Poesía en el sentido hondo de su significado
Como manifestación de la belleza o del sentimiento estético a través de la palabra, y, aún más, no sólo a través de la palabra, sino también con una actitud ante la vida toda.
Publicado en la revista Gaceta FJA, de mayo de 2019. Editado por la Fundación "José Antonio Primo de Rivera". Ver portada de la Gaceta FJA en La Razón de la Proa (LRP). Solicita recibir el boletín semanal de LRP.
Poesía en el sentido hondo de su significado
Julián Pemartín Sanjuán, uno de los fundadores de Falange, primo de José María Pemán y pariente lejano de José Antonio Primo de Rivera del que fue amigo desde su niñez, tomó al oído estos versos, dictados por el propio José Antonio.
Vivamos en el mundo.
Pero tengamos nuestro mundo aparte
en un rincón del alma.
Un mundo nuestro
donde tus horas y mis horas pasen
íntimamente, luminosamente
sin que nos turbe nadie.
Como casi todo en la figura de José Antonio, su labor poética es una gran desconocida. A un hombre al que se le han adjudicado todo tipo de calificativos, la mayor parte injuriosos e infamantes, tales como fascista o violento, pocos lo han pensado como un poeta. Más, siendo como era, un hombre enérgico, pero, a la par, culto y con una extrema sensibilidad, empero con una sensibilidad alejada de la sensiblería y el ditirambo, un hombre interesado por todo, al que seducía todo aquello que pudiera enriquecer su espíritu, no es de extrañar que también ejerciera atracción sobre él la poesía.
La reservó para sí, como un juego íntimo, como el mismo dijo, del que quizá solo conocieron algunos de los más cercanos, también inclinados a la poesía (¿Sánchez Mazas?, ¿Dionisio Ridruejo?...). A pesar de ello, Salvador de Madariaga, en el prólogo que escribió a las memorias de Dionisio Ridruejo, dejo escrito que José Antonio fue un poeta. Sin más.
Ya pocos pueden ignorar la amistad que existió entre Federico García Lorca y José Antonio, una amistad fundamentada en la admiración mutua, como tampoco puede desconocerse a estas alturas que Federico era su poeta preferido. Gentes que lo conocieron y trataron llegaron a decir que, para José Antonio, García Lorca era «el mejor cantor de la imaginada España nacionalsindicalista», como escribe Bernardo Gil Mugarza en su España en llamas 1936. Incluso la hermana del fundador de Falange, Pilar Primo de Rivera, en sus memorias, dice que los poetas preferidos de su hermano eran los hermanos Machado, Alberti, Juan Ramón Jiménez, Rubén Darío y, por supuesto, Federico. Poco sectarismo e intransigencia pueden encontrarse en estas predilecciones. De que prefería como poeta a Federico antes que ¡a Pemán!, mucho más afín a su ideología, dejo constancia escrita su amigo (y biógrafo primigenio) Ximénez de Sandoval.
De inclinaciones y predisposiciones artísticas como estas, mostradas por José Antonio, ajenas al sectarismo y la persecución del diferente, deberían tomar nota y aprender, si es que tuvieran capacidad y voluntad para ello, todos esos cerriles amen de ignorantes de la historia y la cultura que han devenido censores merced a esa infausta creación del aciago y funesto Zapatero, la ley de memoria histórica, y que hoy han convertido la vida cultural española en una eterna y desoladora ceremonia de ajuste de cuentas.
Aquel que pronunció, premonitoriamente, en su discurso de fundación de Falange en el madrileño Teatro de la Comedia, estas palabras que siguen, no podía ser más que un poeta, un romántico que intentó, desesperada e infructuosamente (la sinrazón y el odio truncaron su vida y su obra), trufar la política de poesía, la poesía de pasión, la pasión de ideales profundos y esos ideales profundos, otra vez, de poesía:
«A los pueblos no los han movido nunca más que los poetas, y ¡ay del que no sepa levantar, frente a la poesía que destruye, la poesía que promete!. En un movimiento poético, nosotros levantaremos este fervoroso afán de España…».
Poesía en el sentido hondo de su significado, como manifestación de la belleza o del sentimiento estético a través de la palabra, y, aún más, no sólo a través de la palabra, sino también con una actitud ante la vida toda. Porque José Antonio ha sido sin duda, él, me atrevo a decir, único personaje político en España que ha pretendido dar una visión integra y global de la existencia del hombre y de la historia, donde, como algo necesario, se incardinaba la política, y esta visión se generaba desde una actitud ante la existencia espiritual y elevada, no de otra forma cabe entender estas, entre otras muchas de sus afirmaciones:
«¿Cuándo habéis visto vosotros que esas cosas decisivas, que esas cosas eternas como son el amor, la vida y la muerte, se hayan hecho con arreglo a un programa? Lo que hay que tener es un sentido total de lo que se quiere; un sentido total de la patria, de la vida, de la historia y, ese sentido total, claro en el alma, nos va diciendo en cada coyuntura, qué es lo que debemos hacer y lo que debemos preferir».
O esta otra, «El sentido entero de la historia y de la política es como una ley de amor. Hay que tener un entendimiento de amor».
Quien sino alguien con alma de poeta podría expresar de esta manera un sentimiento político. En esta época torva, trivial y ramplona que nos ha tocado vivir, de gobernantes ignorantes y vanidosos, engreídos e iletrados, en que el juego político se ha transformado en un lodazal sin altura intelectual alguna, no está de más recordar que hubo una posibilidad para España, si no hubiera en ella imperado, como le es querido, la infamia, la envidia y la ignominia. Que una vez tuvo la nación la posibilidad de elevarse sobre lo prosaico. Que Unamuno, Ortega y Gasset o Eugenio d'Ors, no hubieran sido olvidados y despreciados ni tantos y tantos sepultados bajo toneladas de infamia.
Es verdad que su dramática y miserable ejecución segó su vida y su obra, ¡ay!, demasiado pronto, pero también lo es que José Antonio dejó, como el mismo vibrantemente dijo, alzada la bandera para que alguien la recoja.
«Yo creo que está alzada la bandera. Ahora, vamos a defenderla, alegremente, poéticamente…».