Si lo dice Sánchez, no
Con mutaciones varias del virus y algunas de ellas cada vez más extendidas, prescindir de las mascarillas sin más es un error. Mera propaganda. Sánchez todo lo supedita a la propaganda. Casi el 40% de los ciudadanos no ha prescindido de las mascarillas. Yo tampoco. Si lo dice Sánchez, no.
Si lo dice Sánchez, no
Aristóteles, nada menos, nos advirtió: «El castigo del embustero es no ser creído aun cuando diga la verdad». Los ciudadanos, a lo largo del tiempo, comúnmente han entendido que el ejercicio de la política y la capacidad de faltar a la verdad van fatalmente unidos. «Crea fama y échate a dormir», que sentencia el sabio refranero. En este caso, mala fama.
Aquel maestro de la ironía y la sátira que fue el irlandés Jonathan Swift, en pugna contra todo y todos, fustigador del género humano, que ha pasado a la historia literaria puede que impropiamente como autor de relatos para niños ⎼fue mucho más que eso y basta leerlo con intención⎼, se dice que escribió El arte de la mentira política, un opúsculo que tuvo su público; lo cierto es que su autor fue John Arbuthnot, un médico escocés. En todas las ediciones conocidas, también las aún recientes en castellano, el librito aparece atribuido al autor de Los viajes de Gulliver. Era el siglo XVIII y el texto de Arbuthnot-Swift no tiene desperdicio.
Si El arte de la mentira política no lo hubiesen escrito, y parece que sí, el satírico irlandés y el médico escocés, a nadie le extrañaría que el autor fuese Sánchez, el Gran Timonel, actuando Iván Redondo de negro para tal menester; una especie de Irene Lozano, autora o colaboradora necesaria en aquel Manual de resistencia de Sánchez. Ese trabajo abrió a Irene las puertas de dos sucesivas secretarías de Estado. Nadie discutirá el virtuosismo de nuestro presidente en las artes de mentir. Sería como discutir la existencia de las fases de la Luna.
Sánchez ya mintió en la moción de censura a Mariano Rajoy, ya que la apuntaló en una inexistente sentencia condenatoria contra el PP; la sentencia se refería a un par de municipios de Madrid, y solo la interpretación o manipulación de un juez, reconocida posteriormente por la Justicia, engordó el engaño. Sánchez sacó adelante la moción de censura, comprometiéndose a convocar de inmediato elecciones generales; no las convocó. Sánchez no presentó un programa electoral concreto, porque no podía contentar a todos los apoyos Frankenstein que precisaba. O sea: mentiras reiteradas.
Nuestro presidente mintió cuando, en la campaña de las elecciones que al fin convocó, aseguró que nunca pactaría con Podemos ⎼«nos quitaría el sueño a los españoles y a mí»⎼ ni con Bildu ⎼«cuántas veces se lo tengo que repetir para que lo entienda»⎼. Veinticuatro horas después, formó un Gobierno con Podemos y fue votado por Bildu y por los variopintos independentistas catalanes y, cómo no, por el PNV. Sin importarle las repercusiones en la UE de un Gobierno con comunistas e ignorando las señales que recibía de esas repercusiones, radicalizó e ideologizó al extremo la gestión de su Ejecutivo. Ya entonces lo único que le interesaba era Mi Persona.
Sánchez mintió cuando, por evidente ineficacia, se quitó de encima las responsabilidades de la lucha contra la pandemia, distribuyéndolas entre las comunidades autónomas, mientras colocaba carteles del Gobierno de España en las cajas de vacunas que llegaban de la UE y habrían de ser distribuidas por los gobiernos autonómicos. Desde entonces, se ha apuntado los éxitos y ha huido de los errores y fracasos. Ya en el principio de la pandemia invadió nuestras casas con sus «¡Aló presidente!», para darnos buenas noticias que nunca se cumplían. Reiterativo y mentiroso.
Ya en pleno azote del virus, nuestro presidente, o su ventrílocuo Fernando Simón, nos aseguraban que no hacía falta usar mascarillas ⎼«no tiene ningún sentido», «hay que perder el miedo al virus»⎼ y hace un año nos convocaba: «Hay que salir a la calle, hay que disfrutar de la nueva normalidad». Entonces las cifras estaban disparadas y, mientras Sánchez nos invitaba a disfrutar la «nueva normalidad», había municipios confinados y en varias regiones la situación era angustiosa. Pero nuestro presidente quería ganar las elecciones gallegas y había que vender buenas noticias falsas. Los resultados en Galicia ya sabemos cuáles fueron.
Otro de los consejos de Sánchez que recibió un revés fue pedir que quienes estuvieran vacunados en la primera dosis con AstraZeneca no pusieran inconveniente a que la segunda dosis fuera de otra vacuna. La gente no lo creyó; pidió abrumadoramente AstraZeneca. Entonces se inventó el insólito «consentimiento informado», pasando la decisión a los ciudadanos; todo menos afrontar sus responsabilidades.
Luego la mentira se disfrazó de ridículo. Fueron los 29 segundos de su paseíllo con Joe Biden. El residente en la Casa Blanca parece que ni se enteró de quién era el tipo que caminaba a su lado; ni lo miró ni intercambió palabra alguna con Sánchez. Se ha escrito, y no ha sido desmentido, que ese paseíllo nos costó seis millones de dólares destinados a una fundación de la vicepresidenta, Kamala Harris, para Centroamérica. En un momento del paseíllo, una secretaria apartó a Sánchez y se llevó a Biden a la reunión que estaba en el programa. Hubo un intento de amarrar la mentira y la portavoz del Gobierno llegó a asegurar que se había producido un encuentro anterior. Nadie repitió la patraña, porque ni Washington ni la fuerza de la realidad la hacían verosímil.
La siguiente ocurrencia, la última por ahora, ha sido decidir que prescindiésemos de las mascarillas en la calle. Sánchez lo anunció en la SER y para su formalización convocó un Consejo de Ministros. Los ministros se reúnen más que nunca, acaso porque como son muchos se hacen compañía. Con mutaciones varias del virus y algunas de ellas cada vez más extendidas, prescindir de las mascarillas sin más es un error. Mera propaganda. Sánchez todo lo supedita a la propaganda. Casi el 40% de los ciudadanos no ha prescindido de las mascarillas. Yo tampoco. Si lo dice Sánchez, no.
El poeta y ensayista Emerson dejó escrito: «Al que juró hasta que ya nadie confió en él y mintió tanto que ya nadie le cree, le conviene irse a donde nadie lo conozca». Y eso que por mera cronología Emerson no pudo conocer a Sánchez.