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Cómo entendemos la democracia

La libertad se está entendiendo como algo que nos otorga todos los derechos, sin exigirnos la contraprestación de deberes y la consagración de nuestros derechos y libertades frente a los derechos y libertades de los demás.

Publicado en Desde la Puerta del Sol núm. 557 (8/DIC/2021). Portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa (LRP). Recibir el boletín semanal de LRP.

Cómo entendemos la democracia


Este pasado lunes fue 6 de diciembre y se celebró el XLIII aniversario de la Constitución española y, por ello, muchos políticos, en sus discursos, intervenciones institucionales o simples respuestas a entrevistas en los medios de comunicación, aludieron profusamente a la democracia.

Pero, ¿qué es para nosotros la democracia?, ¿cómo la entendemos o interpretamos?

Entre las diferentes definiciones de este término adoptadas por la Real Academia Española de la Lengua encontramos estas tres:

  1. - Sistema político en el cual la soberanía reside en el pueblo, que la ejerce directamente o por medio de representantes.
  2. - Forma de sociedad que reconoce y respeta como valores esenciales la libertad y la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley.
  3. - Participación de todos los miembros de un grupo o de una asociación en la toma de decisiones.

Sin, embargo, vistos los comportamientos en algunas sociedades no siempre parece que los mismos se ajusten ni a estos conceptos ni a estos principios.

Paradigmático resulta el caso de la antigua Alemania del Este, la República Democrática Alemana, que, pese a llevar en su denominación esta mágica palabra, levantó un muro para impedir que sus ciudadanos optaran por la libertad de elegir su lugar de residencia y a los que lo intentaban se les disuadía por el expeditivo procedimiento de ser tiroteados por los vopos que patrullaban a la sombra de aquel muro.

También creo recordar que se nos ha dicho que la regla de la mayoría es la que establece que para tomar una decisión en un grupo debe adoptarse la opción que cuente con el apoyo de una mayoría de los miembros y que la democracia es la forma de gobierno de las mayorías, a diferencia de las aristocracias o las oligarquías.

Sin embargo, en nuestro caso y en la práctica, estamos viendo cómo se impone como forma de gobierno no el criterio o los valores de la mayoría, sino el de las minorías ya sean sexuales, feministas radicales, étnicas, religiosas o independentistas. Salvo que estemos equivocados y no sean en realidad tales minorías.

Ejemplos hemos tenido de sobra...

Durante la celebración de las fallas en Valencia, se retiró una parte de una de ellas porque se entendía que podrían sentirse molestos los musulmanes. Sin embargo, se le aplicó la cerilla sin ningún tipo de reparos a un ninot que, en otra falla, representaba a un obispo. ¿No se pudo sentir molesta la mayoría cristiana?

Se quita contenido a la celebración de la Navidad incluso en centros educativos ante las objeciones de minorías no creyentes, ¿y el respeto a las mayorías creyentes? En las ciudades se suprimen de las iluminaciones navideñas los motivos religiosos que antaño proliferaban con imágenes de la Sagrada Familia sustituyéndolas por otras, muy espectaculares pero anodinas y sin relación alguna con lo que se celebra en estas fechas.

Se hacen simulacros de procesiones sacrílegas, pero ¡qué casualidad!, siempre con referencia a imágenes católicas.

No existe la tan cacareada igualdad como lo pone de manifiesto el distinto tratamiento que se da, por ejemplo, en las leyes de la llamada violencia de género a la hora de tipificar y sancionar, por hechos semejantes, a hombres y mujeres. No digamos ya la diferencia de privilegios entre distintas comunidades autónomas, dependiendo de que, aunque preconicen la disolución de España como nación, sus votos sean decisivos para dar satisfacción a los diferentes gobiernos.

Y este fenómeno se da, no sólo en nuestra España, sino también en otros lugares de nuestro mundo, como se ha puesto recientemente de manifiesto en la Unión Europea donde, desde la Comisión que preside Úrsula von der Leyen se ha desautorizado la «guía de comunicación inclusiva» de la Comisaria de Igualdad, la maltesa Helena Dalli, que pretendía prohibir las menciones a la Navidad, pese a que esta misma señora había felicitado explícitamente el comienzo del Ramadán a la comunidad musulmana.

Y quizá otro tanto esté ocurriendo con el concepto y la idea de «libertad». La libertad se está entendiendo como algo que nos otorga todos los derechos, sin exigirnos la contraprestación de deberes y la consagración de nuestros derechos y libertades frente a los derechos y libertades de los demás.

El pasado lunes, un viandante al ser preguntado sobre su opinión acerca de las limitaciones motivadas por el aumento de los contagios del covid-19 decía, sin el menor reparo, que él tenía derecho a infectarse de lo que quisiera. Pero, si resultara contagiado, seguramente reclamaría también el derecho a ser atendido adecuadamente en un centro hospitalario sin considerar que, con ello, tal vez estaba privando de esa atención a otra persona aquejada de una enfermedad grave que no se habría buscado o víctima de un accidente.

Se cometen agresiones, mutuas y recíprocas entre hombres y mujeres, aunque el número entre ambas sea desigual, se ocupan impunemente viviendas dejando en la calle a sus legítimos propietarios, se pretende con la nueva ley que los delincuentes tengan más amparo que la Policía o lo que para unos se tipifica como provocación y ofensa para otros se trata como «libertad de expresión».

Todo esto me lleva a considerar si el Estado de derecho no lo es de los que no respetan los derechos ajenos.