Zatoro. La cárcel, el sueño, el desafío
Miguel Argaya debuta como novelista con Zatoro, una elegía a la justicia: «lo que importa no es vivir, sino vivir justamente». Zatoro es la historia de una pequeña comunidad rural convertida por propia voluntad de sus habitantes en buque de rescate de los “náufragos” del sistema, esos que no aceptan sacrificar su honor al mundo y quedan por ello descartados.
Publicado en el número 336 de la Gaceta FJA, de septiembre de 2020.
Ver portada de la Gaceta FJA en La Razón de la Proa
Zatoro. La cárcel, el sueño, el desafío
Tres libros (presentación, nudo y desenlace) y un epílogo que se espera desde el principio sirven de arquitectura sencilla pero recia para el debut novelesco de Miguel Argaya (Valencia, 1960).
El consagrado poeta (Premio Rey Juan Carlos y Premio Luys Santa Marina) elige un cuadrilátero pugilístico para debutar con una novela que le susurra al lector que ¡habrá gresca! Lo hace en Los cuentos de Carlos, uno de los tres relatos cortos que se asoman por las 442 páginas de las que no sobran ni las solapas (tampoco las tiene).
Zatoro es una elegía a la justicia; «lo que importa no es vivir, sino vivir justamente», al menos a una concepción de la justicia anudada en el valor de la palabra, la estigmatización de toda vida fuera del pueblo y la reprobación del salario como fórmula de pago por el sudor humano. Reprobación que hay que buscar en Severino Aznar y su La abolición del salariado.
Argaya trae al pueblo de Zatoro a Rebeca Trigueros en un microbús sin wifi ni asientos reclinables. La joven viene con una navaja bien empalmada para ajustar cuentas con todos sus paisanos hasta sacar los higadillos a sus propios padres.
Al poco de echar el pie a los guijarros de la plaza va a buscar su extramundo en los anaqueles de la señorita Sara y lo que se encuentra es a una enjuta maestra que le suelta una somanta de sopapos a Nietzche que apenas pasaba por allí.
Aún con el vestido salpicado con la sangre del filósofo alemán, Rebeca comienza la novela y con ella evoluciona la hoja de su navaja. Zatoro fue refundado por el presbítero Salvador Gorrión gracias a un golpe de fortuna que decidió no llevarse a Suiza sino poner al servicio del cumplimiento de una Norma fundamental (la carta de refundación de la villa).
La redacción de la carta no debe escapar al lector avezado por cuanto tiene de autorretrato. Tradición y revolución debieron escribir con brocha en algún muro conforme se redactaba aquel compendio que aprisionaría o liberaría a los habitantes según se mire.
Carlos Quisque vino a la novela a enmendar la navaja a Rebeca pero venía ya sangrado de casa. Allí se reencontró con apellidos sacados del realismo mágico, Okembe, y se puso a contemplar cómo las unidades naturales de convivencia decidían sobre su trabajo de vigilante nocturno de los pupitres de la señorita Sara; por cierto que decidían también sobre su salario.
Zatoro no es un gueto y por eso tiene que abordar las cuestiones de frontera con otros pueblos. Son esas cuestiones de frontera las que llevan al cuadrilátero de la novela propiedades y rentas de los enemigos de la pureza zatoreña.
Cuestiones que asestan otra puñalada en este caso a los huesos de don Carlos cuando se afirma «un alquiler es siempre, necesariamente, una plusvalía». Pero don Carlos llevaba muerto 137 años así que no debió resentirse.
Si al lector aún no le es suficiente la propuesta de Xerón, La noche de N. y Los cuentos de Carlos (los tres relatos cortos de la obra) más la propia novela, aún la generosidad de Miguel Argaya le regalará el ensayo teatral La cueva de Luis Candelas.
Y es que en Zatoro escribe hasta don Javier, el cura unamuniano a quien rescata el obispo de otra navaja, en este caso espiritual, que merodeaba por su gaznate.
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Luego, disfrute de la novela y, cuando alcance el epílogo póngase la película Surcos de José Antonio Nieves Conde. Dos broches finales con analogías.
Título.- Zatoro.
Autor.- Miguel Argaya Roca
Autoedición.- 2020. 435 páginas.
Sinopsis de la editorial
Y dentro de ella, es también la historia de Rebeca, una joven zatoreña que sufre una dura lucha interior entre lo que ha aprendido de sus padres y maestros y lo que luego se le ha enseñado en la universidad.
El conjunto le sirve al autor para hablarnos de la dignidad intrínseca de todo ser humano, del amor, de la amistad, de la familia, de la verdad, de la fe, de la belleza…; también de literatura, de filosofía, de política… Pero Zatoro es sobre todo una novela extremadamente innovadora en su estructura: introduce relatos cortos, poemas, una novela corta, un artículo de ensayo, una obra de teatro…
Lectura, en fin, diversa y profunda, pero fácil y fresca, para pasarlo bien durante horas, y para deleitarse después releyendo los pasajes que más nos hayan impresionado.
Sobre el autor:
Miguel Argaya (Valencia, 1960). En 1987 se trasladó a Talavera de la Reina, donde se casó, tuvo dos hijas y vive y trabaja desde entonces. Es historiador, ensayista, poeta, crítico literario, profesor, maestro, caballero legionario; joseantoniano...
Como historiador, se ha especializado en los orígenes ideológicos del nacionalsindicalismo. Destaca su libro Entre lo espontáneo y lo difícil (apuntes para una revisión de lo ético en el pensamiento de José Antonio Primo de Rivera) Ediciones Tarfe, 1996. El autor reconoce complicidad ética y estética con el fundador de la Falange.
Ha colaborado en el Diccionario Biográfico Español de la Real Academia de la Historia con cerca de medio centenar de entradas.
Ha publicado buen número de libros de poesía, entre ellos Luces de gálibo (que fue Premio Rey Juan Carlos I), Geometría de las cosas irregulares (accésit del Premio Adonais), Carta triste a Jorge (finalista del Premio de la Crítica), Pregón de trascendencias (Premio Luys Santa Marina - Ciudad de Cieza) y Laberinto de derrotas y derivas (que recibió una beca de ayuda a la creación literaria del Ministerio de Cultura).
Su obra ha sido catalogada en algunas de las más importantes antologías poéticas valencianas y castellano-manchegas.
«Si al hablar de “estética falangista” se refiere a la camisa azul, el brazo en alto y los actos públicos paramilitares, me parece que hoy son más un obstáculo que un medio de ganar adeptos y simpatías. Pero si, como debe ser, hablamos de “estética falangista” como un “estilo”, es decir, como la expresión exterior de una previa ética interna falangista, entonces no me cabe duda de que no supondría obstáculo alguno, sino al contrario, un poderoso y atractivo acicate para el acercamiento de la juventud actual a la figura de José Antonio».