Un ejército prohibido
Un ejército prohibido
Ante esta situación de pandemia, no es extraño que empiecen a aflorar, incluso a proliferar, las más variadas especulaciones, pues en algo hay que entretener la imaginación en días de cuarentena; las hay de un rancio determinismo biológico, con base en una selección natural (aun antes de aprobar el gobierno la eutanasia), o mediante la explicación tan ecologista de que se trata de una venganza de la Naturaleza agraviada por el hombre.
También abundan, cómo no, las teorías de carácter conspiratorio, en busca de culpables en la sombra. La fantasía es libre, y cada cual elige entre las explicaciones peregrinas o, como hace modestamente un servidor, poniendo la cabeza en la razón y los pies en el duro suelo de lo real.
Pero no es ninguna forma de conspiracionismo, sino de una triste evidencia, el hecho de que, en determinados territorios de España, concretamente allí donde campa por sus fueros el nacionalismo separatista –en virtud de alucinaciones masivas o de siniestros pactos de gobernabilidad– el Ejército español, nuestro Ejército, el de todos los españoles, ha estado o sigue estando expresamente vetado. Y ello con el visto bueno de un Gobierno que ha asumido poderes absolutos para hacer frente al maldito virus.
Claro que este gobierno no muestra con ello originalidad alguna, pues la táctica suicida –para España–de no incomodar a los llamados piadosamente soberanistas, ha sido una constante en todos, de derechas o de izquierdas, cuyas cabezas visibles han reposado en las almohadas de La Moncloa, si se quiere con la excepción –tan suave y estéril– de aquella aplicación de todo a cien de un 155 que aplicó el dubitativo Rajoy en circunstancias límite.
Tras un rotundo veto inicial al Ejército, siguen en pie las suspicacias, prevenciones y restricciones a la presencia militar en el País Vasco, Cataluña y la Navarra basatunizada. Poco a poco, las urgencias más perentorias en instalación de hospitales de campaña, desinfección de lugares, limpieza y control de residencias de ancianos, han ido obligando a cierta flexibilidad de los cerriles y fanáticos poderes nacionalistas.
La presión de algunos municipios, más atentos a su vecindario en riesgo que a las consignas, ha cobrado un papel importante en atenuar esta intransigencia; por ejemplo, de los casi cuarenta ayuntamientos catalanes que han pedido expresamente la presencia militar, destaca el de Sabadell, que acogió con parabienes el buen hacer de los soldaditos para levantar tiendas-hospital, para paliar el colapso sanitario; últimas noticias, no obstante, informan de quejas de la Generalidad por la apariencia castrense de lo instalado… O la propia alcaldesa Colau, de Barcelona, que ha pasado de aquel no os queremos aquí a felicitarse por la ayuda militar; cosas veredes, Sancho…
Claro que estas aquiescencias vienen forzadas por las circunstancias. Y, a pesar de la gravedad de estas, el separatismo no pierde comba en demostrar, no tanto su antimilitarismo, sino ante todo su rechazo a lo español, que es lo que subyace.
Y cada personajillo se retrata en sus estupideces; así, un edil cupero,en el colmo de lo canalla, dijo que a los soldados había que toserles en la cara, y, hace un par de días, un colega de su partido clamaba por la sustitución del Ejército español por el voluntariado de procedencia escolta (me niego a poner escultismo por respeto a la memoria de Baden Powell, también militar).
Desde ERC se asegura que el Ejército no sirva para nada; Torra alterna peticiones de ayuda y menosprecio a las FFAA, casi tolera su presencia arrugando el morro. Pero, en general, sigue vetada en Cataluña y en otras las regiones mencionadas la presencia del Ejército en carreteras, calles y fronteras, en función de apoyo a los Cuerpos de Seguridad.
Me consta que varias unidades permanecen acuarteladas, soportando con estoicismo castrense teórica tras teórica sobre protocolos y métodos de actuación para cuando los dejen; no es extraño que radio macuto avise de que a lo mejor mañana salimos, pero ese mañana no llega nunca por el interdicto separatista y la cobardía e ineptitud del Gobierno central; de eso no se informa, claro, en las apariciones estelares de ruedas de prensa diarias.
La pronunciada grieta existente en España entre la sociedad civil y su Ejército es un abismo insondable en las comunidades autónomas de obediencia nacionalista; se pretende que sea un divorcio definitivo con orden de alejamiento. Y eso que ahora se ha reconocido –Sánchez dixit– que el gasto militar no era superfluo (a confesión de parte…).
Sabemos que estamos sumidos en una guerra (también lo dijo el ínclito presidente); hay una primera línea, que representa todo el heroico personal sanitario; una segunda línea, formada por policías y soldados… cuando lo permiten. Y una retaguardia, formada por el resto.
Confiemos en que, lograda la victoria contra el virus, esta retaguardia reconozca los titánicos y valientes esfuerzos de las dos líneas de fuego frente al enemigo vírico y pase factura –acaso electoral– a quienes han puesto sus intereses sectarios y su estúpida intransigencia por encima de las necesidades públicas.