José Antonio, un sentido trascendente de la unidad.
El amor es la fuerza que dos hace uno. La unidad de España es cuestión de poetas, de amantes, de minorías jóvenes y audaces, de aquellos que quieren estar afuera, bajo el cielo estrellado. No dos Españas basadas en el odio, sino una, eterna y plural, basada en el Amor.
Publicado en el digital El Correo de España el 23/04/2021. Enviado posteriormente por su autor a La Razón de la Proa. Recibir actualizaciones de La Razón de la Proa.
Pocos términos más manoseados que el de “unidad de España”, sea por sus amigos o enemigos. Pocos términos más malentendidos o problemáticos.
Si acudimos al pensamiento original de José Antonio, encontramos una primera clave: para José Antonio la cuestión de la unidad de la Patria no es cuestión de fronteras. Y una segunda: para José Antonio, la cuestión de la unidad es primeramente una cuestión antropológica.
Abunda en sus escritos la idea de que los enemigos de la unidad de España son tres: el fatal binomio liberalismo/capitalismo, la lucha de clases traída por el comunismo y los separatismos regionales. En todos ellos se fractura la armonía de la convivencia. El liberalismo rompe con la tradición y el sentido comunitario y conduce a la alienación del trabajador a través del capitalismo; la lucha de clases divide el país en una falsa estructura dual de conflicto; los separatismos exacerban la pluralidad cultural de España para hacer de ella arma de desintegración.
Lo que José Antonio entiende como unidad es la superación de todo ello; para empezar, la superación de las “dos Españas” (que dará lugar, tras el 39, a una España de vencedores y vencidos). En sus propias palabras:
«Las izquierdas, sin embargo, tampoco me interesan. Igual que las derechas miran las cosas por un solo lado. ¡Qué obstinación! ¿Por qué ha de haber derechas e izquierdas? Los unos miran los problemas del país desde un lado, los otros desde otro. Y, naturalmente, no los ven más que de perfil… Y se han de mirar cara a cara.» (Obras Completas, Ed, Plataforma, 2003, p 566).
Lo que busca José Antonio es una unidad trascendente, más allá de los pares de opuestos que la dialéctica materialista de la política moderna ha impuesto como resabio marxista. José Antonio es un pensador no-dualista (alguien tendrá que hacer una lectura advaita de sus escritos). En él lo económico no puede separarse de lo social, lo local no puede separarse de lo nacional, lo material no puede separarse de lo espiritual, lo personal no puede separarse de lo comunitario. Es a esta realidad de síntesis y superación de los opuestos a lo que él llama “unidad”.
Por supuesto, esto, como decíamos, tiene una base antropológica. En su visión del hombre integral (falangismo es una forma de ser) entiende que la política moderna, derivada del liberalismo y su oposición marxista, se han dedicado, en primera instancia, a deconstruir la realidad humana, a atacar el fundamento personal de la acción humana. José Antonio opone a la visión individualista un profundo sentido cristiano de lo personal: persona es relación, es donación de sí, es sacrificio, es amor como servicio. Todo lo contrario al afán de lucro capitalista o a la disolución del individuo en lo colectivo en el comunismo.
Si buscamos una unidad de España que pueda ser perdurable hemos de estar preparados para ofrecer una nueva visión del ser humano. Aquel que ya no habita en el tiempo horizontal del mito del progreso común a liberalismo y comunismo, sino en el tiempo vertical del héroe, que conecta cielo y tierra, que sabe que su tarea es nutrir con lo celeste las fuerzas profundas y antiguas de su tierra. Lo que san Josemaría Escrivá llamaba la consecratio mundi.
Los nuevos líderes y las nuevas masas surgidas de la civilización industrial ya no pueden concebirse por separado, sino que tienen que ser contempladas con los ojos de una nueva fe:
«El método filosófico arranca de la duda: mientras se opera en el campo de la especulación hay, no ya el derecho, sino el deber de dudar y de enseñar a los otros a que duden metódicamente. Pero en política, no; toda gran política se apoya en el alumbramiento de una gran fe. De cara hacia afuera –pueblo, historia– la función del político es religiosa y poética. Los hilos de comunicación del conductor con su pueblo no son ya escuetamente mentales, sino poéticos y religiosos. Precisamente, para que un pueblo no se diluya en lo amorfo –para que no se desvertebre–, la masa tiene que seguir a sus jefes como a profetas. Esta compenetración de la masa con sus jefes se logra por proceso semejante al del amor.» (Haz, núm. 12, 5 de diciembre de 1935).
El amor es la fuerza que dos hace uno. La unidad de España es cuestión de poetas, de amantes, de minorías jóvenes y audaces, de aquellos que quieren estar afuera, bajo el cielo estrellado. No dos Españas basadas en el odio, sino una, eterna y plural, basada en el Amor.