Artículo del director

¿Causas perdidas?

Descalifico la celebración del 'Halloween', enmiendo la plana a quien emplea el espurio término de 'Latinoamérica', no caigo en las aberraciones gramaticales del 'lenguaje inclusivo', pronuncio con rotundidad el nombre de España...

¿Causas perdidas?


Del larguísimo folletín (y excelente película) Lo que el viento se llevó me quedó grabada siempre una escena, entre romántica y épica: aquella en la que Rhett Butler (Clark Gable), revólver al cinto, besa apasionadamente a Scarlett O'Hara (Vivian Leigh), con el fondo del Atlanta en llamas, y le manifiesta su intención de luchar por la Confederación en derrota, con la frase: «Me gustan las causas perdidas».

Uno, que es escasamente romántico (y sí algo sentimental) y poco dado a la épica (por razones de edad y condición), asume con gusto la frase mencionada y se confiesa también adalid de supuestas causas perdidas, según consideración de algunos amigos y de muchos que no gozan de esta categoría; por ejemplo, de las que menciono a continuación…

A propósito de estos últimos días, no he perdido oportunidad de descalificar la celebración del Halloween, y no tanto por su presunto trasfondo satánico de origen, como por su cursilería y ñoñez, porque es una fiesta del todo punto foránea, de importación colonialista yanqui y porque pretende arrinconar las festividades cristianas de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos, y la gozosa tradición gastronómica de la castañada.

Enmiendo siempre la plana a quien ⎼sea clérigo o seglar⎼ emplea el espurio término de Latinoamérica, y le pregunto si por un casual se refiere a Hispanoamérica o Iberoamérica, pues su vocablo es inapropiado, sobre todo, por dos razones: primera, porque por aquellos lugares no circuló ninguna legión romana y sus habitantes no hablan, en consecuencia, la lengua del Lacio; segunda, porque el palabro proviene de la propaganda política lanzada por Francia en el siglo XIX para justificar su presencia en tierras del convulso México; añado que tanto ha sido el éxito de aquella maniobra que, sin evitar el fusilamiento de Maximiliano, sentó plaza desde entonces en la estupidez o la incultura de periodistas, políticos y jerarquías eclesiásticas casi sin excepción. No se me escapa afirmar que su fin último en nuestro días es negar o menospreciar la obra histórica de España y Portugal.

No caigo en las aberraciones gramaticales del lenguaje inclusivo, empleo el genérico masculino con asiduidad, con la excepción de cortesía del señoras y señores cuando me dirijo a un público desconocido, sin tener en cuenta si alguno de sus componentes no alcanza tal señorío. Consecuentemente, en la misma línea, manifiesto mi discrepancia con cantidad de peregrinas teorías biológicas, antropológicas y éticas que contradicen la naturaleza humana, por mucho que estén de moda y ostenten el sello oficial; incluso, en ocasiones, no tengo empaque alguno en usar, si cabe, toda la riqueza léxica del español para referirme a determinadas situaciones.

Pronuncio con rotundidad el nombre de España (nunca en vano) y no lo sustituyo por el melifluo de país; tampoco me corto un pelo en emplear la palabra patria y no la reemplazo por lo que debería ser su instrumento, el Estado español. Pongo en juego, si viene al caso, mis humildes conocimientos históricos en todo debate o tertulia, aunque las verdades oficiales intenten prevalecer sobre la evidencia de lo que fue, cosa que entiendo muy necesaria en esta sociedad orwelliana donde la tergiversación está a la orden del día; aún no ha conseguido nadie colocar en mi cerebro el chip de la memoria democrática

En la misma línea, afirmo con toda sinceridad lo bien que lo pasé en mis años mozos, cuando asistía a marchas de montaña, campamentos y otras actividades juveniles, y, al mismo tiempo, me formaba en valores recios y permanentes, sin concesiones ⎼incluso⎼ a algunas otras verdades oficiales del momento.

Denuncio ⎼racional y procuro que no pasionalmente⎼ no solo los errores, mentiras y malas prácticas del mundo político vigente, sino también las propias bases ideológicas del Sistema al que este mundo ha prestado sumisión absoluta; así, el falseamiento de la democracia, la persistencia de unas estructuras sociales y económicas radicalmente injustas e incluso, si es pertinente, los fundamentos filosóficos que sembraron los señores Rousseau, Locke, Hume y demás hermanos mártires para que se consolidara este Sistema por los siglos de los siglos.

Si se entra en tema religioso, distingo a mis interlocutores entre la Iglesia católica como comunidad de creyentes, esposa de Cristo y marco de actuación preferente del Espíritu, de su organización terrenal dirigida por unas jerarquías que a veces no dan pie con bola en lo referente a lo humano y no digamos en lo político; y esto es en especial imprescindible en Cataluña, por ejemplo, a riesgo de tener uno que engrosar las filas del budismo en auge progresista o retornar a la época de los eremitorios en el desierto.

Para ser consecuente, recibo con cara de palo o con sonrisa irónica, según los casos, los calificativos ajenos a que pueden dar lugar mi sinceridad y mi amor por las causas perdidas; y me limito a contestar lo que me enseñó un buen amigo mío, más veterano en recibir invectivas: «Mientras no me llames lo que eres tú…».