Se equivocó, mi general
Nosotros no nos sumamos al neorrepublicanismo interesado, existente desde el llamado izquierdismo progresista (¿) ni, mucho menos, desde el presente en los nacionalismos separatistas, cuyo objetivo no es tanto abatir la Corona como denostar cualquier asomo de una Jefatura del Estado español...
Publicado en el núm. 116 de 'Lucero', 2º T de 2020. Editado por Doncel Barcelona - Hdad. del Frente de Juventudes.
Ver portada de Lucero en La Razón de la Proa.
Se equivocó, mi general
Aquel 22 de junio de 1969, Franco propuso a las Cortes el nombre de Juan Carlos de Borbón y Borbón como sucesor; la votación arrojó el resultado de 491 votos a favor, 19 en contra y 9 abstenciones. Algunos, aun con la camisa azul, votaron por el futuro rey con un Sí, por Franco; otros se limitaron a su papel de claque, al fácil aplauso.
De entre los votos negativos, recordemos a nuestros camaradas Agatángelo Soler Llorca, de Alicante, y Juan Pablo Martínez de Salinas, de Barcelona, miembro de nuestra Hermandad: ellos no se equivocaron.
En 1975, se cumplieron las previsiones sucesorias; de hecho, ya se hallaban presentes en el preámbulo del Decreto de Unificación de 19 de abril de 1937: No cerramos el horizonte a la posibilidad de instaurar en la Nación el régimen secular que forjó su unidad y su grandeza histórica (faltaba por añadir y que contribuyó a su derrota, claro); lo curioso es que los falangistas –absortos en la guerra, como es lógico, y en sus disensiones internas, lo que es menos lógico– no se enteraron al parecer.
La Ley de Sucesión de 1947, lo dejaba más claro todavía, y, previamente, en el tira y afloja del Caudillo con don Juan, aquel le decía en carta del 6 de enero de 1944: Nosotros caminamos hacia la Monarquía.
Todo eso es historia, ya lo sabemos, y esta nunca vuelve atrás. Pero el presente es exigente, y el futuro está por escribir. Ahora, Felipe VI se ha visto obligado a desentenderse por completo de los presuntos negocios turbios de su padre, el rey emérito, para salvar a una Institución que, una vez más, se ha desacreditado ante la mayoría de españoles.
El una vez más podría explicarse si convirtiéramos este pequeño artículo en una clase de historia que detallara, por ejemplo, la trayectoria de la Monarquía española por lo menos desde Fernando VII, el rey felón.
Nosotros no nos sumamos al neorrepublicanismo interesado, existente desde el llamado izquierdismo progresista (¿) ni, mucho menos, desde el presente en los nacionalismos separatistas, cuyo objetivo no es tanto abatir la Corona como denostar cualquier asomo de una Jefatura del Estado español. Simplemente, nos mantenemos en nuestra postura de siempre, la que fue sugerida en nuestro propio nacimiento como ideología; así, José Antonio, en el discurso del cine Madrid del 19 de mayo de 1935 afirmó que nosotros estamos tan lejos de los rompedores de escudos en las fachadas como de los que sienten solamente la nostalgia de los rigodones palaciegos, y ya había considerado a la Monarquía como institución gloriosamente fenecida, para escándalo de las derecha.
Que los Tribunales digan ahora su última palabra sobre los supuestos affaires del rey emérito; del mismo modo que tienen que decirlo sobre los de Jordi Pujol, por ejemplo, y sobre tantos casos de corrupción como han jalonado esta Primera Transición. No tenemos ningún compromiso con ella ni con sus instituciones; únicamente, como ciudadanos, acatamos las leyes vigentes, Pero nuestras miras están por encima de bajezas y situaciones como la que se ha destapado: buscamos lo que nunca existió, como decía aquella consigna campamental.
Y lo que nunca existió –y perseguimos, independientemente de gobiernos y regímenes– es una Patria unida y en paz, donde ningún español carezca de lo necesario para llevar una vida digna, donde desaparezcan las injusticias sociales, donde existe un Estado de todos y para todos.
EDUARDO COLOMER