Yo apaciguo, tú apaciguas, él apacigua…
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Yo apaciguo, tú apaciguas, él apacigua…
A estas alturas de la película, no nos va a sorprender ni a escandalizar el cinismo del presidente Sánchez; todo el mundo ha entendido perfectamente que su predisposición clara y favorable al indulto de los golpistas de 2017 no responde a otra intención que mantener el apoyo parlamentario de los separatistas para continuar en el machito; eso de entrada y de forma pública y manifiesta, si es que no existen, entre bastidores, instrucciones expresas al respecto desde los auténticos centros de poder que dirigen esta farsa.
Sabido esto, vamos a centrarnos en el verbo apaciguar, que ha sido la burda excusa para justificar lo injustificable a todas luces. Dice la R.A.E. que apaciguar es poner paz, sosegar, aquietar; pero ¿de verdad alguien se cree que existe una situación de belicosidad entre España como conjunto y una de sus partes, en este caso Cataluña? Estamos ante la eterna, estúpida e interesada confusión terminológica, que tanto me duele como catalán a mí y a muchísimos compatriotas: no existe un litigio “con Cataluña”, sino con los separatistas, precisamente con esos cuyos votos le son tan necesarios a Sánchez.
¿Sosegar a quién? Todos sabemos muy bien que todo nacionalismo ⎼rayano por definición en secesionismo⎼ no puede alcanzar nunca el menor sosiego; precisamente porque nace de un sentimiento ⎼gravísimamente errado, pero sentimiento al fin⎼, que es azuzado constantemente por la oligarquía territorial, que tiene todos los medios a su alcance para hacerlo. Ya lo dicen sin tapujos: Lo volveremos a hacer, y no engañan más que a los incautos que practican la táctica del avestruz.
¿Aquietar a quienes y cómo? ¿A los comandos callejeros de los CDR que incendiaron las calles de las ciudades catalanas y que mostrarán ora vez su actividad ⎼eso que llaman “terrorismo de baja intensidad”⎼ en cuanto reciban las órdenes oportunas? Apretarán de nuevo (por emplear el término del olvidado Torra) en cuanto sus mentores consideren que es necesaria la presión.
La política que se ha venido llevando con el separatismo no ha podido ser más estúpida y desafortunada (e interesada), por emplear palabras suaves; todos los gobiernos españoles ⎼absolutamente todos⎼ prodigaron dádivas y concesiones, en clara omisión de sus responsabilidades constitucionales, creyendo que así lograrían apaciguar, sosegar, aquietar, cuando, en realidad, estaban dotando al separatismo de formidables recursos para promover sus golpes contra la integridad de España; a esta figura se le puede llamar, piadosamente, connivencia o, incluso, complicidad con el delito.
Porque se trata precisamente de un delito, según las leyes vigentes, y, desde criterios metapolíticos y morales, de un crimen histórico: romper la unidad secular de una Nación no es cosa baladí, que va mucho más allá de malversaciones, repetidas desobediencias a las sentencias de los tribunales, amagos teatrales o pretensiones de cambiar estructuras o leyes.
Conllevar un problema histórico (Ortega dixit) no es apoyar las pretensiones secesionistas; y, mientras Sánchez dice pretender apaciguar, la respuesta es diáfana desde los poderes autonómicos, que se reiteran en sus propósitos de autodeterminación, de independencia y de establecer una república catalana.
Como muestra, un botón: la señora Laura Borrás, presidente del Parlament de Catalunya, respondió a la protocolaria invitación del inspector general del Ejército para los actos del Día de las Fuerzas Armadas en el acuartelamiento de El Bruch de Barcelona con una despectiva carta que, entre otros extremos, decía lo siguiente:
El año 2017, Cataluña protagonizó un ejercicio de autoafirmación democrática sustentado y legitimado en la razón de ser de toda sociedad que se pretende democrática, dando la voz a sus ciudadanos para que fueran ellos de forma directa quienes decidieran su futuro como sociedad, como una comunidad de personas libres, como un pueblo, como una nación.
El propio rey no salía bien librado en este panfleto institucional:
Desgraciadamente, el discurso que Felipe VI de Borbón, que también es jefe de las fuerzas armadas, hizo el 3 de octubre no fue el que reclamaban aquellos momentos históricos. No solo no cumplió su función de arbitrar el conflicto, sino que aplaudió e, incluso, estimuló la represión contra los ciudadanos (…). Aquel día el jefe del Ejército español puso esta institución contra la ciudadanía de Cataluña. Aquel día la Monarquía se puso al lado de una concepción nacional excluyente de España y dio soporte a ideales políticos pretéritos y antidemocráticos.
La señora Borrás, después de esta sarta de necedades, reclama que...
Si realmente quieren hacer algún gesto hacia los ciudadanos de Cataluña, empiecen por abandonar las instalaciones del acuartelamiento del Bruch y cedan este espacio a quienes realmente se lo merecen: los ciudadanos de Barcelona y de Cataluña. Como es lógico, declina la invitación al acto conmemorativo del día de las fuerzas armadas españoles. (Seguro que nadie la echó a faltar…).
Aficionada a la literatura epistolar, como se ve, esta señora ha respondido con otro exabrupto a la invitación de la Guardia Civil para asistir a la toma de posesión del jefe de la Comandancia de Barcelona: acusa a la Benemérita de actuar de policía patriótica para perseguir a los disidentes políticos; afortunadamente para el Cuerpo, también declina la invitación.
Toda esta sarta de disparates y de insultos en medio al anuncio del indulto a los golpistas por parte del Gobierno español, que, como se ve, no ha logrado apaciguar, sosegar o aquietar, sino, una vez más, ha dado alas al separatismo.
No me resisto a lanzar una pregunta a los cuatro vientos: ¿firmará Felipe VI el decreto inminente de indulto como muestra de arrepentimiento?