Las tres censuras
Las tres censuras
Al escuchar la palabra censura, un común de la población española suele llevar sus referencias a la que se ejerció en el Régimen anterior, aquella que se centraba especialmente en subir escotes o bajar faldas de los anuncios de películas o revistas, en intervenir –estúpidamente– en el doblaje de Mogambo o, de forma más general, en impedir que los articulistas pusieran en tela de juicio los Principios del Movimiento.
Este afán rebobinador en el pasado es alentado y recreado de forma constante en el subconsciente colectivo, con la ventaja de que evita cualquier actitud reflexiva y crítica ante el presente.
Sin embargo, la censura no solo no ha desaparecido, sino que ha multiplicado potencialmente su eficacia; el típico censor de manguitos, sentado en su covachuela, con tijera al alcance de la mano y dotado, al parecer, de torpe inteligencia, ha sido sustituido por los think-tank del Sistema, provistos de mayor agudeza y sustentados en bases psicosociológicas casi infalibles.
Además, hoy no se da un solo tipo de censura, fácilmente identificable en sus efectos, sino que, por lo menos, advertimos tres variantes, siempre fieles al mismo patrón de obediencia a los dictados del Pensamiento Único, mucho más permanentes e inalterables que los Principios mencionados que se llevó la trampa incluso en vida del propio Franco.
En primer lugar, nos encontramos con la censura previa, generalmente en manos de los medios de difusión, que interpretan sabiamente aquella máxima de lo que no se puede decir no se debe decir; es experto en esta tarea el mundo editorial, que pone freno a aquellos libros que puedan resultar incómodos y patrocina, por el contrario, los acordes con las intenciones del establishment.
Se llevan la palma en esta línea las editoriales instaladas en Cataluña, que se encargan de dar por no recibidos los originales incordiantes para el nacionalismo omnipresente y omnipotente, especialmente desde que han comenzado las mesas de diálogo; de forma que solo le queda al ingenuo autor el recurso de acudir a ediciones casi familiares, de escasa difusión y alcance.
Esta censura previa no está –de momento– reflejada en disposición legal alguna, pero de vez en cuando se le escapan a los corifeos del Sistema algunas exigencias en este sentido; sirvan de ejemplo las palabras de un lidercillo de una central sindical que recientemente ha reclamado la censura previa para las manifestaciones de cierto partido político con representación parlamentaria y todo.
A este tipo de censura se va a añadir la legal, jurídica y coercitiva, de garrotazo y tente tieso, contenida en la conversión de la estúpida memoria histórica de Zapatero –que respetó piadosamente el gobierno del PP– en memoria democrática. No solo el presente, sino el pasado, quedarán sujetos a la Ideología Oficial, sin posibilidad alguna de discrepancia.
Leyes, jueces y tribunales harán imposible que se analice la historia desde puntos de vista disidentes a los marcados. Y no crean que esta censura solo se va a referir a la etapa de Franco, sino que toda nuestra historia va a quedar sujeta a control y revisión, desde el prisma de las ideologías que componen el Pensamiento Único; ya saben: doctrina femen, códigos LGTBI y ecologismo radical, así como lo referente a los derechos humanos de nueva generación, como el aborto y la eutanasia; dentro de poco se añadirán el Transhumanismo, el Animalismo y la cosmovisión New Age, y, si no, al tiempo.
Pero quizás la peor es la tercera de las formas de censura, ya en vigor y ganando terreno día tras día: la censura mental o, mejor, autocensura infringida. Se trata de un cortafuegos psicológico a la hora de hablar y de pensar, y por este orden, pues ya sabemos que los términos que utilizamos condicionan los conceptos que formamos en nuestra mente.
La imposición paulatina del lenguaje políticamente correcto va consiguiendo que interioricemos, en el pensar y en el sentir, unas pautas de las que no podemos ni debemos apartarnos, salvo los provistos de tozudez recalcitrante y mediante un díscolo esfuerzo de resistencia y de insubordinación a lo decretado.
Estamos ante un perfecto totalitarismo, el que no precisa de gulags, de policía represora, de jueces ni de cárceles, porque pocos van a transgredir la norma impuesta desde la ingeniería social que asesora a los poderes públicos.
Se trata de una forma de dictadura que pone los cimientos en la parte emocional del ciudadano, anulando previamente la parte racional que se supone que todos tenemos.
Vamos a ello de hoz y de coz, no nos quepa la menor duda, aunque estemos en una fase inicial del proceso, con predominio de las dos primeras formas de censura indicadas, que hará innecesarias el ejercicio de la tercera.