La revolución de los pulgares
Qué gran invento la televisión, y con esta el mayor de todos los productos salidos de la mente humana, cual es el mando a distancia. Para colmo de nuestra felicidad la técnica ha puesto en nuestras manos un artefacto que nos devuelve (a medias) una ilusión que dábamos por perdida, consiste en cambiar de canal. Debe de ser la revolución de los pulgares.
Inventos
«Ahora que estamos solitos, vamos a contar mentiras, tralará...» era una de las canciones que los niños de antaño entonábamos cuando íbamos de campamento. Si nos fijamos bien era una forma que teníamos los que nos asomábamos a la vida de protestarla. Porque la vida en todo momento hay que discutirla, ponerle freno, traerla a cuestión, porque dado que se nos dio un día resulta que desde ese momento es nuestra, y como es nuestra tenemos que hacerla a la manera nuestra. O suya, como decía Sinatra. Y una de esas maneras es ponerla en entredicho sin más. Pues esos niños, sin darnos cuenta, claro está, protestábamos contra... ¿contra qué, contra quién? Contra lo que se nos decía que era verdad desde arriba, desde la Iglesia y el Estado, pero también otras instituciones. Por eso cantar que por el mar corre la liebre es la más pura muestra de libertad que teníamos algunos. Y me temo que ha pasado el tiempo y más de uno la seguimos teniendo.
Viene esto a cuento de lo que han cambiado las cosas en estos años. Era de prever. Como suele ocurrir, la velocidad se muestra en las cosas tibias, de las que apenas nos damos cuenta. En cómo crece el pelo o las uñas, en cómo nos hacemos grandes, en cómo la ropa se nos queda pequeña. Aún bailan en mi memoria aquellas mujerucas con el huevo de madera entre las manos zurciendo calcetines a la puerta del corralón. O aquellas cuadrillas de fregadoras que batían el inmenso suelo de nuestra catedral, rodilla en tierra, cubo a la diestra, sacándole brillo a las baldosas; o a los que cargados con las maletas catafalcos iban para la estación sudando la gota gorda, con lo fácil que hubiera sido aplicarle unas ruedecitas a la base. ¡Y tantas y tantas otras que marcaron la vida de esta Europa vieja en una sintonía de miseria y horror, por lo menos hasta 1945!
Hubo muchos inventos desde esos años y muchos más que vendrían después. Por ejemplo, la televisión. Y con esta el mayor de todos los productos salidos de la mente humana, cual es el mando a distancia. Sí, el mando a distancia. Un adminículo estúpido que siempre está encima de la mesita esperando una mano que lo ponga en movimiento. Es decir, que faculte al pasmado espectador para la soberana facultad de decidir qué es lo que tiene que hacer para no perder el hilo de su vida, que no es cualquier cosa. Pero ya no somos niños, no tenemos necesidad de contar mentiras; al contrario, tal vez convenga contar algunas verdades. Por ejemplo, las nuestras.
O no. Porque tampoco te lo ponen fácil estos mamarrachos que dominan la televisión. Como suele pasar, unos cuantos comunistas ricos se han instalado en los medios y han decidido estimular al manso cordero que los ve con arreglo a sus directrices y consignas, y ahí es donde tenemos que dar la batalla, pues para colmo de nuestra felicidad la técnica ha puesto en nuestras manos un artefacto que nos devuelve (a medias) una ilusión que dábamos por perdida. Consiste en cambiar de canal. Debe de ser la revolución de los pulgares, que con solo un simple apretar echamos de nuestro salón las guarrerías, sandeces, estupideces, tertulias, obscenidades, volcanes, epidemias, quebrantos entre iguales, globos sondas, subidas anunciadas, y otras que no lo son, mezquindades políticas, en fin, la samba de la vida que algunos se empeñan en mostrar en el primer plano de una actualidad que ni por asomo se acerca a la vergüenza que se esperaba, pero que ya no se espera.
Pero tenemos la solución en nuestras manos. En nuestros dedos. Hay un cierto personaje en la vida política española que produce erisipela apenas recibe los mimos de su televisión de cabecera, que todo el mundo sabe que es la "Secta". Es instintivo. Algunas personas han adquirido cualidad especial y apenas lo ven aparecer en pantalla automáticamente cambian de imagen. Da igual lo que está diciendo, porque todo es mentira. Como los niños de antaño, pero con una diferencia, nosotros las decíamos porque éramos rebeldes; estos las dicen porque son malos. Porque han concebido unas formas de entender la vida trufada de egoísmos y odio a la verdad.
Pero lo pagarán, ya lo creo que sí. Si no mañana, pasado. No se puede mantener por mucho tiempo lo siniestro impunemente. Pero esa es otra cuestión, que podemos abordar en otro momento. Por ahora, el único recurso válido para hurtar a nuestra mirada tanta mentira confabulada es el dedo de la mano. El que señala, pero también el que aplasta. Y también el que con unas gotas de dulce resbalar acaricia un rostro vencido por el sueño, que a eso vamos. Porque ha llegado la hora de dormir esta desgracia.
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