Divide et impera.
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Divide et impera
Es habitual oír a políticos que hacen asertos históricos sobre sucesos que no han vivido, y que, por ende, no recuerdan en su memoria, o bien, de los que no se han documentado de forma contrastada. Simplemente transmiten informaciones premeditadamente sesgadas para generar un determinado estado de opinión en la población, de lo que podríamos llamar la nueva historia, la que les gustaría que hubiera sucedido. Lo curioso de este fenómeno es que son capaces de defender y argumentar de forma irrefutable datos y gestas históricas sin base alguna.
En otras ocasiones, los mismos, parecen estar afectados de amnesia retrógrada cuando ciertos hechos históricos no les convienen, omitiendo los mismos o justificándolos de forma torticera. El proceder de estos políticos es homólogo al del ministro de propaganda nazi Joseph Paul Goebbels, que argumentaba: una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad.
De todo ello, lo más preocupante es cuando se utilizan los impuestos de los ciudadanos para reinscribir la historia ad hoc con una orientación ideológica, e incluso se llega a legislar al respecto; un dechado reciente lo tenemos en la actual Ley de Memoria Histórica. Para ello, suelen contratar historiadores afines al pensamiento político de quienes les pagan, analistas del pasado que habitualmente hacen interpretaciones sui géneris de los hechos históricos. Como dijo Jean-Paul Sartre: Incluso el pasado puede modificarse; los historiadores no paran de demostrarlo.
La estrategia es simple, omitir, diluir o justificar los hechos del pasado que no interesan y resaltar de forma profusa y en muchas ocasiones distorsionada, lo que creen que les beneficiará políticamente. Es decir, escribir una historia donde quede perfilada una dicotomía de buenos y malos. Evidentemente, los clementes son aquellos vinculados a sus partidos e ideales y los protervos los contrarios.
No hay grises, todo es blanco o negro, tampoco tiene cabida la interpretación histórica neutral, ni la contextualización de cuando ocurrieron los hechos, para ello, la táctica aviesa utilizada, versus a la citada contextualización de los hechos históricos, es analizar y valorar de forma inicua vicisitudes de tiempos pasados con valores y códigos morales actuales. Una especie de déjà vu provocado.
Como podemos deducir, estamos hablando de manipulación social, característica de un perfil político cuya máxima es divide et impera. Abrir heridas que generan enfrentamiento social, crear bandos, convertir el adversario político en enemigo, concluyendo, divide y domina. En este tipo de estrategia, escribir una nueva historia de bienhechores y malditos es un recurso óptimo para ello. La concordia, el consenso buscando el bien común, el entender en lugar de juzgar, la mediación, el trabajo mancomunado en los momentos difíciles dejando de lado los intereses partidistas, la flexibilidad ideológica, la cooperación en definitiva, una actitud prosocial, al parecer, no tiene cabida en la actual situación política.
Así están las cosas, aunque no hay que preocuparse, ya habrá quien escribirá la historia de los momentos actuales, como el Fenix del siglo XXI, sólo tendrá que consultar la hemeroteca de la prensa afín.
Para terminar, citar Enrique Jardiel Poncela: la historia es, desde luego, exactamente lo que se escribió, pero ignoramos si es lo que sucedió. Ya que, la falsa historia, la escriben dos tipos de autores: los vencedores o los resentidos, según les convenga.