Una “amable licencia” corregida, y disculpada
Una “amable licencia” corregida, y disculpada
Algunos domingos suelo leer el ABC, y no por coincidir necesariamente con la línea editorial de Vocento, sino por la calidad de alguna de las colaboraciones y por contrastar la información con la que ofrecen otros medios. Suelo detenerme en La tercera, normalmente bien escrita y en profundidad, aunque discrepe de la opinión vertida; sobre todo, no me pierdo en la revista El Semanal, que acompaña al diario, el artículo de mi admirado Arturo Pérez-Reverte y la enjundia de la sección Animales de compañía, del no menos admirado Juan Manuel de Prada.
Siendo esto así, el pasado domingo me entretuve largo rato con la segunda entrega de la antropología capitalista del último autor mencionado, con un buen artículo sobre Manolete de Andrés Amorós, capaz de incluir una simpática referencia de Rafael García Serrano, y me agradó también la colaboración de Hughes titulado Santiago o la Asunción, especialmente dedicado a la manipulación de la figura de Federico García Lorca por parte de la izquierda.
En él, escribía el periodista de Columnas sin fuste que el asesinato del poeta en 1936 «tiene brutalidades de aquí, oscuridades locales, odios concretos que pudieran alejarlo de lo puramente ideológico», rasgo este último que «sí aparece con toda claridad en otros asesinatos, indignos al parecer de recuerdo, como el del escritor Ramiro de Maeztu», al que califica de «el intelecto más fértil de la derecha».
Lanzado en esta dirección, Hughes cita otros asesinados por el Frente Popular, como Víctor Pradera, Calvo Sotelo… y José Antonio Primo de Rivera y Ramiro Ledesma Ramos. Efectivamente, todos ellos fueron asesinados entonces y, ahora, relegados al silencio o al olvido interesado. Saca el autor del artículo la consecuencia de que la derecha actual «no es heredera intelectual sino patrimonial» de aquellos muertos y «usufructúa mitologías ajenas en evolución», frase que puede parecer algo críptica pero con claro significado para los que observamos los derroteros de la diestra actual.
Sin embargo, comete un importante desliz ⎼quizás involuntario, por desconocimiento profundo del tema⎼ y es situar a José Antonio y a Ramiro en el campo de la derecha, a pesar del epíteto de revolucionario que añade como compromiso o intuición.
Ambos asesinados ⎼uno en Alicante, otro en Aravaca⎼ rechazaron explícitamente encasillarse en la derecha o en la izquierda, como discípulos que fueron de José Ortega y Gasset, para el que esta división encerraba una suerte de hemiplejía moral. José Antonio en concreto, que procedía del ambiente de la derecha, adoptó un nuevo talante y desarrolló un ideario inequívocamente revolucionario, por influencia del jonsismo ramirista especialmente, y llegó a ser tildado de bolchevique tras expresar en el Parlamento republicano sus pretensiones sobre la ineludible reforma agraria. En cierta ocasión, en otra intervención parlamentaria y ante las palabras de otro diputado sobre su derechismo, respondió con cortesía que este encasillamiento era, en todo caso, una «amable licencia» de su oponente.
La Falange joseantoniana –«síntesis de tradición y revolución», según sus palabras– tuvo que acudir en solitario a las elecciones de febrero del 36, sin encontrar ni un resquicio de simpatía por parte de los partidos de la derecha española, a los que había fustigado. No es el momento de entrar ahora en las circunstancias que rodearon su fusilamiento el 20 de noviembre de 1936; con todo, es sintomático que, como recuerda el articulista de ABC, las últimas palabras de su testamento fueran «Ojalá fuera la mía la última sangre española que se vertiera en discordias civiles»; y añadía «Ojalá encontrara ya en paz el pueblo español, tan rico en buenas cualidades entrañables, la Patria, el Pan y la Justicia», recogiendo así otra aportación de Ledesma Ramos.
Por lo tanto, podemos considerar la inclusión de José Antonio y de Ramiro en la derecha que nos hace el autor de la columna de ABC como otra amable licencia, que se puede disculpar por haber recordado a los lectores a aquellas figuras históricas de relieve, y cuyas aportaciones al pensamiento español contemporáneo nos podrían echar algo de luz para el presente.
Hoy como ayer, parece existir un feroz empeño, no solo en contar una parte de la historia, omitiendo el resto, sino en que los ciudadanos del siglo XXI sigan encasillándose en las definiciones mostrencas de izquierda y derecha. Y, como también expresó poéticamente José Antonio, a España hay que mirarla con los dos ojos, de frente, como se contemplan todas las cosas bellas, y no con un solo ojo. Junto a la necesidad de salvaguardar los valores tradicionales y heredados, existe también la urgencia de buscar nuevos caminos de justicia y de libertad, que garanticen la satisfacción plena de trabajo digno, vivienda y educación, por ejemplo.
Mucho me temo que ni la izquierda en el poder y la derecha en la oposición en este momento (y a la inversa, quizás, en el futuro) acierten en el logro de una tarea integradora, nacional en suma, pues los intereses partidistas siguen prevaleciendo sobre la realidad atormentada de España.