, recordar que no fue testigo directo y la historia no es un arma. La figura de José Antonio no ha escapado a esos reproches.
Publicado en La Razón de la Proa (LRP) en diciembre de 2021, recuperado para ser nuevamente publicado en abril de 2024. Solicita recibir el boletín semanal de LRP.
Empecinados con los tópicos
En varias ocasiones he escrito que el político español de la Segunda República del que sin duda más se han preocupado los historiadores, ha sido José Antonio Primo de Rivera. En una de esas ocasiones me refería a la crítica que sobre uno de los libros del profesor Joan Maria Thomàs escribió el periodista e historiador David Solar. Éste dedicaba a la crítica tres páginas en el diario La Razón donde destacan estos titulares:
«José Antonio. El hombre que ‘soñó’ con acabar con la guerra civil y superar a su padre».
¿Cómo qué soñó? No era ningún sueño. La carta que José Antonio escribe a Martínez Barrio está muy clara. Si acaso el sueño es la interpretación del mismo profesor que lo escribió.
Después, aparece en el diario El País otra crítica, escrita por el contumaz catedrático e historiador Enrique Moradiellos, elegido académico de número de la Real Academia de la Historia (España), quien no desaprovecha ocasión de presentarnos a José Antonio como:
«...primer jefe de Falange Española, el partido fascista fundado en octubre de 1933 con el objetivo de acabar por la fuerza con la odiosa democracia republicana».
Bueno, el listo y vivo de Moradiellos en ningún momento, como siempre hacen este tipo de historiadores, llega a demostrar nada, porque nada hay de lo que temerariamente escribe. Pero sí pasa por alto que quien de verdad quiso acabar por la fuerza con lo que él llama odiosa democracia republicana, fueron los socialistas con su Revolución de Octubre de 1934, donde se dedicaron a asesinar a gente inocente, religiosos incluidos, y destruir la Universidad de Oviedo. Y eso que Moradiellos, que nació en Oviedo, estudió en esa universidad y por ello está más que obligado a conocer lo que pasó en su ciudad durante los días que duró aquel golpe de Estado.
Todo lo demás que escribe, sobre José Antonio, lo lleva en su mente retorcida. No pierde ocasión de decir que para él el fundador de Falange fue solamente un fascista. Y si no veamos lo que anota, por ejemplo, en su libro Reñidero de Europa, publicado en 2001 (página 41):
«El pequeño partido fascista español fundado en 1933 por José Antonio Primo de Rivera, hijo de exdictador».
En 2004 publica 1936. Los mitos de la guerra civil, donde casi repite las mismas palabras (página 54):
«Todavía menos impacto tendría la actuación violenta de Falange Española, el pequeño partido fascista fundado en 1933 por José Antonio Primo de Rivera, el hijo del dictador». Repite y recalca lo de dictador, por si acaso hay gente que no lo sabe o lo tiene olvidado.
En su crítica al libro de Thomàs no cesa de escribir todas las majaderías que se le van ocurriendo. Por ejemplo:
«…ese político conocido como José Antonio a secas por su voluntad consciente de evitar el llamativo apellido para diferenciarse de su padre…».
Todo mentira. José Antonio siempre firmó con su apellido. Y si lo que pretende decir es que una gran mayoría de personas se referían a él sólo por el nombre, José Antonio está exento de toda culpa. Más adelante repite lo que parece su obsesión:
«…sobre todo italianos, dada la fascinación de José Antonio por Mussolini y su régimen fascista…».
Sin salirse del guion, que desde un principio se marcó, dice que entre las páginas más logradas del libro de Thomàs se encuentra el análisis que realiza el culto estatal a su memoria, unificada hasta extremos de herejía por su comparación recurrente «con la pasión de Cristo ambos muertos a los 33 años…». Ya es lo que faltaba. Jamás se ha visto publicado lo que repite Moradiellos que, para él, es lo más logrado del libro de Thomàs.
Aquel golpe de Estado de octubre de 1934, por parte de los insolentes y facinerosos socialistas ━al que José Antonio se refirió varias veces━, no está de más volver a recordarlo porque Moradiellos, que aparece en todas las salsas, también deseó tener su protagonismo. Hace algún tiempo, en un periódico local de Oviedo, un periodista que había leído poco de aquellos años convulsos de la Segunda República, le pregunta:
«¿Fue la revolución de octubre de 1934 el prólogo de la guerra civil, como ha asegurado la historiografía franquista?». Moradiellos, después de unas palabras de lo que representó aquel octubre de 1934, termina respondiendo: «Pero no, no puede considerarse la insurrección de octubre con el prólogo de la guerra civil. Fue sin más, una huelga general revolucionaria y secesionista en Cataluña…».
Parece, pues, que el entrevistador y el entrevistado nunca han leído lo que dijeron algunas personas que nada tenían de franquistas, más bien todo lo contrario.
Gustavo Bueno, en la revista digital El Catoblepas, escribió: «¿Cómo pueden olvidar en España las corrientes de izquierda que la Revolución de Octubre del 34 equivalía al principio de una guerra civil preventiva?».
Salvador de Madariaga en su libro España: «Con la rebelión de 1934, la izquierda española perdió hasta la sombra de autoridad moral para condenar la rebelión de 1936».
A modo de prólogo al libro de José Tarín-Iglesias, La rebelión de la Generalidad, Claudio Sánchez-Albornoz escribió que «la revolución de Asturias y el movimiento de Barcelona dieron una estocada a la República que acabó a la postre con ella». En otro momento, Sánchez-Albornoz en Mi testamento histórico-político, añadió: «La revolución de octubre, lo he dicho y lo he escrito muchas veces, acabó con la República». Y todavía declaró en La Nueva España el 22-V-1975: «La revolución de Asturias mató a la República».
En ese mismo periódico, el 6 de junio de 1996, Julián Marías vio la Revolución de Octubre como algo desastroso que sirvió para cargarse la República: «La República murió entonces. Fue la negación de la democracia, el no aceptar el resultado de unas elecciones limpísimas».
El último presidente la República en el exilio, José Maldonado, declaró al periódico La Voz de Asturias, el 5 de octubre de 1984, que la Revolución de Octubre fue un error porque «si en España había una democracia no era legítimo que se preparara una subversión, y es un error frente a una República democrática preparar una revolución social, que desde el principio está condenada al fracaso».
Para no alargar más este tema que está muy claro, menos para Moradiellos y el periodista Eugenio Fuentes; Jordi Gracia en su libro La resistencia silenciosa, dice que «Marañón, pero también Ortega y también Baroja, aceptarán que la guerra no empezó propiamente en Marruecos y en 1936 sino en la revolución de Asturias y en octubre de 1934». Pero, sobre todo, el primero llegó a escribir: «La sublevación de Asturias en octubre de 1934 fue un intento en regla de ejecución del plan comunista de conquistar España».
¿Dónde está, pues, la historiografía franquista a la que se refiere el periodista y Moradiellos conforma y confirma?