Cataluña desde el resto de España.
¿Cómo vemos a Cataluña el resto de los españoles en estos momentos? ¿Qué impresiones, sensaciones o sentimientos nos inspiran aquellas tierras hermanas? ¿Qué pensamos de lo que está ocurriendo?.
Cataluña desde el resto de España
¿Cómo vemos a Cataluña el resto de los españoles en estos momentos? ¿Qué impresiones, sensaciones o sentimientos nos inspiran aquellas tierras hermanas? ¿Qué pensamos de lo que está ocurriendo? No importa nuestra procedencia, ya seamos castellanos, madrileños o extremeños, o de cualquier otro territorio de España. La contestación, con una amplia variedad de matices, es que es un «territorio comanche», es decir, un lugar en que el imperio de la ley establecido en nuestra Magna Carta es papel mojado y que, sin temor ni decoro, hay un gobierno que permanentemente está desafiando al Gobierno del Reino de España.
Cataluña ha sido siempre lugar de referencia en el desarrollo y crecimiento económico, una tierra de oportunidades para quienes quisieron construir allí su proyecto de vida, un territorio de enorme potencial y dinamismo en todas las esferas, en definitiva, un modelo de referencia y ejemplo para el resto de las regiones de España. Había una admiración y, por qué no decirlo, hasta una cierta envidia, por los éxitos históricos alcanzados. Negarlo sería una actitud hipócrita y cínica. La carga de la prueba evidenciada a lo largo de la historia es suficientemente contundente como para ofrecer alguna sombra de duda sobre el particular. Ha sido un polo de desarrollo siempre, desde tiempos pretéritos y desde un pasado reciente, inmediato.
No obstante, por ser respetuosos con la verdad, como en el caso de Estados Unidos, la aportación humana exterior, en este caso desde diferentes regiones de España, ha sido fundamental e imprescindible para alcanzar tales cotas de bienestar y desarrollo. Andaluces, extremeños, castellanos, aragoneses, sobre todo, han enriquecido social y económicamente Cataluña. No aceptar este argumento sería perverso e ignominioso. España ha contribuido a engrandecer a Cataluña, como Cataluña ha contribuido al crecimiento de España. Una relación de reciprocidad que ha representado grandes ventajas para ambos, para todos, sin exclusión.
No quiero entrar en debates históricos tan pueriles como estériles, como tampoco pretendo iniciar un discurso sobre una cuestión que, de manera intencionada, se pretende politizar. Miren ustedes, en Cataluña no hay ningún conflicto político, no hay presos políticos, no existe la represión por parte del Estado español, tampoco hay exiliados. Es absolutamente falso. Existe una voluntad decidida –aunque actualmente parece desinflarse– de generar artificialmente una situación de alteración del orden constitucional establecido que, por otra parte, permite una convivencia y una paz social entre todos los catalanes y, en consecuencia, una estabilidad económica.
¿Qué está pasando? ¿Cómo lo vemos desde otros lugares? Pues, lamentablemente, lo vemos muy mal. Asistimos al triste espectáculo que se nos ofrece con enorme dolor. Se ha provocado un drama que ha quebrado la convivencia y la armonía social, echando por tierra los logros económicos conseguidos y, lo que es peor, dinamitando muchas expectativas de un futuro prometedor. Sencillamente, ya no contemplamos a Cataluña como modelo a imitar y como la comunidad de referencia que siempre fue. La vemos como un territorio poco atractivo e incómodo, incluso para ser visitado.
Las reglas del juego democrático se han destruido unilateralmente por la radicalidad imperativa de los nacionalistas. Me da igual las siglas que lo representen, ERC, CUP o Junts, han practicado una política de subversión y desestabilización contraria a nuestra ley común, incumpliendo, vulnerando y provocando gravísimas alteraciones del orden constitucional. Para decirlo de una manera escueta, se han convertido en delincuentes, en organizaciones que actúan al margen de la legalidad. Otra cosa es que nuestro Gobierno central haya hecho trampas y, en nombre de un presunto diálogo –más monólogo que otra cosa–, haya concedido indultos, tolerado la rebeldía de los sediciosos, o consentido la burla de los prófugos de la justicia española.
La actuación segregacionista practicada desde las instituciones de gobierno ha llevado, no ya a la exclusión, sino a la persecución de la población no pro independentista. Se activan todo tipo de iniciativas excluyentes de los contrarios, amenazando e intimidando de manera vergonzosa y execrable. El nacionalismo ha derivado hacia un nazionalismo brutal e in misericorde con la población que se siente española. La limpieza cultural y la persecución sociopolítica son reales. No podemos olvidarnos de ellos, dejándolos impunemente desamparados por un Estado que incumple con su obligación de velar por mantener la legalidad. ¿No les parece que está todo al revés? La delincuencia se ha institucionalizado y la legalidad ha sido proscrita.
El clima general que se vive y se respira en Cataluña es insufrible. No es necesario recurrir a las cifras que manifiestan una clara desaceleración económica que padece, es tangible cuando se visita. Hablen ustedes con los taxistas, por ejemplo, y escuchen su visión del panorama. La debilidad del Ejecutivo socialista, absolutamente necesitado de apoyos parlamentarios para poder gobernar, consiente, por inacción, el creciente desafío independentista. ¿Para qué una mesa de diálogo? ¿Qué condiciones hay que negociar si las normas ya están establecidas por la Constitución? ¿Qué oscuros pagos y tributos se están entregando desde Madrid? Miren, queridos lectores, es como si a un tramposo le dejaran sentarse a jugar una partida consintiéndole sus trampas. Pero es que hay más, la extorsión y el chantaje es humillante para todos los españoles. Si no me das lo que quiero, lo voy a hacer sí o sí, y además te voy a montar un follón. Es verdaderamente humillante y de pésimo ejemplo para nosotros.
España asiste perpleja y avergonzada al sainete que, cada vez que puede, monta el prófugo Carles Puigdemont. De manera altiva, prepotente, soberbia y desvergonzada deshonra a los españoles con sus idas y venidas, con sus ruedas de prensa, con sus entrevistas y declaraciones. Es intolerable. Últimamente, en el reparto de papeles de la bufonada puesta en escena, cada vez son más los actores de reparto que participan en esta charlotada. El ínclito Pere Aragonés, como presidente de la Generalidad, se hace presente para mayor desprecio y afrenta a España, acompañando y declarando su obediencia al fugado instalado en Waterloo. ¿Se puede aguantar tanta obscenidad y perversión antiespañola?
Así pues, se ve a Cataluña como a una tierra hermana aquejada de un maltrato político independentista que, de manera impenitente e inexorable, la somete, sojuzga, avasalla y subyuga. Al resto de los españoles nos duele Cataluña y nos provoca una incontestable pena y tristeza los males que padece. Es parte de la familia española y por ello es querida y amada, respetada y hasta reverenciada. El camino a seguir solo es uno, no hay atajos ni rutas alternativas inventadas. El cumplimiento de la Constitución es el camino, garantía de un estado democrático, social y de derecho.