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Cuidado con la prensa.

De pronto puede abordarle un periodista, por ejemplo de The Guardian, y hacerle una entrevista. Luego puede armarse la marimorena.

Publicado en primicia por el digital El Debate (18/ENE/2021).

Recogido posteriormente, con autorización del autor, por la revista Desde la Puerta del Sol núm. 575, de 19 de enero de 2022. Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa (LRP). Recibir el boletín semanal de LRP.

Cuidado con la prensa


Lector de estas líneas: cuidado con la prensa. Da igual su edad y condición personal, su nacionalidad y su experiencia, vaya prevenido: cuidado con la prensa. De pronto puede abordarle un periodista, por ejemplo de The Guardian, y hacerle una entrevista. Luego puede armarse la marimorena. Allá usted, no diga que no está avisado. Eso le ocurrió a Garzón. ¿Le suena el apellido? Ya. No es el juez expulsado de la carrera por sus compañeros por un chanchullo durante la instrucción de un sumario; es el ministro del mismo apellido y de nombre Alberto. ¿No le suena? Pues es ministro de cuota por ser comunista en un Gobierno de aluvión. De este personaje consiguió The Guardian unas opiniones, por lo visto no por ser ministro sino por su cara bonita, a título personal. Como si fuese usted, como si fuese yo.

The Guardian es un tabloide proclamado de izquierdas, de larga historia y no pocos baches en su camino, también en los tribunales, que aupó su prestigio por sus posiciones de izquierda durante la guerra civil española. Es un gran periódico al que no creo interesen lo más mínimo las opiniones de Alberto Garzón como hombre de la calle sino sus planteamientos como ministro. La portavoz del Gobierno primero y el presidente Sánchez después consideraron «opiniones personales» las valoraciones del ministro de Consumo sobre nuestra ganadería. Pero la supuesta explicación es ridícula, como casi todo en el Gobierno, porque las opiniones del ciudadano Garzón no interesarían a nadie de no ser las del ministro Garzón. Un ministro en el ejercicio de su responsabilidad no tiene opiniones personales. Aunque el interfecto, tras el ridículo de sus declaraciones, produjo otra afirmación de traca: acusó a la oposición de inventarse un bulo. ¿Cómo alguien puede inventarse un bulo sobre opiniones vertidas en un periódico? O existieron o no, y si existieron, como así fue, no hay bulo posible.

Yolanda Díaz, activa vicepresidenta de Sánchez, vive un tiempo sublimado, feliz y contenta con su proyecto político que aún no conocemos aunque amenaza, por lo que a menudo cabrea a sus conmilitones de Podemos, sobre todo a Irene Montero y a Ione Belarra, ministras por la voluntad digital de Pablo Iglesias pese a sus mermados méritos. Tras el barullo provocado por Garzón, Yolanda Díaz tuvo alguna intervención gloriosa. Advirtió a Sánchez que midiese sus palabras –sí, no advirtió a Garzón sino a Sánchez– y afirmó que esa petición de dimisión o cese de Garzón que muchos pedían, incluso en el PSOE, causaría asombro en Europa. Me cae bien la vicepresidenta Díaz pero no debe engañarse. Lo que causa asombro en la UE es que en España haya miembros del Gobierno que se proclaman comunistas. Esa antigualla no se lleva; ha caducado y para bien. El modelo de Díaz y de Garzón es Cuba. Y Sánchez no puede cesar a ningún ministro de Podemos; es Podemos quien puede cesarle a él.

También estuvo sembrada la vicepresidenta cuando criticó en la SER la censura que supone el pixelado de los pezones de las mujeres en las redes sociales. «Lo que no se nombra no existe» dijo Yolanda Díaz, y añadió: «¿Qué pasa con nuestros pezones?». Ella sabrá. Parece que lo que se pixela tampoco existe. La cosa del destape debe ir de gallegos. Fraga siendo ministro de Turismo permitió el bikini. Yo, un jovenzuelo, era asesor en su Gabinete, y menuda se armó. Y hemos vivido mucho desde entonces en esa cuestión de más o menos telas sobre el cuerpo femenino. ¿Será fascismo heteropatriarcal?

En este asunto de las opiniones de Garzón en The Guardian se ha dicho menos que el ministro de Consumo se metió en harinas que correspondían a su colega de Agricultura, también de Alimentación, Luis Planas, que reaccionó con ponderación y equilibrio. Trató de salvar en lo posible el ridículo de su colega pero sin ocultar la realidad. Planas es uno de los ministros más serios. Por eso acaso es de los que menos habla.

El lío provocado por Garzón y las reacciones posteriores tuvieron un efecto positivo para Sánchez, que es un gafe con suerte. Los gafes, ya se sabe, no se perjudican a sí mismos. Al tiempo de la pifia garzoniana, Sánchez proclamó que había que dar al maldito bicho de la covid similar tratamiento que a la gripe. O sea, Sánchez, de nuevo desde un optimismo letal, bajó el listón. ¡Gripalizar la pandemia! De inmediato le corrigieron desde la Organización Mundial de la Salud, la Agencia Europea del Medicamento y otros organismos concernidos. La covid no es como una gripe y su incidencia mundial crece y crecerá aún más. Carolina Darias, otra ministra inane, aplaudió a Sánchez. El presidente no dijo ni pío. Se escondió tras su sombra. Lo habitual.

Todos están nerviosos de cara a las elecciones del día 13 de febrero en Castilla y León. La encuesta inapelable será la de la noche electoral cuando se cuenten los votos. El PSOE ha llegado tarde en su estrategia de crear partiditos provinciales, la mal llamada fórmula de la España Vaciada, que le supuso una ayuda en su versión inicial de Teruel Existe que vota machaconamente con el PSOE. En Ferraz y Moncloa desean un conjunto de engañifas con disfraz localista que le aseguren los apoyos que ya ha perdido. No creo que el votante sea tonto pero, ¿y si cuela desde la palanca de las ambiciones personalistas?

Se dijo que Gerald Ford era el ejemplo de que cualquiera puede llegar a presidente de los Estados Unidos. Lyndon B. Johnson dijo de él que era «incapaz de mascar chicle y caminar al mismo tiempo». Sánchez evidencia que cualquiera, también en España, puede llegar a presidente. Y Garzón es un ejemplo español, no el único, de que cualquiera puede llegar a ministro. Así nos va.




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