Cruzofobia
Hacer un acto de negación de la creencia religiosa de los españoles, intentar reescribir nuestra historia o inventarse una de nueva, es una burda manipulación social. La historia y su tradición son dos pilares clave que constituyen el ADN de cualquier país.
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Cruzofobia
El catolicismo es la creencia religiosa más arraigada en España, según los datos de 2021 publicados por el CIS de Tezanos.
El 60% de la población española se considera católica, y un 2,2% es creyente de otra religión; el resto, un 36,2%, no profesa ningún credo.
La fe católica forma parte de la tradición española y, como hemos indicado anteriormente, es un sentir que persiste en contra de la voluntad de ciertos políticos de la izquierda que, al haber podido llegar al sillón de mando, en ocasiones elegidos por una minoría, se otorgan la potestad de gobernar siguiendo únicamente el pensamiento del sector ideológico afín, a la vez que se creen con licencia para fustigar a todos aquellos que no piensan como ellos. El principio democrático de gobernar para todos, buscando el bien común, no tiene cabida en su concepción de gobernabilidad.
Un claro ejemplo se encuentra difuminado en la memoria histórica, la de los hechos fehacientes, no la sesgada y hecha ad hoc por la izquierda que nos gobierna. El dechado hace referencia a la barbarie ocurrida en pleno régimen democrático, pocas semanas después de haberse proclamado la Segunda República, entre los días 10 y 13 de mayo de 1931, cuando en España se inició una ola de violencia anticlerical contra edificios, instituciones y miembros de la Iglesia católica, que se mantuvo durante todo el periodo republicano hasta el final de la Guerra Civil; la gravedad de lo que sucedió no tiene adjetivo.
Y es que, como dice el refranero español De casta le viene al galgo, y es por ello, que un buen sector de la izquierda actual sigue con la pulsión de antaño, deseando destruir todo aquello que tenga relación con la Iglesia católica. Estamos hablando de aquellos políticos de izquierda que en sus discursos defienden a ultranza la tolerancia, la libertad, la pluralidad y todo tipo de coexistencia, para luego ordenar derrumbar símbolos relacionados con la religión católica, como lo sucedido recientemente en Aguilar de la Frontera (Córdoba), donde, por orden de su alcaldesa, de Izquierda Unida, fue derribada la cruz del Llanito de las Descalzas, que estaba aledaña al conjunto histórico artístico del Monasterio de San José y de San Roque, declarado Bien de Interés Cultural; o la orden del gobierno municipal del PSOE de Callosa de Segura (Alicante) para derrumbar la cruz construida en la fachada de la iglesia de San Martí; o bien, la destrucción a martillazos, ordenada por la alcaldesa de Tortosa (Tarragona), de una cerámica de San Antonio de Padua que había en una pared de un grupo de viviendas construidas por la Obra Sindical del Hogar, en la época de Franco. Podíamos dar muchos más ejemplos, como la retirada sigilosa de las cruces de término en la gran mayoría de municipios o las reiteradas propuestas de volar la cruz del Valle de los Caídos, entre otros; en definitiva, lo que está latente es una cruzofobia, ideología que emula el activismo radical “woke”.
Actos todos ellos, de fanatismo blanqueados a través de la citada Ley de Memoria Histórica, redactada por el PSOE. Lo único cierto es que la cruz cristiana o la imagen de san Antonio de Padua no fueron símbolos creados por Franco, por lo que los argumentos esgrimidos al respecto son una falacia. No obstante, todo es empezar, no hay que olvidar que la pequeña llama de una cerilla puede quemar la frondosidad de un bosque.
En definitiva, la cruzofobia es una agresión sin sentido hacia el 60%, o quizás más, de los españoles que son católicos. La historia y su tradición son dos pilares clave que constituyen el ADN de cualquier país. Hacer un acto de negación de la creencia religiosa de los españoles, intentar reescribir nuestra historia o inventarse una de nueva, es una burda manipulación social; es imposible hacer un “reset” al respecto, el pueblo español no es una CPU.
Como dijo Voltaire, «Cuando el fanatismo ha gangrenado el cerebro, la enfermedad es casi incurable». Ante los hechos expuestos, se puede concluir que hoy tenemos muchos fanáticos decidiendo al libre albedrio sobre nuestras vidas, territorios y tradiciones. Mal pronóstico.