La fragua de Vulcano.
El Gobierno promete ayudas millonarias para paliar los daños provocados por el volcán en La Palma, callando que este es el día en que aún no han recibido ayuda muchos de los damnificados del terremoto de Lorca, que ocurrió hace diez años.
Ver portada Desde la Puerta del Sol en La Razón de la Proa (LRP).
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La primera residencia de ancianos conocida la inventaron los griegos. La llamaron Olimpo y la construyeron en lo alto de una montaña, tal vez para asegurar la tranquilidad de los jubilados que a lo largo del tiempo enviaban allí, que en principio fueron doce pero después algunos más. Cuentan que era una mansión de postín, pues solo albergaba dioses. Los griegos eran la tira de listos. A cada cosa que hacían le adjudicaban uno pero cuando se cansaban de tenerlos dando tumbos por las islas del Egeo los mandaban al monte Olimpo como desechados, con un dominó y una baraja de cartas, mejor esto último, que era un juego donde había copas, garrotazos, espadas y oro, para que holgaran sin descanso. Pero de vez en cuando alguno se mosqueaba y hacía de las suyas. Hemos sabido unas cuantas que los hicieron famosos.
En fin, con el tiempo los romanos copiaron sus costumbres y a cada quisque olímpico le fueron cambiando el nombre. A uno que los griegos veneraban como el del fuego, un tal Hefesto, le pusieron Vulcano. Pues bien, este pobre cornudo se cabreó tanto un día que en el año 79 se cargó con su furia abrasadora dos ciudades, Pompeya y Herculano. En España, en los siglos clásicos la juventud escolarizada se sabía de memoria las andanzas de estos dioses pero hoy ya no. Hoy basta darle al teclado del ordenador para resolver toda duda. Es que ha cambiado el sistema educativo, qué le vamos a hacer.
Este conocimiento de las cosas antiguas era común en los artistas. Un tal Diego Velázquez tuvo la ocurrencia en el siglo XVII de pintar un cuadro donde hablaba del que nos ocupa. Lo presentaba como lo que era, un currante de la forja, al que otro dios laureado le anunciaba su desgracia. Pero el pintor era un hombre instalado en la corte y no tenía ganas de líos, así que hizo de la escena una tertulia de amigos. No como Goya, que varios siglos después pintaría a Saturno devorando a su hijo. El caso es que la gente empezó a pensar que Vulcano era un desgraciado, a lo sumo pendiente del martilleo en el yunque, tal vez imaginando que era fina música para acompañar a los cantaores de martinete. Pero todo esto es literatura.
Lo que ya no es tanto es la mala uva que tiene este Vulcano. Resulta que después de numerosos intentos, que han devastado medio mundo a lo largo de los siglos, ahora la ha tomado con una isla española. En una tierra tranquila, apaciblemente dedicada al cultivo del plátano, ha pegado un grito de demente y ha empezado a verter lava por no sé cuántas bocas, inaugurado ríos destructores por doquiera va. De momento se ha llevado por delante más de un millar de viviendas y edificios, cultivos y plantaciones y un montón de hectáreas convertidas en metralla, y todo eso en su camino hacia el mar. Pues bien, cuando esto escribo ya ha llegado. En estos momentos se está produciendo la fusión de la lava con el agua salada desde una altura de 100 metros, con el consiguiente efecto venenoso que ello conlleva.
Pero debemos estar tranquilos. Una ministra del Gobierno asegura que estas cosas tienen la ventaja de aumentar la cifra de turistas a la isla. Y respecto a los demás, aparte del jefe, ese sujeto (de la oración) que detenta el poder ejecutivo en el Reino de España, que tomó a la primera el avión para presentarse a ver los daños –es costumbre suya, ir a los incendios forestales cuando ya están apagados, a las riadas cuando ya están calmadas las aguas, y a los entierros cuando ya están los muertos dentro de sus cajas–, ya ha dicho que el Gobierno que tan áureamente preside destina 10,5 millones de euros (*) para paliar los daños, callando que este es el día en que aún no han recibido ayuda muchos de los damnificados del terremoto de Lorca, que ocurrió hace diez años.
Pero esto no es lo peor. En mi insignificante opinión causa mucha más vergüenza ver y oír a los medios de información y comunicación el tratamiento que dan a la tragedia. En papel y pantalla, cuando no en las llamadas redes, enrojecen estos periodistas de tres al cuarto, que ganan un pastón, convirtiendo sus tribunas en púlpitos para el espectáculo. Menguadas las deletéreas informaciones acerca de la pandemia, después las pornográficas noticias del precio de la electricidad, ahora les llega la increíble novedad de un volcán en erupción. Ofrecen entrevistas absurdas, aparecen todos los meteorólogos, sismólogos, geólogos, vulcanólogos, ólogos, ólogos y ólogos habidos y por haber para acreditar el mayor espectáculo erótico momento, como es el vertido de la lava al mar, estrella de la noche. Y aquí estamos nosotros, oyendo las patrañas que nos inoculan como quien se bebe una cerveza. Esta es España. No hay más.
En la fecha de publicación de este artículo el importe prometido supera los 200 millones.