Un discurso que escandalizó.
Artículo recuperado de febrero de 2021 | Recibir el boletín de La Razón de la Proa.
Un discurso que escandalizó.
Traemos a estas páginas un discurso del general Yagüe en plena guerra civil. ¿Su valor? Sencillamente, demostrar que, en el cúmulo de pasiones y sinsentidos de una lucha fracticida, un militar alzó su voz para propiciar una tarea de reconciliación. Yagüe fue llamado el general azul, por su militancia falangista; su amistad con José Antonio era conocida, fue nombrado Consejero Nacional de FE de las JONS por Manuel Hedilla, y ello le llevó a continuos desencuentros con el propio Franco. Fue ministro del Aire durante poco tiempo, y, en ese cargo, impulsó la creación de los Flechas del Aire, en paralelo a los Flechas Navales. Decepcionado del mundo de la política, se apartó de toda actividad en 1948 y falleció en 1952, después de una larga enfermedad. Queden sus palabras como testimonio de una actitud…
Extraído del Diario de Burgos de aquellas fechas, incorporamos su discurso íntegro. Por su contenido, el general Juan Yagüe fue destituido del Mando del «Cuerpo de Ejército Marroquí», siendo arrestado y confinado en su pueblo San Leonardo de Yagüe. Le fue levantado su arresto reintegrándole en su puesto con motivo de las batallas del Ebro y de Cataluña, entrando en Barcelona al frente de esas fuerzas.
Vengo a pedir perdón para los que sufren a tratar de sembrar amor y a restañar heridas.
Burgaleses: Al hablar ante este pueblo en que yo me formé, donde yo empecé a luchar por la vida, donde he disfrutado de muchas alegrías y he llorado la mayor de mis tristezas, al hablar en esta tierra cuna de todas las virtudes y de todas las hidalguías, donde yo tengo mis mayores afectos, pido a Dios que me ilumine, porque vengo a pedir perdón por los que sufren, a tratar de sembrar el amor y desterrar el odio, a restañar heridas. Pido a Dios que me ilumine también para llevar al animo de los hombres de corazón frío, de los hombres faltos de fe, que España necesita en estos momentos de los esfuerzos de todos sus hijos, que es criminal no pertenecer al bloque nacional y mucho mas tratar de escindir, tratar por ambiciones o rencores o pequeñas pasiones de crear capillitas y que esto que es criminal, en estos momentos pudiera ser también un deporte peligroso.
Yo quisiera, burgaleses, poder llevar a esos hombres al frente y por duro que fuese su corazón, al poco rato se darían cuenta de la grande de los momentos que estamos viviendo y cuando viesen combatir a nuestros soldados se sentirían orgullosos y felices de haber nacido en un país que dio tales hombres, se sentirían felices de tener como compatriotas a tales héroes.
¡Qué valientes son nuestros mozos, camaradas burgaleses! (aplausos).
¡Con qué alegría se enfrentan con todos los peligros! ¡Con qué decisión vencen todas las resistencias! ¡Con qué acometividad atacan y cuando caen lo hacen con la sonrisa en los labios y brotándoles del corazón el «Arriba España»! (gran ovación).
La nobleza de nuestros combatientes, su virtud más grande.
Y con ser el heroísmo, camaradas, tal como es, no es para mí la virtud más grande que tienen nuestros combatientes, la virtud más grande que informa nuestros guerreros es la nobleza.
Yo quisiera que esos hombres, fríos de corazón, viesen a nuestros guerreros cuando extenuados de marchas inauditas, cuando dolorido todo su cuerpo de salvar malezas y breñales, cuando rotos sus nervios de estar sometidos horas y horas y días y días a peligros, cuando tienen contristado su animo de ver caer a su lado a los camaradas mejores, se encuentran con prisioneros rojos. En ese momento que todas las crueldades tendrían disculpas y todas las venganzas explicación, lo primero que hacen nuestros guerreros es alargarles la bota y su petaca y cuando ven que han satisfecho su necesidad material, les extienden los brazos y les estrechan entre su corazón.
Los rojos luchan con tesón.
Allí verían nuestros hombres que tampoco son ciertas esas noticias que se dan a kilómetros y kilómetros de distancias de los frentes y según las cuales los rojos corren y corren sin descanso, con lo cual además de faltar a la verdad restan méritos a nuestros hombres. Los rojos luchan con tesón, defienden el terreno palmo a palmo, y cuando caen lo hacen con gallardía. Han nacido en esta santa tierra que endurecen los músculos y templa el corazón; han nacido bajo este sol de fuego de nuestra España que desata las pasiones y las hace impetuosas, han nacido en España, son españoles y por tanto valientes.
Allí verían esos hombres fríos, y acaso esto les haría pensar que cuando el soldado azul, siempre valiente, se encuentra con el soldado rojo, valiente también, y le extiende sus brazos y con el abrazo, empieza a comprenderse, acaso adivinen el próximo enemigo común y siente allí en los frentes, sobre la tierra española sangrante, la necesidad de unificarse.
Justicia social.
Hoy hace un año, camaradas, que el Caudillo, con gran visión política, decretó la unión de todos los españoles. Pero para que ésta sea algo más que la letra fría de un decreto, para que esta sea algo más que una pagina de la «Gaceta», es preciso asentarla en bases sólidas y firmes y se precisa además darle calor humano, bañarla de amor.
Bases sólidas y firmes. Primero la más apremiante, aunque acaso no sea la más importante: Justicia social. Justicia social generosa. Esto no hay ni que discutirlo. Es tan justo, es tan razonable, que los españoles que están conquistando España con sangre de sus venas, con sudor de su frente, con dolor de su corazón y desgarraduras de su alma disfruten después de esa España que ellos conquistan, sin tener en ella nada propio que no hay nada que discutir.
El Caudillo ha prometido que no faltará pan en ninguna casa y que no faltará lumbre en ningún hogar. El Caudillo es hombre tenaz, es un caballero español que cumple su palabra. Todos los que combaten y sufren en el frente de la misma manera y la inmensa mayoría de la retaguardia tienen la misma opinión. Justicia social habrá. Lo único a discutir será la generosidad de esta Justicia; pero tened en cuenta que si el hombre que está luchando por España sin tener nada propio que defender, al volver a su casa no encuentra sus necesidades satisfechas va a pedir justicia a los hombres y si no le hacen caso pedirá justicia al Cielo. Y yo tengo por seguro que el Cielo le concederá que se la tome por su mano... (gran ovación).
En la Nueva España bastará ser español, ser honrado y querer trabajar para que todas las necesidades materiales estén atendidas. Sin temor a que el paro o a la enfermedad o la vejez sean heraldos de la miseria. En la Nueva España el tener muchos hijos será una bendición de Dios en vez de ser como hasta ahora una maldición del infierno.
El Caudillo ha puesto sobre estos asuntos su mano. Los técnicos han empezado a trabajar y han tenido ya magníficos cimientos con la Carta de Trabajo. En las casas de España no habrá miseria. En todas ellas lumbre en todos los hogares y pan, ¡Qué hermoso amanecer camaradas!
Ni zánganos ni convidados.
En la Nueva España no habrá zánganos ni convidados. No los ha admitido nunca la Falange, pero ahora mucho menos. Sería criminal que permitiésemos que del cuerpo extenuado de la doliente España se alimentasen parásitos aumentando sus dolores y prolongando la larga convalecencia que va a tener nuestra Patria por haber prodigado generosamente su sangre.
La guerra se acaba.
Ni zánganos ni convidados, trabajadores todos. Todos al trabajo. Y pronto, señores. La guerra terminará pronto y entonces todos al trabajo. Todos con sus necesidades materiales atendidas. Acaso tendrán que ceder algo de sus caudales los poderosos, pero lo han de hacer si son bien nacidos, con gusto, pensando solamente que si los rojos hubieran triunfado hubiesen perdido todo, pues los españoles que están en la zona roja han perdido toda su hacienda, no es mucho pedir a esos señores, que den un poco de lo que tienen, para que lo disfruten los que a costa de su sangre les han defendido sus vidas y sus haciendas... (gran ovación).
Malos tiempos tiempos les auguro a los poderosos con alma de judío.
Habrá algunos, no lo dudo, con alma y casi con sangre de judío, que regateen esta acción social, que regateen esta justicia social, pero ¡Malos tiempos les aseguro a los adoradores del becerro de oro! Les aconsejo noblemente que se vayan (gran ovación). Que se lleven sus onzas, y sus alhajas y sus rentas; para nada nos servirán, pero que se lleven también sus mañas, sus consejos y sus almas encanijadas; que nos dejen tranquilos...
Este es el primer punto fundamental en que se ha de asentar la Nueva España: Justicia Social, amplia y generosa.
Justicia justa.
Pero con ser esto importante, con ser imprescindible atender a las necesidades materiales de todos los españoles, es mucho más interesante, es mucho más necesario que las despensas de las casas estén llenas, el tener jueces íntegros que nos garanticen que la simbólica balanza no se va a inclinar por mucho que sea el oro, las mercedes, blasones o las recomendaciones que caiga sobre esa balanza; porque es verdad, camaradas, que España está padeciendo hambre de siglos, es verdad; pero España padece sed de justicia de siglos también. Y la necesidad material del hambre física, era una minoría de España la que estaba sufriendo, pero la sed de justicia la habían aguantado y sufrido de gobernantes venales y a jueces prevaricadores todos los españoles porque hasta los privilegiados, los que manejaban la vara de la justicia a su gusto y los ponían y deponían a su capricho jueces, gobernadores y alcaldes, han sufrido injusticia al venir la Republica, acaso como un castigo de Dios a sus muchas faltas, acaso como un aviso, también divino, de lo peligroso que es el hambre que le pone en su mano el poder y la justicia malgastarlos en beneficio de deudos y amigos.
El tener jueces íntegros que nos garanticen una justicia justa e igual para todos es más fundamental todavía que la justicia social. En todos los pueblos es esto básico, pero en el nuestro, pueblo digno y puntilloso por excelencia sobre todo, tengo la seguridad de que el hombre que viene de litigar con un poderoso y se le ha hecho justicia y llega a su casa y se encuentra que no hay nada que comer, se acuesta con el esto mago vacío pero feliz, satisfecho y orgulloso de saber que su dignidad no ha sido hollada, que no hay nadie que le pueda atropellar, que hay jueces que saben cumplir las leyes y aplicarlas sin mirar los antecedentes de los juzgados.
El día que nosotros tengamos jueces que nos garanticen que la Ley ha de ser igual para todos, el día que nosotros hablemos de estos jueces con orgullo y veneración, el día que cuando nos encontremos nosotros a esos magistrados por la calle les cedamos el paso y les saludemos como seres casi divinos, el día que podamos decir con orgullo «aún hay jueces en España», ese día se habrá dado un paso de gigante para la unificación y la grandeza de España.
Exaltación patriótica.
Estos dos puntos camaradas, fundamentales y básicos para que la unificación sea un hecho, para que la España sea la España Grande y la España libre que estamos predicando, son para mi medios, solamente medios para llegar al fin, para llegar al ideal, que es mantener el espíritu heroico y de sacrificio que anima a nuestra juventud, mantener esa temperatura elevada, esa atmósfera densa que respiran nuestros mozos en el frente, el extender esa atmósfera hasta el ultimo rincón de España, el conseguir que los pulmones de nuestros mozos y de nuestros niños estén acostumbrados de tal manera a respirar esta atmósfera de exaltación patriótica, de espíritu de sacrificio, de sentido heroico de la vida, que cuando les saquen de ella sientan sensaciones de asfixia y tengan que volver a respirar esa atmósfera de España, de Patria, de vida y de honor.
Esto es lo fundamental, camaradas, basar nuestra felicidad y la grandeza de España en bienes espirituales, porque la ambición humana es ilimitada y si basamos nuestra felicidad en bienes materiales nunca nos encontraremos satisfechos y cuando más tengamos más desearemos. Nunca nos parecerá bastante ni la riqueza, ni el poder, ni el lujo. Cuando mas ambiciosos seamos seremos más desgraciados.
Pero si basamos nuestra felicidad en el amor y en la grandeza de la Patria, cuantos más ambiciosos seamos, cuanto más grande y más rica y más fuerte y más hermosa la deseemos, seremos más felices. Viviremos contentos sabremos que no llegará al grado de perfección que nosotros soñamos durante nuestra vida, pero no importa, trabajaremos sin descanso para que nuestros hijos y nuestros nietos lleguen cuanto antes a la meta. Entonces, señores, la unidad de destino habrá plasmado en un hecho la unificación, será un hecho sin necesidad de reglamento, ni de normas ni de nada, entonces el amor a la Patria nos unirá a todos en el esfuerzo, en el sacrificio, en la muerte si es preciso (grandes aplausos).
Perdón para los engañados y para los que en tiempos heroicos lucharon por España.
Esto son, burgaleses, los puntos fundamentales en que se ha de asentar la unificación para que los frutos que el Caudillo soñó y todos ambicionamos: Justicia social, Justicia justa, espíritu de exaltación patriótica, de sacrificio y sentido militar y heroico de la vida.
Pero esto no basta. Para dar a la unificación calor humano, para que éste sea sentido y bendecido en todos los hogares, hay que perdonar. Perdonar sobre todo; en las cárceles hay, camaradas, miles y miles de hombres que sufren prisión. Y ¿por qué? Por haber pertenecido a algún partido o a algún sindicato. Entre esos hombres hay muchos honrados trabajadores que con muy poco esfuerzo, con un poco de cariño se le incorporaría al Movimiento. Hay muchos engañados y forzados que han cotizado en algún Sindicato. No creo que este delito sea mas grave que el que cometieron aquellos banqueros y aquellos comerciantes que daban sus anuncios y su dinero a los periódicos socialistas (grandes aplausos).
Hay que ser generosos, camaradas. Hay que tener el alma grande y saber perdonar.
Nosotros somos fuertes y nos podemos permitir ese lujo, pero sobre todo tenemos que seguir los mandatos del Caudillo. El Caudillo hace muchos meses que prometió a los rojos –y sigue prometiéndolo y poniéndolo en practica– que los que no tengan ningún delito común de qué arrepentirse, vengan a nuestras filas, entreguen sus armas y allí encontraran el perdón y el olvido.
Y si eso se hace con hombres que llevan veinte meses haciendo armas contra nosotros ¿qué justicia, qué ley es la que mantiene en la cárcel todavía a estos señores por la única falta ya perdonada por el Caudillo de haber pertenecido a una Sociedad? ¿Es que estos hombres han cometido mayor delito que aquellos otros, que estuvieron durante veinte meses haciéndonos tiros? ¿Es que si a estos hombres no les ponemos en la calle no van a creer que aquellos otros les perdonamos por miedo?
Yo pido a las autoridades que revisen expedientes. Que lean antecedentes y que vayan poniendo en libertad a esos hombres para que devuelvan a sus hogares el bienestar y la tranquilidad para que podamos empezar a desterrar el odio, para que cuando venimos a predicar todas estas cosas grandes de nuestro credo, no veamos entre el publico sonrisas de escepticismo y acaso miradas de odio, porque tened en cuenta que en el hogar donde haya un preso sin que haya habido un delito tiene que anidar el odio.
Y si pido perdón para esos hombres equivocados o envenenados, enemigos míos en un tiempo, camaradas míos en lo futuro, y si pido perdón para esos hombres, calculad con qué fervor, con qué humildad, con qué ansiedad le voy a pedir para esos camisas azules, soldados de la vieja guardia, que si están en la cárcel serán porque han delinquido (que duda cabe) pero de buena fe. Estos camaradas nuestros ya fueron perdonados, con la hombría de bien y la bondad que pone en todos sus actos el Caudillo al constituirse el Consejo Nacional.
Ahora están pendientes de que sus expedientes se revisen. Yo pido a los encargados de ello que roben horas al sueño, que roben horas al descanso, que revisen esos expedientes; que piensen que estos camisas azules que están en la cárcel fueron aquellos hombres que cuando España se revolcaba en todas las ignominias, se lanzaron a la calle para sembrar el ¡Arriba España! (Grandes aplausos). Que son aquellos hombres que cuando España sufría, fueron los que demostraron quererla más y salieron a la calle a ofrecer su vida y su libertad y por aquello ya sufrieron cárceles y persecuciones.
Y yo, señores no quiero acusar a nadie, estoy en momentos de petición de perdón, pero no tengo mas remedio que decir que probablemente aquellos carceleros primeros de estos camisas azules tendrían mucho contacto con estos carceleros segundos, que habrá muchos que cuando aquellos camaradas nuestros se jugaban la vida y la libertad en la calle estarían muy cómodos y tranquilos en sus casas, que piensen que estos han sido los iniciadores de este movimiento, han sido los que empezaron a forjar la nueva España. Que devuelven a estos hogares, donde también hay tristeza y miseria, la tranquilidad, por que yo pienso que es probable que muchos de esos hogares, además del sufrimiento, además de la miseria, puede haber empezado a entrar en la duda... (muy bien, aplausos).
Caridad cristiana. La labor de la mujer española.
En esta labor de perdón y de olvido, en esta labor tan necesaria –porque señores para edificar España, para hacer la España que nosotros soñamos– necesitamos de todos los españoles y uno de nuestros ideales ha de ser que se duplique la población de España. ¿ Vamos a prescindir de tantos miles y miles como ahora están apartados de nosotros y que irán aumentando día a día? No. Hay que perdonar y olvidar, hay que atraerse a esos compatriotas e irles poco a poco desintoxicando y yo no me dejo guiar por sensiblerías. Yo admito y califico a esos hombres de venenosos y envenenados y digo: A los hombres malvados, que en sus entrañas envenenan veneno, a esos hay que matarlos, pero el envenenado, al que se ha dejado seducir y engañar ¿es necesario matar a un hombre porque una alimaña la haya mordido la cara? No, a ese hombre hay que llevarlo a un lazareto para desintoxicarlo, a un campo de concentración a que oiga nuestros programas, lea nuestra prensa, vea nuestras películas y sea español, que lo será muy pronto y cuando le convenzamos, lo que se conseguirá en breve plazo, será uno de los mas activos camaradas de la Falange.
En esta labor, vosotras, camaradas de la Sección Femenina tenéis que desempeñar la parte más importante. Vosotras sois las indicadas para ir sembrando el amor e ir matando el odio. Estáis desempeñando una magnifica labor en el «Auxilio Social», ya lo se, y lo veo de cerca. A las poblaciones liberadas lo primero que llega de España, después de sus guerreros es el «Auxilio Social». Con qué cariño, con qué afecto llega a los pueblos! Y allí señores, las camaradas y los camaradas del «Auxilio Social» al darles los víveres, al darles el cariño, no les preguntan lo que han sido, da esa casualidad, los reparten a todos por igual, con verdadera caridad cristiana.
Esto, camaradas de la Sección Femenina, que es importantísimo, que es apremiante, acaso no sea lo más importante que tenéis que hacer. Yo se que dar al hambriento es una obra de caridad, pero es una obra de caridad también, consolar al triste y acaso sea mas apremiante y mas necesario en estos momentos.
Pero las dos se complementan y vosotros sois, camaradas de la Sección Femenina, las que tenéis que comprender esta cruzada y llevarla a cabo, vosotras. Pensad que hay muchos niños en España sin padre. Que si ese padre ha caído cara al sol y esta haciendo guardia en los luceros, la madre, dolorida pero orgullosa de que haya caído su marido, será ella la que eduque a su hijo en las doctrinas de la nueva España y le prepara para que en el día de mañana, si es necesario, caiga con la misma gallardía con que cayó su padre (aplausos). Pero si ese niño es huérfano porque su padre ha caído como consecuencia de una sentencia, o luchando contra nosotros, es natural -vivamos en la realidad camaradas- que en el pecho de su madre anide el odio y hay que impedir a toda costa que ese odio se transmita al pecho infantil y hay que curar rápidamente ese corazón lacerado de mujer y sois vosotras las que lo tenéis que hacer, fijaros la obra magnifica que tenéis por delante.
Esos niños que no tienen padre, se encuentran con dos madres: Esa mujer que no tiene marido, se encuentra con una camarada que le ayude y además que sin herir la memoria de aquel hombre para ella sagrada, la convenza de que fue la fatalidad, el mal consejo los que le llevaron a la muerte y la explique lo que es la España grande que va a florecer con tanta sangre derramada y si lo hacéis con habilidad y cariño, aquella mujer será la que terminará educando a sus hijos en las doctrinas de la nueva España y el día que esos niños sean combatientes, sean guerreros que tengan que ir a luchar, serán dos mujeres las que le besarán, le rezarán y las que se enorgullecerán de sus proezas (grandes aplausos).
Pero todo esto, camaradas de la Sección Femenina, lo tenéis que hacer alegremente, con un profundo sentido religioso de la vida, pero sin ñoñerías. No hagáis caso de toda esa partida de beatas tristes y agrias, de esas solteronas amarillentas y encanijadas, de esos hombres oscuros y tristes que ven la vida tras de un cristal ahumado, que son personas intransigentes con las faltas del prójimo, aunque con una manga ancha para las suyas, que son señores que no creen en el camino de perfección y tengo la seguridad que son la mejor parroquia de Satán.
No las hagáis caso. A nosotros no nos importa un centímetro más o menos de tela en la mujer, nos importa un adarme de virtud. Nosotros queremos nuestras mujeres alegres y sanas, nosotros queremos que sean así, porque así fue la santa más grande que hubo en España que fue castellana, así como yo os digo. (Grandes aplausos).
Y os queremos alegres, sanas y os queremos madres sobre todo, que no olvidéis nunca que el papel mas importante vuestro después de ese de adoptar hijos es el echaros al mundo un tropel de cachorros de león y luego que les preparéis para héroes.
Manos dignas administrando la nueva España.
Estas, son, camaradas, las bases fundamentales en que se ha de asentar el decreto de unificación, si ha de ser una cosa consistente. Estas son las bases en que se ha de asentar la nueva España, si ha de ser todo lo grande que deseamos. Pero estas bases: Justicia social, amplia, jueces rígidos e incorruptibles. Exaltación patriótica constante, perdón, caridad cristiana y nobleza castellana han de estar administrados por manos vírgenes, que no sepan de claudicaciones ni de raros contubernios, por personas que nosotros buscaremos en otros ámbitos distintos de donde solían buscados los gobernantes españoles a quienes placían aquellas personas amorales dúctiles con un concepto raro de la moral a quienes importaba poco la ley y mucho su conveniencia.
Nosotros queremos gente joven y sin corromper, camisas azules y boinas rojas, viejas o nuevas, no importa, pero pasando antes por la Aduana, para ver que no encubren mercancía averiada.
Y con estos materiales y con estas personas ¡qué España mas grande van hacer nuestros mozos! ¡qué España más magnifica van a edificar y nosotros qué orgullosos vamos a vivir! ¡y cuando Dios nos llame: qué tranquilos nos vamos a morir sabiendo que hemos legado a nuestros hijos La España Una, Grande, Libre y Pura que les prometimos.