El poema a José Antonio de Concha Espina
El poema a José Antonio de Concha Espina
Ya se ha cumplido el 86 aniversario de la fundación de Falange Española. Fue el 29 de octubre de 1933 cuando en el Teatro de la Comedia de Madrid José Antonio Primo de Rivera comenzaba su discurso con estas palabras:
«Nada de un párrafo de gracias. Escuetamente, gracias, como corresponde al laconismo militar de nuestro estilo…».
Serían las primeras de aquel hombre, asesinado ahora hace 83 años, que poco a poco, con su verbo claro y sereno de justicia social, unidad de España,... iría guiando a muchos españoles que, desde el primer momento, creyeron en él.
Una sería Concha Espina considerada de las mejores escritoras españolas del pasado siglo.
Nació en Santander el 15 de abril de 1869, y en esta ciudad pasó sus primeros años con sus hermanos y padres que la educaron siempre con mucho esmero. Era una niña seria y sus inclinaciones literarias se despertaron muy pronto. Escribe versos a los 12 años, dedicados a la Virgen, firmando con el seudónimo de Ana Coe Snichp. Aparecen publicados en el periódico santanderino El Atlántico.
Sin embargo, el ambiente burgués en que vivía no era muy propicio para la literatura. En su familia no había antecedentes de escritores, ni tan siquiera en su casa había una biblioteca, salvo algunos libros con temas religiosos. La única persona que alentaba sus aptitudes literarias era su madre, mujer de gran talento natural, pero que muere cuando más la necesitaba su hija que contaba con solo 22 años de edad.
Fiel a las ideas que tuvo siempre, dedica un poema a José Antonio «ídolo de la saludable juventud de España, copia ingente de valentía, patriotismo y desinterés, condenado sin culpa ni causa, por un simulacro de tribunal, lo más vil de esa plebe que por vicio y calumnia suele llamarse “pueblo”», escribe en su libro Retaguardia.
El poema, tan poco conocido, lleva por título, Como un mártir primitivo:
Cayó en la arena inflamado
como un mártir primitivo,
de azul camisa bordada
y es un muerto siempre vivo
con la mano levantada.
Gallardete de señales
abierta la extendió al viento
de los sueños imperiales
que de una flor daba ciento
en la mies de los rosales.
Semilla de precursores,
en José Antonio madura
la estirpe de los mejores,
dardo prendido en la altura,
ramo de yugo y flores.
Así el héroe su cosecha
en España centuplica;
su pregón es una endecha
y una campana repica
al vuelo de cada flecha.
El 14 de abril de 1931 se proclama en España la Segunda República, la que algunos parece ser, añoran ahora. Concha Espina se entusiasma con ella; pero no tardará en mostrarse reticente frente a los acontecimientos, que le cuesta admitir frente a la mayoría de aquellos políticos de los que se siente alejada intelectual y espiritualmente. Defiende dos ideales que parecen haber guiado toda su vida: la religión católica y la hispanidad.
Durante ese periodo tan nefasto para España, sigue escribiendo, por ejemplo La flor de ayer, cuando ya tenía perdida toda su fe en la República. En estos años, Gabriela Maurer, esposa de su hijo Luis, trae al mundo un niño que fue bautizado con el nombre de José Antonio, «ahijado de José Antonio».
Cuando comienza la guerra, sus hijos Luis y Víctor se incorporan a las filas nacionales. Ella se encuentra en Mazcuerras donde, un mes después, recibe la noticia de la muerte del alcalde republicano de Cabezón de la Sal, Ramón de la Serna, su marido, de quien llevaba separada desde 1934. Terminada la guerra, su hijo Luis recupera, de la casa de su madre en Madrid, la imagen de la Virgen de la Inmaculada a la que la escritora tenía mucha devoción. La encontró en una carbonera con las manos cortadas.
El disgusto que llevó fue grande, pero una llamada telefónica del general Millán Astray la dejó más calmada, sobre todo cuando al otro día recibe esta carta del mutilado general:
Insigne y gloriosa Concha Espina:
Muchas gracias mi tan querida como admirada escritora, por haberte acordado de mí al encontrar a tu Virgen del siglo XVI. Mutilada de Guerra por Dios y por la Patria en la liberación de España. Bien has encaminado tus pasos, pues es a mí a quien cabe el honor de ser el encargado de velar por nuestros gloriosos Caballeros Mutilados de Guerra. Y ya son Caballeros Mutilados en esta guerra las tallas del Santísimo Cristo de la Parroquia del Sagrario de Málaga y el de la Parroquia de Maravillas de esta Capital. Y ahora uniremos a esas imágenes cercenadas por las hachas y los tiros de los rojos ateos, la Inmaculada del siglo XVI por la que tú sientes tanta ternura y veneración, y ante la que, en el nombre de todos los Mutilados, te suplico con todo mi cariño que nos representes y seas tú la que condecores con ese Distintivo que la ofrendamos, y la des el culto y los honores que le corresponden a esa imagen, en su nueva y gloriosa categoría de «Mutilada de Guerra por la Patria».
Con el cariño y admiración que todos los españoles sentimos por nuestra Concha Espina, te besa las manos, tuyo.
Millán Astray
Poco antes de morir, el 19 de mayo de 1955, le preguntaron: «¿Cuál es a su juicio, el sentido de la vida?». Ella contestó: «Cumplir la voluntad de Dios, con humildad y paciencia, puesto que tenemos fe en su otra vida interminable».