Manifiesto animalista personal
El animalismo ya lleva mucho tiempo de moda. Forma parte de esa pléyade de ideologías o bioideologías que componen la nebulosa de la corrección política vigente. (...) Sé que, para los partidarios de la Deep Ecology (ecología radical), la diferencia entre hombres y animales irracionales solo es de grado, no de naturaleza; (...) Por supuesto, mis creencias y mis ideas van por otro camino.
Manifiesto animalista personal
El animalismo ya lleva mucho tiempo de moda. Forma parte de esa pléyade de ideologías o bioideologías que componen la nebulosa de la corrección política vigente.
A través de los medios o de las redes recibimos a menudo noticias de sus acciones reivindicativas y de sus mensajes; unas nos llenan de estupor; otras, de risa, pero, bajo una apariencia inocente, bienintencionada o ridícula, según, subyacen una serie de planteamientos sobre los que conviene meditar antes de despacharlos como una anécdota sin importancia.
Con el fin de plasmar esa reflexión y ofrecerla a los lectores, me he permitido esbozar este manifiesto, personal e intransferible, cuyos alcances, según se podrá observar si se toma con condescendencia la extensión de su contenido, presentan una gradación de menor a mayor importancia y trascendencia.
Empezaré por asegurar que me considero un amante de los animales irracionales que nos acompañan en la Creación; de todos, con alguna excepción, como las insoportables moscas zumbadoras y veraniegas; llevo esta consideración y aprecio hasta otros componentes del mundo de los insectos, a los que procuro no pisar o molestar en mis andaduras campestres, exceptuando el derecho de legítima defensa cuando se trata de mosquitos agresivos o similares; hasta contemplo con cierta tolerancia –y distanciamiento– a los arácnidos habituales en nuestros climas.
Me encantan en especial perros y gatos, de los que me considero amigo, y no resisto la tentación de acariciarlos, cuando es prudente hacerlo y si lo consienten ellos o sus amos, evidentemente. Pero confieso que no tengo mascota alguna que me haya adoptado (como asegura el zorro de El Principito que ocurre), y ello por dos motivos: primero, porque tenerla encierra una tremenda responsabilidad (no es un objeto, sino un ser vivo), cuya exigencia dudo que cupiera en mi tiempo disponible para otros menesteres; segundo, porque me parece una forma de crueldad tener encerrado un simpático bicho en un piso ciudadano, sin jardín o campo próximo que llevarse a sus ansias de correr y de jugar.
Eso sí, no cambio el placer de pasear y cuidar a una mascota por el derecho y el deber de haber tenido hijos a los que criar y educar, ni por el de disfrutar de nietos, posiblemente a corto plazo; no tiene ni punto de comparación la vida humana con ese cariño de compensación hacia la mascota… que, a lo peor, luego se abandona a su suerte, como hacen algunos desaprensivos.
Por otra parte, no soy cazador (ni por subsistencia ni por deporte), pero entiendo a los defensores de la cinegética y sus razonamientos; tampoco soy taurófilo, sin dejar de admirar lo que tiene de arte y de valor esa lucha del hombre y la bestia que nos llegó al parecer de la Creta milenaria.
Como me disgustan las prohibiciones por decreto, en cuanto a la caza, adivino cierta ignorancia por parte de sus detractores, y, en lo referente a los toros, sé a ciencia cierta que, so la capa del animalismo, suele ocultarse un odio hacia lo español.
En punto a la alimentación, soy omnívoro (como la mayoría de seres humanos); no le hago ascos ni a una merluza a la vasca, ni a una buena menestra, ni a un soberbio entrecot; y no digamos del jamón y demás productos del gorrino, del que dicen en tierras charras que les gustan hasta los andares. Respeto a quienes tienen creencias o gustos distintos y siento, a la vez, compasión por ellos al privarse de estos manjares.
Admiro en el animal su instinto, pero no se me ocurre ponerlo en comparación con la racionalidad de mi especie. Para mí, el ser humano, no solo es el rey, sino que debe ser un buen gestor y administrador de todo lo creado, con derecho a usar de la naturaleza, nunca a abusar de ella o someterla a sufrimientos inútiles.
Por encima de todo, como creyente, defiendo la dignidad del hombre, como sello privativo frente a la utilidad; y, del mismo modo, defiendo su libertad, como otra marca inalienable. Tanto dignidad como libertad provienen de la naturaleza humana, porque somos los únicos seres dotados de alma y cuerpo y con vocación de transcendencia.
Otra cualidad que nos separa de los irracionales es nuestro carácter histórico; ya sé que las corrientes dominantes quieren convertirlo en alguien o algo que solo tiene presente, como los animalitos, pero tampoco trago con esta píldora de corrección política.
Sé que, para los partidarios de la Deep Ecology (ecología radical), la diferencia entre hombres y animales irracionales solo es de grado, no de naturaleza; de ahí vino, por ejemplo, aquel Proyecto Gran Simio que debatieron sus señorías bajo la mirada bondadosa de Rodríguez Zapatero. Por supuesto, mis creencias y mis ideas van por otro camino,
Por último, considero como rasgo distintivo de la especie humana (de la que me vanaglorio –a veces– en pertenecer) el sentido del humor, la capacidad de reír que sentimos, por ejemplo, cuando nos enteramos de que hay que proteger a las gallinas de las violaciones que sufren por parte de los gallos o del terrible crimen que cometemos cuando montamos a caballo.