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Los perdedores de la Historia de España.

A través de los perdedores contemplamos como se pierde España, mediante persecuciones al talento y cruentas guerras que constituyen un crepúsculo entre «dos finales o dos mundos».


Autor del libro.- Fernando García de Cortazar. Planeta 2006, 464 pág. Comprar el libro.


Publicado en el núm. 144 de Cuadernos de Encuentro, de primavera de 2021. Editado por el Club de Opinión Encuentros. Ver portada de Cuadernos en La Razón de la Proa (LRP). Recibir actualizaciones de LRP (un envío semanal)

Los perdedores de la Historia de España


Ha llegado a mis manos este libro que, aunque no de edición inmediata, resulta de un valor histórico llamativo y de una actualidad sobrecogedora, pues muestra claves esenciales para conocer nuestro pasado pero, también, nuestra actualidad. Me ha sorprendido su contenido y, me atrevería a decir, que una obra como esta, fuera de valoraciones de las que podamos disentir, es fundamental para un equilibrado conocimiento de nuestra historia.

El libro abarca desde la Hispania romana con el perdedor Sertorio, hasta los españoles perdidos en el Gulag estalinista e, incluso, grupos de marginados y excluidos a través de los tiempos. Ya en tiempos cristianos, desde la considerada herejía de Prisciliano, la tragedia medieval de Hermenegildo, la epopeya de los mozárabes y los moriscos y la expulsión, éxodo y llanto de los judíos. En este momento debo señalar como cada uno de sus capítulos con sugestivos títulos tales como Los ojos de Sertorio, La primera herejía, Mozárabes, héroes sin gloria, Historias de Sefarad, etc., aunque puede haber un personaje o personajes centrales suponen una descripción amplia del momento y época, lo que les da una riqueza inusitada y poco corriente, que permite conocer el conjunto de la situación.

En nuestra edad moderna, además de la peripecia de los judíos con los Reyes Católicos, nos presenta la creación de la Compañía de Jesús, con su gran organizador y perdedor Juan Alfonso de Polanco, la Rebelión de los fueros con el personaje de Antonio Pérez y El otoño de los Asturias con el endeble, quebradizo y triste Carlos II y los personajes del duque de Medinaceli, el conde de Oropesa y el arzobispo de Toledo, el cardenal Portocarrero, con la lucha por la sucesión.

Realmente, a partir de la llegada de los Borbones comienza una época en la que, dentro de sus amargas vicisitudes, se alumbra nuestro periodo contemporáneo, fruto desalentador de los siglos XVIII, XIX y XX. A partir de este momento, a mi entender, el libro cobra una llamativa dimensión pues, a través de los perdedores contemplamos como se pierde España, mediante persecuciones al talento y cruentas guerras que constituyen un crepúsculo entre «dos finales o dos mundos», uno viejo, recogido en sí mismo, recluido en los «espacios velados y oscuros de las capillas y en los grandiosos palacios de los reyes», y otro nuevo de «ideas morales y grandes principios sobre el que se avecina la Revolución Francesa con su explosión universal». Hasta el siglo XX son capítulos de referencia política, social y artística que considero excepcionales, como también lo serán los dedicados a las desdichas del siglo xx al que me referiré necesariamente.

Este periodo lo inicia como una llamada al El progreso perseguido, hecho que se ha venido repitiendo desde los tiempos anteriores, con una ortodoxia subjetiva y de interpretación humana, con la sombra de una Inquisición perseguidora del pensamiento y la racionalidad, que agostó talentos y valiosas acciones, cerrando España al mundo moderno. Las figuras de Gregorio Mayans, Pablo de Olavide y Melchor de Jovellanos, son el eje central de los perdedores en el intento de progreso y transformación. La persecución y rechazo del pensamiento fue una constante, dice el autor, en una «España donde a la censura real se une la inquisitorial», donde, como ya decía Luis Vives, en tiempo del Emperador Carlos, «no se puede hablar ni callar sin peligro». La amargura de los ilustrados españoles se refleja en las palabras de Moratín: «No escribas, no imprimas, no hables, no bullas, no pienses, no te muevas y aún quiera Dios que con todo y con eso te dejen en paz».

En esta dimensión de exclusión del pensamiento, la palabra y el progreso, la expulsión de los jesuitas por Carlos III y el rechazo del Papa a recogerlos en los Estados Pontificios, de puerto en puerto del Mediterráneo sin aceptarlos, es un hecho sobrecogedor y aleccionador para nuestro tiempo y las tragedias de los inmigrantes. Culturalmente, Luis Paret como pintor, las expediciones de Malaspina con su estudio e investigación, en el afán de avanzar el conocimiento de la humanidad, los afrancesados y el intento de la Dinastía Bonaparte, las peripecias del escritor Blanco White y el desarrollo industrial iniciado en Málaga, por hombres de negocios y soñadores como Manuel Agustín Heredia y José Antonio Ybarra, son desempolvados en sendos capítulos con amplitud y frescura que despiertan el interés y aportan profundos y ocultos conocimientos, al menos para la generalidad de las personas doctas.

Entramos en los últimos cinco capítulos y un epilogo que representan la visión de nuestros días, pues el siglo XX es hijo directo del XIX. Con el título de Un siglo perdiendo el trono, presenta el empecinamiento carlista y sus pretendientes reales que no llegaron nunca a ser reyes. Tras esta peripecia están de fondo las continuas luchas entre absolutistas y liberales, reformistas e inmovilistas ortodoxos del trono y del altar. De otra parte, nos presenta lo que fue el anarquismo y la utopía con su actuación en aquella España. En el titulado «En la joven España, furiosa España», analiza el intento de Ramiro Ledesma Ramos, en la línea de los tiempos del fascismo y, lógicamente, allí está José Antonio Primo de Rivera y la Falange, con una detallada de su difícil e incomprendida situación entre las derechas y las izquierdas, con sus principales protagonistas. Aunque abundan los personajes y peripecias el perdedor y protagonista central es Ramiro Ledesma Ramos, un filósofo muy considerado por Ortega en cuya Revista de Occidente escribía. Cuando fue asesinado junto a Ramiro de Maeztu y otros, en el cementerio de Aravaca, en las masacres de la zona roja, una madrugada de 1936, alguien dijo: «No han matado a un hombre, han matado una inteligencia». Es un momento muy cercano a nosotros en el que también aparecen los sucesos de Salamanca con la unificación y sus protagonistas, Agustín Aznar, Sancho Dávila, Hedilla, Serrano Suñer, Laín Entralgo, Ridruejo, Antonio Tobar, y como no, Jiménez Caballero. Estamos ya en plena guerra civil y sus efectos inmediatos.

La Segunda República y sus actores se completan en La fe de las urnas, con personas centrales como Giménez Fernández y Luis Lucia, así como el significado y actuación de la CEDA. Es un capítulo muy aleccionador y como todos los de este último tramo profundamente ilustrativo de la época y de nuestro presente en el siglo XXI. Sobrecoge el capítulo dedicado a los españoles atrapados en la URRS al acabar la guerra civil, en 1939, que pretendieron salir a diversos países y por ello los consideraron enemigos del partido y del pueblo, siendo condenados a los campos de concentración de Siberia. En el Goulag, en el paraíso estalinista, muchos «desaparecieron sin dejar huella como si no hubieran existido». Este capítulo se denomina «La muerte como estadística», en relación a que cuentan que Stalin dijo una vez que: «mientras una muerte es una tragedia, un millón de muertos es simple estadística». En el Gulag estaliniano murieron muchos compatriotas nuestros que, de buena fe, creyeron que la URRS era el paraíso del proletariado, eran marineros, aviadores, o aspirantes a pilotos que no quisieron regresar a España pero sí salir de aquel sistema.

En el epilogo lleva a cabo una Elegía de los olvidados, dedicada a la postguerra y el régimen de Franco. Aquí tengo que manifestar mi sorpresa y, desde luego, el total desacuerdo con el autor, pues su juicio no es el propio de un historiador de su categoría y, además, no responde a la realidad. Es una caricatura burlesca en ciertos aspectos, pero categórica en su calificación: «el régimen instaurado por el general Franco fue el más largo y siniestro que ha conocido España en los últimos dos siglos. Noche de piedra». Sea cual sea su circunstancia personal, un historiador, mínimamente honrado, no puede despachar cuarenta años de la historia de España con esta contundente frase. Ofende a las generaciones que hemos trabajado a favor de una España mejor con el deseo mostrado por José Antonio Primo de Rivera, ante su inmediato fusilamiento: «Ojala fuera la mía la última sangre española que se vertiera en discordias civiles. Ojala encontrara ya en paz el pueblo español, tan rico en buenas cualidades entrañables, la Patria, el Pan y la Justicia». Con indudables y dolorosos errores, que los hubo, se logró modernizar el Estado y transformar, fecunda y positivamente, la vida de los españoles. Para mí este es el único baldón de este libro, por lo demás, excelente, aleccionador y apasionante. Incluso en este epílogo hay datos y acontecimientos para meditar y aprender. En definitiva, estamos ante una obra que animo y exhorto a leer con espíritu crítico y ánimo de buscar las raíces cainistas de nuestros males, antes y ahora.