Unamuno y José Antonio
El periodista J. Morán, escribe: «Unamuno murió en la Nochevieja de ese año y, paradójicamente, su féretro fue transportado por falangistas» ¿Paradójicamente? Pues bien, parece que se quiere ignorar que José Antonio admiraba a Unamuno.
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Unamuno y José Antonio
No es mi intención escribir sobre el encuentro que ambos mantuvieren en Salamanca el 10 de febrero de 1935, con motivo del mitin que el fundador de Falange dio en el Teatro Bretón y que, dos horas antes del comienzo, acudiera al domicilio del poeta, en compañía del escritor falangista Rafael Sánchez Maza y del dirigente local Francisco Bravo, también falangista, donde sostuvieron una entrevista en la que salieron a relucir las viejas querellas del ilustre vasco con el dictador Miguel Primo de Rivera.
Después, dicen los biógrafos de José Antonio, tras el mitin, Unamuno tomó parte en la comida que ofrecieron a los oradores en el Gran Hotel. Sin embargo, este contacto sirvió para que más tarde, según dicen algunos escribidores sin que llegaran nunca a demostrarlo, la Academia Sueca no le concediera al poeta el Premio Nobel de Literatura.
Lo que pretendo ahora es remontarme unos años atrás cuando los dos, por motivos diferentes, ocuparon grandes espacios en la prensa española. Fue en septiembre de 1931 en el momento que se debatía el proyecto constitucional en su artículo 4º que decía:
«El castellano es el idioma oficial de la República, sin perjuicio de los derechos que las leyes del Estado reconozcan a las diferentes provincias y regiones».
Unamuno, siguiendo el criterio de la Real Academia de la Lengua, defendió el término español y no castellano:
«El español es el idioma oficial de la República. Todos los ciudadanos tienen el deber de conocerlo y hablarlo, y en cada región se podrá declarar como oficial la lengua de la mayoría de sus habitantes».
Él no creía que unas regiones fueran más vivas que otras, sino que unas sueñan de distinta manera que otras.
«Con sangre –terminó diciendo– dejamos marcada en América la impresión de la lengua española. Y todas las lenguas que hablamos son aisladas, cosa de pueblos; y se fundan todas en una que será la que represente el sentir de España».
Por esa misma fecha, fue también noticia José Antonio al tener que declarar ante la Subcomisión de Responsabilidades políticas por el asunto del archivo de su padre que se abrió en su presencia, y del que al parecer habían desaparecido documentos importantes acerca del golpe de Estado, actuación del Gobierno de la Dictadura y la correspondencia cruzada entre el general y el rey.
José Antonio manifestó que esos documentos fueron llevados a París por personas determinadas, cumpliendo órdenes de su padre, y que ignora dónde pueden encontrarse en ese momento tales documentos.
Después anunció que para las próximas elecciones parciales por Madrid presentaría su candidatura con el sólo propósito de defender la obra de la Dictadura y ayudar al esclarecimiento del problema de las responsabilidades.
Su intención de fijar, en algunos sitios públicos, carteles anunciadores de sus aspiraciones, dio lugar a que un grupo de socialistas, los abuelos de los que hoy han pactado con los marxistas que lidera Pablo Iglesias, con toda la ralea separatista, y con los representantes de los asesinos de ETA, impidiera su colocación. Los años han pasado, pero los métodos, en un sentido u otro, no.
Por otro lado, hemos leído reiteradas veces, en distintos medios, el incidente ocurrido en la Universidad de Salamanca entre el general Millán Astray y Unamuno en 1936. En una de esas lecturas, decía su autor que
«Unamuno no se había mostrado a favor de los sublevados y consideraba que el 18 de julio era un cuartelazo para poner orden en la República».
Pues bien, el número 3 de la revista Hispanismo Filosófico, publicada en 1998, recoge en facsímil un manifiesto firmado por Unamuno y el autor del artículo, Manuel María Urrutia, sitúa el escrito entre el 23 de octubre y el 21 de noviembre de 1936. O sea, después del incidente de Salamanca. Y en el mismo facsímil podemos leer estas palabras de Unamuno:
«Insisto en que el sagrado deber del movimiento que gloriosamente encabeza Franco es salvar la civilización occidental cristiana y la independencia nacional ya que España no debe estar al dictado de Rusia ni de otra potencia extranjera cualquiera puesto que aquí se está librando, en territorio nacional, una guerra internacional».
En otro artículo que leí, el periodista J. Morán, escribe:
«Unamuno murió en la Nochevieja de ese año y, paradójicamente, su féretro fue transportado por falangistas».
¿Paradójicamente? Pues bien, parece que se quiere ignorar que José Antonio admiraba a Unamuno, según dice, por ejemplo, su biógrafo Julio Gil Pecharromán, en su libro Retrato de un visionario.
Se ignora también que en el momento del fallecimiento del ilustre vasco, se encontraba con él en su domicilio, el falangista Bartolomé Aragón, por lo que fue la última persona de verlo con vida.
Más tarde, el ataúd, que contenía el cuerpo de Unamuno, fue llevado a hombros por falangistas. Éstos eran: el tenor Miguel Fleta, Víctor de la Serna, Antonio de Obregón y Salvador Díaz Ferrer,
Después, sobre su tumba, aquel español que, como José Antonio, amaba a su patria España, quedarían grabados estos versos que él mismo había dejado escritos:
Méteme Padre Eterno, en tu pecho
–misterioso hogar–,
dormiré allí, pues vengo desecho
del duro bregar.