¿Fue realmente la Falange una fuerza violenta?
Publicado en la página de feisbuc de Ademán, 11 de mayo de 2019
Editado por la Asociación Cultural Ademán.
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Artículo publicado originariamente en El Correo de Madrid.
En un recurso permanentemente recurrente el achacar a FE-JONS y a su I Jefe Nacional, José Antonio Primo de Rivera una apología constante al uso de la violencia desde el mismo momento de su nacimiento en la Comedia en 1933, hasta el estallido de la guerra civil.
Sin embargo, y a pesar del uso intencionado del mitin de 1933 y de la actitud hostil en las calles de las milicias obreras antifascistas que no dudaron en hostigar a los falangistas en todo momento, no fue precisamente la violencia o la respuesta violenta la actitud y la tónica general del movimiento falangista ni de su Jefe Nacional desde el mismo momento de su nacimiento y hasta el estallido de la guerra civil.
Muy al contrario, fueron precisamente los falangistas víctimas predilectas de la violencia callejera entre 1933-1934 por parte de los militantes y activistas de la izquierda que no toleran la presencia de los falangistas, especialmente en las calles madrileñas, donde el enfrentamiento por la fuerte presencia de una potente clase obrera organizada fue mayor.
El resultado de esa hostilidad de las izquierdas a la Falange callejera que sale a vender la prensa nacionalsindicalista (concretamente el semanario FE, órgano de expresión de la nueva formación desde diciembre de 1933) no se deja esperar y entre 1933-1935 caen muertos o heridos graves casi una veintena de activistas de F.E. en todo el país antes de que sea asesinada la primera persona por parte de gentes de la camisa azul, algunos muy conocidos en la mitología falangista como Francisco de Paula Sampol, Matías Montero (co-fundador del SEU), José García Vara (co-fundador de la CONS), o Juan Cuéllar.
El propio fundador, líder y I Jefe Nacional de Falange Española y de la JONS, José Antonio Primo de Rivera, fue objeto de un atentado terrorista sobre su persona el día 10 de abril de 1934 cuando fue tiroteado en la Calle de la Princesa, y del que salió ileso por muy poco. Este atentado, del que se suele hablar y conocer muy poco en nuestros días, acaso para esconder que el máximo líder falangista no solo no llamaba a la violencia ni la practicaba, si no que era víctima de ésta, sin embargo si fue contando en su momento por el ABC el miércoles 11 de abril de 1934:
“En la Cárcel Modelo se celebró ayer mañana la vista de una causa ante el Tribunal de Urgencia contra el conocido sindicalista García Guerra, acusado de intervenir directamente en el asesinato de un estudiante de quince años que cayó muerto a tiros hace pocas semanas en la calle de Augusto Figueroa.
El Marques de Estella abandonó entonces el edificio de la cárcel, y acompañado de varios amigos suyos, montó en su automóvil, dirigiéndose por la calle de la Princesa, cuando al llegar a la esquina de la de Benito Gutiérrez, cuatro individuos, al parecer de filiación sindicalista, que estaban allí apostados, arrojaron dos petardos contra el automóvil.
Uno no hizo explosión, pero si el otro, y a consecuencia de ella sufrió el vehículo algunos desperfectos. Simultáneamente casi, se oyeron tres disparos de pistola, cuyos impactos se aprecian también en la parte trasera del automóvil”.
A pesar de esta situación desigual de hostilidad al falangismo, sin embargo, la violencia no se desató de igual manera en las filas azules, muy a pesar de la opinión de gentes dentro y fuera de la Falange.
Así se manifiesta de forma permanente entre 1933-1935 en numerosos discursos y comunicados del Jefe Nacional José Antonio Primo de Rivera que, frente a las peticiones de violencia y respuesta armada a los asesinatos y atentados contra los falangistas, sin embargo la respuesta desde la dirigencia fue contundente en no responder a ninguna provocación, como lo evidencian estas palabras:
—“La muerte es un acto de servicio. Ni más ni menos. No hay, pues, que adoptar actitudes especiales ante los que caen. No hagáis caso de los que, cada vez que cae uno de los nuestros, muestran mayor celo que nosotros mismos por vengarle. Siempre parecerá a esos la represalia pequeña y tardía, siempre deplorarán lo que padece, con soportar las agresiones, el honor de nuestra Falange. No les hagáis caso. Si tanto les importa el honor de nuestra Falange, ¿por qué no se toman siquiera el trabajo de militar en sus filas?” (“La muerte es un acto de servicio”, en FE, núm. 5, 1 de febrero de 1934).
—“Aquí tenemos, ya en tierra, a uno de nuestros mejores camaradas. Nos da la lección magnífica de su silencio. Otros, cómodamente, nos aconsejarán desde sus casas ser más animosos, más combativos, más duros en las represalias. Es muy fácil aconsejar. Pero Matías Montero no aconsejo ni habló: se limitó a salir a la calle a cumplir con su deber, aun sabiendo que probablemente en la calle le aguardaba la muerte” (Discurso ante la tumba de Matías Montero, 10 de febrero de 1934).
—“Falange Española aceptará y presentará siempre combate en el terreno en que le convenga, no en el terreno que convenga a los adversarios. Entre los adversarios hay que incluir a los que, fingiendo acucioso afecto, la apremian para que tome las iniciativas que a ellos les parecen mejores. Por otra parte, Falange Española no se parece en nada a una organización de delincuentes, ni piensa copiar los métodos de tales organizaciones, por muchos estímulos oficiosos que reciba”. (“La violencia”, en ABC, 14 de febrero de 1934).
—“Yo os aconsejo que cerréis los oídos para esas gentes que ahora, como siempre, se dolerán lastimeramente por la muerte de nuestro camarada, y quizá os aconsejen extremar las represalias. Yo os pido que les demostréis con vuestra conducta cómo sabemos nosotros sufrirlo todo, recogiendo de entre la sangre de nuestro hermano su animoso espíritu –de esa sangre que vuelve a ser el abono fecundo en el suelo de España para la futura cosecha– para seguir imperturbables nuestra ruta” (“En memoria de José García Vara”, Arriba, núm. 4, 11 de abril de 1935).
Precisamente, esta continuada y permanente insistencia de José Antonio de no responder con violencia a las agresiones, atentados y asesinatos contra falangistas le valió a F.E. una serie de críticas desde las filas conservadoras en forma de artículos en la prensa diaria.
Basten como ejemplo dos contundentes artículos, fechados el 10 y 13 de febrero de 1934 en las páginas de ABC y escritos por parte del escritor Álvaro Alcalá-Galiano donde, a raíz del asesinato del militante falangista Matías Montero, estudiante y cofundador del SEU unos días antes, se reprocha al líder de Falange la falta de violencia y respuesta ante los atentados contra sus militantes y afiliados por parte de la izquierda.
En una primera carta del escritor el día 10 de febrero, éste afirmaba:
“El autor describe el ambiente de expectante intensidad con que Madrid esperaba el primer acto público celebrado en el Teatro de la Comedia. Mas luego se ha esperado en vano la continuidad de aquella propaganda renovadora. El órgano del partido, FE, se dejó de publicar después del primer número, y al reanudarse parece una interesante exposición del ideario fascista, pero en modo alguno un órgano de combate. Porque sin milicias dispuestas a la defensiva y sin violencia, el fascismo renuncia a los métodos que en otros países le dieron el triunfo.
Este contraste resulta más desfavorablemente respecto al platónico fascismo español, cuando se recuerdan tantas agresiones y asesinatos entre los que simpatizan con sus ideas o militan en sus filas. La opinión pública esperaba algo más que la enérgica protesta de rigor en los periódicos, unas represalias inmediatas…y nada. Por eso, mucha gente empieza ya a considerarlo más bien como otra forma de vanguardismo literario, sin riesgo para sus adversarios, ni peligro para las instituciones”.
Precisamente, la contundente respuesta de José Antonio a éstos y otros ataques de la derecha por la pasividad de F.E. ante los atentados de la izquierda, y duramente contestada por el propio líder madrileño en el entierro de Matías Montero, valió una segunda carta del escritor el día 13 de febrero, ya abiertamente centrada en esta cuestión y donde en un estilo directo afirmaba:
“Solo me permití opinar acerca de la pasividad con que falange española ha soportado los atentados y agresiones de sus adversarios sin otra forma de protesta que la indignación verbal.
Lo que si reflejaba era mi asombro, que en eso coincide con el de otras muchas gentes, al ver la indefensión en que F.E. deja a sus animosas juventudes. Si no se pudo evitar tan infame atentado, ¿no pudieron siquiera manifestar las huestes de F.E. su protesta en una pacífica manifestación por las calles de Madrid? Y, sin embargo, nada se hizo, si no premiar el sacrificio con unas frases sobrias al sepultar a la víctima. Allá cada cual con su conciencia.
Pero a muchos les parecerá excesivo el exponer las vidas de sus afiliados sin otra forma de actividad ciudadana que la venta de un semanario, sin otro consuelo a las familias que una conmovedora oración fúnebre”.
Así pues queda clara y evidente, por las palabras de sus protagonistas que no era, precisamente, F.E. ni José Antonio quien pedía a gritos una utilización callejera de la violencia, ni el uso de las escuadras falangistas como elementos violentos de choque y represalia.
De esa forma, y ante la falta de evidencias de una Falange política y no fanatizada en el uso de la violencia motivó que el gobierno republicano frentepopulista tuviera que recurrir al montaje para ilegalizar a la Falange por su teórico carácter violento en marzo de 1936, por supuesta tenencia de armas.
Poco después, y estando ya en prisión, primero en la Cárcel Modelo de Madrid y luego en la cárcel de Alicante donde será ejecutado en noviembre de 1936, José Antonio es acusado y condenado por tenencia ilícita de armas en su domicilio, elemento forzado por las fuerzas de seguridad, tal y como reconoce en 1943 en la Causa General el Comisario de Policía de la Brigada de Investigación Social José Fagoaga, partícipe en abril de 1936 en el registro del domicilio personal del Jefe Nacional, y donde es testigo de cómo el Agente Cristóbal Pinazo Herrero encuentra él solo en una habitación cerrada una pistola limpia encima de una estantería manchada de polvo, achacando ese encuentro a un montaje policial contra el líder falangista para tratar de demostrar el carácter violento de los falangistas y poder encerrar de por vida al abogado madrileño.
Así se manifiesta literalmente Fagoaga en la Causa General:
“Con el dicente fueron el Inspector don Manuel Moragas y Agentes don Joaquín de la Calle, don Tomas Luengo, don Leandro Alberto Barrado, y un tal Cristóbal Pinazo Herrero, éste último individuo incondicional del Frente Popular, no recordando el declarante cuando ingresó en la Brigada.
Llegados al domicilio de José Antonio, se dio comienzo al registro una vez que estuvo presente la familia.
En el despacho de José Antonio Primo de Rivera, entra el Agente Pinazo, el cual está solo en dicha habitación, de la que sale nada más comenzar el registro, diciendo que allí había unas pistolas.
Hace constar el que declara, que dichas pistolas no tenían la menor partícula de polvo, y en cambio en el estante donde fueron encontradas existía éste, teniendo pues la certeza de que aquellas armas debieron ser colocadas en aquel momento en el estante, operación que bien pudo ser hecha por el Agente Pinazo dada su ideología.
José Antonio Primo de Rivera llevaba en la cárcel cerca de mes y medio, y su domicilio había sufrido varios registros anteriores, creyéndose por tanto fundadamente que no podía caber responsabilidad alguna al referido por el encuentro de armas en el domicilio frecuentado por toda clase de gentes”.
Sin embargo y, una vez más, las irregularidades constantes de la legalidad republicana frentepopulista se hacen presentes en la ilegalización de FE y de las JONS y de Primo de Rivera por el supuesto delito de tenencia de armas y llevaron a que el propio gobierno desoyera las resoluciones judiciales que exculpaban a los falangistas y anulaban su ilegalización.
Ello se evidencia en el boletín “No Importa” número 1 del 20 de mayo de 1936, editado clandestinamente debido a la ilegalización del movimiento, donde se afirma:
“El día 30 de abril se vio la causa ante el Tribunal de Urgencia de Madrid. Ante él informó el fiscal y los defensores José Arellano y el propio Jefe de la Falange José Antonio Primo de Rivera. Este demostró plenamente como los 27 puntos devuelven con toda fidelidad el contenido político del artículo 1 de los estatutos.
El Tribunal dictó sentencia en que se dice:
Considerando que de los hechos probados no se deduce la perpetración por parte de los acusados del delito que se les inculpa por el Ministerio Fiscal, ya que el ideario político de la asociación, contenido en los estatutos aceptados legalmente, no ha sido alterado en su esencia, orientación ni procedimiento por el documento impreso del folio seis del sumario. Fallamos que debemos absolver y absolvemos del delito del que son acusados a los procesados José Antonio Primo de Rivera, Augusto Barrado, Julio Ruiz de Alda, Raimundo Fernández Cuesta, Alejando Salazar Salvador, José Guitarte Irigaray, y Manuel Valdés Larrañaga.
Igualmente, y en virtud de la anterior absolución, debemos declarar y declaramos no haber lugar a la disolución de la asociación Falange Española de las JONS.
La Falange es legal. Es ilegal esto que con la Falange hace el gobierno. Sus centros están clausurados, contra derecho. Miles de sus afiliados están prisión contra derecho. Su vida legal se cohíbe contra derecho. Incluso la censura ha cometido el abuso de prohibir la publicación de la sentencia transcrita”.
Pero, a pesar de las resoluciones del Tribunal Supremo y de la Audiencia de Madrid en contra de la ilegalización de FE y de las JONS y del encarcelamiento de sus dirigentes, y de las constantes manifestaciones del Jefe Nacional en contra la violencia, el movimiento siguió siendo definitivamente ilegal y perseguido hasta encadenar con el estallido de la guerra civil donde esa persecución se legitimó y extendió formalmente, y el aumento de las tensiones y de la violencia derivó en una espiral de violencia callejera incontrolada, muy bien descrita por Agustín de Foxá y Arturo Barea en sus novelas sobre el Madrid pre-bélico, que derivarán directamente en el estallido de la guerra civil.
Un estallido del que precisamente ellos, los falangistas, no fueron los principales responsables ni apologistas, sino más bien sus rivales políticos (sin que ellos les tuvieran como tales), que bien en la calle bien en las instituciones contribuyeron cuanto pudieron por la liquidación de las organizaciones falangistas.
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