La 'España tranquila'
El nacimiento accidentado de una nueva línea política: La 'Derecha Tranquila', equivalente a la 'España Tranquila'. El partido centrado que aspira a hacer las cosas sin estridencias, apenas sin romper un plato, ocupando el lugar de unos seres abiertos a todo y rehusando todo tipo de controversia y disputa.
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La 'España tranquila'
Es posible que el anuncio de la moción de censura, y posterior ejecución, que hizo el señor Abascal meses atrás conllevara cierta dosis de intención política velada, en el sentido de tomar la iniciativa y conseguir para su partido una delantera, en todo caso legítima. Que la propusiera el de VOX en vez del Partido Popular era una baza importante que, se presuponía, podía propiciar un considerable aumento de su jardín de votantes y simpatizantes.
Aparte, claro está, la posibilidad de auparse en el panorama político general y competir en buena lid contra sus opositores y, por supuesto, enemigos, como eran los de la izquierda, hoy revueltos. Cosas de la política que, como digo, son respetables cuando se organizan dentro de un esquema de verdad, lealtad y honradez, como sin duda pretendían ejercitar los de VOX.
Pero había algo más. Soterráneamente fluía por el subsuelo de la derecha un contendido enfado desde que el señor Abascal y sus huestes decidieran fundar un nuevo partido, con el consiguiente arrastre de votos que ello supuso y, a la vista está, que en dos años han podido situarse en el tercer puesto del escalafón. Esto no solo encorajinó al señor Casado, sino que fue creando en su espíritu un sedimento de rencor que, pese a la aireada amistad de antiguo, todo parece indicar que se la tenía guardada al otro.
Las relaciones públicas de ambas formaciones no eran lo que se dice un lugar apacible, donde se conversa y se distrae sin dobles o triples intenciones. A esto se unían ciertas alusiones a la cobardía de los populares que, en ningún caso, eran asimiladas con buen talante.
La moción de censura de estos días era la ocasión tanto tiempo esperada para que el señor Casado procediera al desquite. Su «hasta aquí hemos llegado», de ingrata memoria en un debate entre el señor Rajoy y Sánchez, el que está al frente del Gobierno de la Nación, era el momento. Pero había que madurarlo. No solo construyendo un discurso corrosivo, en el que se vertieran puyazos hacia la persona, sino que encerrasen cierto misterio, en aras de unas expectativas que, visto lo visto, a algunos se nos antojan mal calculadas. Desvélase la incógnita a mitad del camino con un NO rotundo y ahí estalló la bomba. Mejor diría la olla a presión, que saltó hecha pedazos y daba al traste con años de amistad, colaboración y sintonía.
La política es cruel, en muchos casos, casi todos. El discurso de ruptura del señor Casado no podía ser más explícito. Lo redondeaba con su contundente afirmación: «Nosotros somos la Derecha Tranquila». Quería decir la de siempre, la centrada, la que nunca pierde los nervios, etcétera. El puente teóricamente existente entre las dos fuerzas de la Derecha española acababa de caer estrepitosamente. No solo dejaba perplejo al señor Abascal sino a los millones de espectadores que en nuestra soledad doméstica asistíamos al inesperado duelo.
Porque era la culminación efectiva de una guerra civil larvada. No había sangre sino rencor, y dejaba en pañales tratos y colaboraciones de todo tipo en infinidad de lugares patrios. Pero se apresuraba el señor doliente, Abascal, a templar esa cuerda y garantizar que, aunque «ustedes podían dejar de gobernar mañana mismo, estén tranquilos, que eso no ocurrirá».
Tras el mazazo, la mano tendida. Eso está bien. Hay talla en la persona. Sobre todo, cuando se entiende que por encima de estas pequeñeces late la idea, y la pasión, de una patria que ambas partes llevan dentro. Sin embargo...
Sin embargo, nosotros, silenciosos asistentes al drama, veíamos algo más. Por ejemplo, el nacimiento accidentado de una nueva línea política. Si cada partido presume de ser el representativo de España en su totalidad, y hasta ahora contábamos dos significados, desde esta moción de censura se yergue un tercero, que desde el mismo momento de su nacimiento se autocalifica de tranquilo. La Derecha Tranquila, equivalente a la España Tranquila. El partido centrado –¡adiós Ciudadanos!–, que aspira a hacer las cosas sin estridencias, apenas sin romper un plato, ocupando el lugar de unos seres abiertos a todo y rehusando todo tipo de controversia y disputa. Hay algunos ejemplos en España, aunque pocos.
Aún era un niño y ya sonaban en mis oídos aquellos versos de Machado: «...una de las dos Españas ha de helarnos el corazón». Desde el día que ahora estimo de autos, resulta que ya no son dos sino tres. Ahora tenemos a unos recluidos en un cocedero informe donde se reúnen marxistas, golpistas y demás afines, que podemos situar a un lado del escenario. Otros, de estructura joven pero enteramente decididos, que han puesto sus energías al servicio de esencias universales que tratan de rescatar, que situaremos al otro lado. Y en medio, recién parido, los templadores de gaitas, que aspiran a que el concierto se desarrolle sin desafinos ni estridencias. Si los tintamos, pongamos el rojo, el azul y el verde, tres colores que suelen ser excitantes. Tres connotaciones que no dejan de beber en la pura poesía: la Sangre, el Mar extenso y plano, y la Esperanza.
Pero esto no puede quedar así. Está en juego mucho más de lo que aquí describo, la propia España. Un comentarista político ha dicho, y es verdad, que para gobernarla hacen falta 10 millones de votos. Si un partido no los consigue por sí mismo tiene que agenciarse los votos de otro y en este panorama la única solución será, tiene que serlo, un abrazo de Vergara y la vuelta a la concordia. Llegará, estemos seguros. Hemos de pensar que esta tormenta ha sido pasajera.
Los hombres y mujeres de la Derecha española no pueden permanecer mucho tiempo enemistados, so pena del perjuicio que ello nos acarrearía. Solo hace falta una titánica voluntad de arreglo. Aunque, claro está, será necesario dilucidar quién de los dos mandatarios reúne mejores condiciones para erigirse en organizador.