Las enfermeras mártires de Astorga.
El pasado día 29 de mayo fueron beatificadas en la catedral de Astorga las conocidas como Enfermeras mártires de Astorga o de Somiedo. No me consta que ningún grupo feminista se haya adherido a estos actos en memoria de aquellas mujeres ultrajadas y asesinadas.
Las enfermeras mártires de Astorga.
¿Quiénes eran estas enfermeras? ¿Cuándo, cómo y por qué fueron martirizadas? ¿Cuáles son las razones por las que ahora son beatificadas después de que el papa Francisco, el 12 de junio de 2019, reconociera que las tres eran mártires asesinadas por odio a la fe?
Creemos que aquí y ahora, con ocasión de su beatificación, merece la pena que conozcamos, en unos casos, o recordemos, en otros, las circunstancias de su muerte después de que ya lo hayamos hecho en otras ocasiones: La otra memoria, Ed. Actas 2011 pág. 35-36, Cuadernos de Encuentro nº 122, 2015, pág. 21 y Desde la Puerta del Sol nº 360, 2020, págs. 2-3.
Se trata de Pilar Gullón Iturriaga, Olga Pérez-Monteserín Núñez y Octavia Iglesias Blanco de las que haremos una breve referencia, obligados por las dimensiones que nos impone la naturaleza de esta publicación. Pero sería imperdonable que el ejemplo de sus vidas y de sus muertes fuera arrumbado al olvido, el desconocimiento o la ignorancia en el contexto de la tan traída y llevada «memoria histórica».
En el libro Rosas y margaritas, cuya lectura recomendamos (Laura Sánchez Blanco, Ed. Actas, Madrid 2016, págs. 179-197) encontramos amplia exposición de sus biografías y de las causas y circunstancias, ultrajes y muerte que padecieron.
En el mes de octubre de 1936 estas enfermeras de la Cruz Roja, que contaban con 25, 23 y 42 años de edad, respectivamente, y que militaban en la Acción Católica Femenina se ofrecieron voluntarias para ir al frente, al hospital de sangre del Ejército Nacional en Pola de Somiedo en el Puerto de Somiedo, donde fueron hechas prisioneras el día 27 de ese mismo mes y fusiladas al día siguiente, tras haber sido ultrajadas y conminadas por sus captores a renegar de sus principios de Dios y Patria.
Pilar, Olga y Octavia fueron voluntarias a este hospital para atender a los enfermos y heridos de guerra que se encontraban allí y cuando les correspondía el relevo, pidieron prórroga para seguir atendiendo a quienes se hallaban allí hospitalizados.
El 27 de octubre un grupo de milicianos asaltó el hospital, algunos soldados pudieron escapar y a ellas también se les presentó esta oportunidad, pero renunciaron para seguir atendiendo a los que no podían valerse por sí mismos, siendo apresadas lo mismo que todos los que se encontraban en el recinto.
Los milicianos remataron a los heridos y se llevaron a los demás cautivos a un corral, de donde sacaron al comandante, el médico, el capellán y otros oficiales que fueron fusilados, y las enfermeras y dos falangistas fueron obligados a caminar varios kilómetros hasta la localidad de Pola de Somiedo. A los suboficiales y los soldados rasos se les trasladó a la retaguardia en calidad de prisioneros.
Reiteradamente fueron conminadas a renegar de su fe religiosa y de España, a lo que ellas, también reiteradamente, respondieron exclamando: ¡Viva España! y ¡Viva Cristo Rey! Al no avenirse a las exigencias de sus captores fueron sometidas por parte de los milicianos a ultrajes, vejaciones, abusos y malos tratos que sufrieron durante toda la noche, recurriendo los mismos al chirrido de un carro de bueyes para ahogar sus gritos y lamentos.
El día 28 de octubre fueron sacadas de su reclusión, junto con los dos falangistas, que fueron fusilados, y según testimonios del juicio sumarísimo que entendió del caso, unas cuantas milicianas, entre quienes se contaban Felisa Fresnadillo, Josefa Santos, María Sánchez, María Soto y Consuelo Vázquez, se ofrecieron para dar muerte a las enfermeras, siendo las autoras materiales de los disparos mortales Evangelina Arienza, Dolores Sierra y Emilia Gómez, después de despojarlas de sus vestimentas y de sus objetos personales que se repartieron entre ellas. Antes de fusilarlas sus verdugos insistieron en sus amenazas para que blasfemaran y renegaran de Cristo y de la Patria, obteniendo de ellas la misma respuesta.
Pilar, Olga y Octavia habían solicitado la presencia de un sacerdote para que las asistiera espiritualmente en sus últimos momentos, pero esta petición, aunque lo hubieran querido sus captores (lo cual es mucho suponer), no pudo ser atendida ya que el capellán había sido asesinado la víspera.
Concha Espina las asemejó con Jesucristo al que, también, en el momento de su crucifixión, despojaron de sus vestiduras y se las repartieron entre sus verdugos. Los cuerpos de las asesinadas quedaron al descubierto, desnudos y en el lugar donde se habían producido los hechos durante el resto de la jornada hasta que fueron sepultados al anochecer en un prado de Somiedo.
De los responsables de estos hechos, el jefe de las milicias Genaro Arias Herrero «el Patas», fue detenido en octubre de 1937, procesado y ejecutado.
Cuando el Ejército Nacional liberó Asturias, los restos mortales de los dos falangistas y de las enfermeras fueron exhumados y trasladados los de ellas a Astorga, el 31 de octubre de 1938, para recibir cristiana sepultura en tres nichos en la catedral de Astorga. El Ayuntamiento les dedicó una calle.
Salvo error u omisión por nuestra parte, no me consta que ningún grupo feminista se haya adherido a estos actos en memoria de aquellas mujeres ultrajadas y asesinadas.