Una fecha en la historia.
El llamado Régimen del 18 de julio murió con su creador, y su actualización fantasmagórica se debe a los intereses de los gobiernos de Rodríguez Zapatero y de Pedro Sánchez, empeñados en manipular y rectificar el pasado para hacerse con el presente y el futuro de todos los españoles.
Una fecha en la historia.
La fecha del 18 de julio seguro que pasará desapercibida para una inmensa mayoría de españoles; para unos, porque se encuentra situada en esos períodos vacacionales en los que ⎼a Dios gracias⎼, se pierde la noción de los días, incluso de las horas y de los reajustes ministeriales; para otros, por puro desconocimiento, nacido de las aulas o de la amnesia de la historia propia a lo que todos somos propensos, a diferencia de los ciudadanos de las otras naciones de nuestro entorno cultural.
Se acordarán, eso sí, algunos de los que los medios suelen calificar como nostálgicos, ya sea por su edad o por sus afinidades ideológicas; de entre estos últimos, habrá que consignar a quienes se expondrán a caer bajo los interdictos legales de las leyes de la memoria, bajo la acusación de enaltecedores del franquismo; también se acordarán quienes aprovecharán la ocasión para propinar lanzadas a moro muerto, que, como es normal en estos días, no solo no es ilegal, sino que hace ganar muchos puntos.
Uno, que pretende ser ecuánime, no se alista en ninguna de los dos grupos indicados, quizás porque ha estudiado algo de historia y, especialmente, porque no quiere que esta se repita, fiel a la última consigna de una de las víctimas de aquel enfrentamiento: Ojalá sea la mía la última sangre española que se vierta en discordias civiles.
El 18 de julio de 1936 fue, en línea generales, un fallido golpe de Estado, no contra la República, sino contra la deriva de aquel régimen con el Frente Popular; se trató, pues, de un intento de rectificación de la Segunda República, que desembocó en una larga y cruenta guerra civil de tres años de duración.
Esta generalización no obsta para que se pueda afirmar que no se dieron dos bandos homogéneos en objetivos y motivaciones; entre estas, las hubo de carácter religioso, político, social, económico…, como en la mayoría de hechos históricos. En cuanto a las intenciones, también estas eran variadas y aun contrapuestas entre sí, aglomeradas en sus respectivas trincheras por razones de estrategia.
Si observamos el llamado bando “nacional”, encontraremos las aspiraciones del tradicionalismo, con su añejo Dios, Patria, Fueros, Rey; las del falangismo, para el que el golpe de Estado en cuestión era la ocasión de una transformación radical de España en línea nacionalsindicalista; la de los monárquicos alfonsinos en pro de la Restauración (que tendría lugar treinta y nueve años después), y las de una pléyade de gentes de orden horrorizadas ante los excesos frentepopulistas.
Si nos referimos al llamado bando “republicano” (expresión equívoca, pues no todos en el otro lado eran monárquicos), vemos un abanico difícilmente reconciliable en sus metas: socialistas, a su vez divididos entre moderados prietistas y extremistas caballeristas, abocados al bolchevismo en auge; comunistas y trotskistas, luego a la greña entre sí; anarquistas y anarcosindicalistas; separatistas catalanes y vascos, y todo un aluvión de republicanos de izquierdas, bajo definiciones y siglas diferentes.
Desde la perspectiva que da la historia, se me antoja que es impreciso del todo resumir aquellos terribles hechos como una guerra entre las dos Españas; escasamente propio reducirlo a una pugna entre derechas e izquierdas, y francamente estúpido y tendencioso explicarlo como una guerra entre el fascismo y la democracia, entre otras cosas porque los ánimos democráticos eran muy escasos entre las motivaciones de los españoles de entonces y en aquellas circunstancias, y lo del fascismo era ⎼y es en este momento⎼ una moneda de uso vulgar y poco definido.
De los tres años de guerra surgió un Estado y un Régimen diferente, que, en ajustadas palabras académicas de los años 60, fue una dictadura constituyente y de desarrollo, lo segundo se cumplió plenamente y lo primero se truncó con el fallecimiento por causas naturales de Franco, pues los propios franquistas de entonces optaron por abrir otro período constituyente e institucional distinto al que preveían aquellas Leyes Fundamentales, cuyos principios (los del Movimiento, lógicamente) ya habían sido cuestionados en su permanencia por el Caudillo, en declaraciones al diario Arriba, el 1 de abril de 1969, y en la audiencia concedida al general Vernon A. Walters, enviado del presidente Nixon, en 1971.
El llamado Régimen del 18 de julio murió, pues, con su creador, y su actualización fantasmagórica se debe a los intereses de los gobiernos de Rodríguez Zapatero y de Pedro Sánchez, empeñados en manipular y rectificar el pasado para hacerse con el presente y el futuro de todos los españoles, tanto los escasos que recuerdan la fecha como los que no tienen ni idea de a qué se refiere.
Que la historia tal como fue descanse en su anaquel de vitrina de museo en paz, y que la acompañe idéntica paz de espíritu en quienes la protagonizaron, y no digamos en quienes la estudiamos en los libros. Que nunca sirva como ariete para volver a enfrentar a unos españoles contra otros. Que, como cristianos, no olvidemos una oración por todos nuestros antepasados, estuvieran en una u otra trinchera, quienes lucharon entre sí por creer, acertada o erróneamente, que su sacrificio tenía como fin conseguir una España mejor para sus descendientes, incluyendo a los que no saben qué fue la fecha del 18 de julio de 1936.
Recibir actualizaciones de La Razón de la Proa (un envío semanal).