Una misma Orden, dos tratamientos
Una misma Orden, dos tratamientos.
Decir que Pedro Sánchez tiene manía a la Orden de San Benito sería una exageración, aun contando con su laicismo confeso; afirmar que tiene entre ceja y ceja a la comunidad benedictina del Valle de los Caídos es una obviedad. En ocasiones, nos da la impresión de verle repetir el gesto de los matones de tres al cuarto, señalándose sus ojos y volviendo los dedos hacia el adversario en señal de que no se va a olvidar de su cara y que se vaya preparando para la que le va a caer encima.
Los motivos del agravio vienen de antiguo y de herencia: concretamente de la época de su antecesor en el cargo y en las intenciones, Rodríguez Zapatero, quien se había propuesto cerrar la basílica y evitar su culto público; la pobre excusa fue una supuesta peligrosidad en el edificio, que se saldó con el deterioro de la imagen de la Piedad del dintel de acceso al templo, sometida a una chapuza de restauración que costó Dios y ayuda remediar. La cuestión es que los benedictinos no se achantaron y dieron la vuelta al mundo las fotos de las misas oficiadas a pie de carretera, con fieles y oficiantes soportando con caridad cristiana los rigores invernales de la sierra madrileña.
Aquel presidente se la tenía jurada, pues, a la comunidad benedictina del Valle y sobre todo al joven prior Santiago Caldera, que demostró, desde su humildad y paciencia monacales, sin estridencias y mostrando el más estricto acatamiento a la legalidad, incluso a la más arbitraria, más redaños e inteligencia que su opositor gubernamental. Y, de nuevo, el sacrificio de los cristianos perseguidos triunfó sobre la soberbia de un Nerón de pacotilla.
De hecho, la enemiga de sectores de la izquierda más irracional hacia el Valle y la comunidad benedictina venía de antiguo; y no solo desde esos ámbitos, pues hacía décadas que al abanico ideológico oficial le entraba una fuerte desazón con todo lo relacionado con Cuelgamuros, empezando por quienes habían asistido antaño al lugar para mostrar sus fervorines de adhesión.
Aquel Centro de Estudios Sociales, con su inmensa biblioteca, quedó prácticamente non nato; las instalaciones se fueron deteriorando ante la parquedad en los fondos necesarios que debía asignar el Patrimonio Nacional…; daba la impresión de que se condenaba al Valle a una muerte por extinción lenta y prolongada. Solo faltaban las alocadas embestidas de Zapatero y, ahora, de Pedro Sánchez, que iban mucho más allá de sustraerlo de las multitudinarias visitas turísticas, con ese pequeño y ridículo cartel en la A-6 que pasa desapercibido; se inauguró la profanación de sepulturas, como muestra de una insana necrofilia política… Pero había que atacar al corazón, constituido por los benedictinos.
Tenemos fundadas dudas de que desde la oposición (¿) se mueva un voto o se alce una voz de protesta; incluso nos permitimos desconfiar de que se dé una férrea defensa de la comunidad benedictina por parte de la jerarquía de la santa Iglesia católica, apostólica y romana, vista la faceta más política que pastoral de alguno de sus miembros, a pesar de que alguna noticia reciente parezca ofrecer un margen de esperanza…
Se nos ocurre que es francamente curioso el doble tratamiento hacia dos comunidades de la misma Orden en España: Montserrat y el Valle de los Caídos. El primero de ambos avezado en la protección, amparo y, aun, promoción del nacionalismo separatista catalán, y de toda iniciativa destinada a socavar la unidad de España y de los españoles (y, además, del pueblo creyente de Cataluña); el segundo, entregado a la oración constante por las almas de todos los caídos, sin distinción de bandos, de una guerra civil (que esperamos que sea la última…).
Claro que Montserrat cuenta en su historia con el martirologio de varios de sus monjes en manos de los antepasados ideológicos de los actuales prebostes, pero esa es una memoria que no es políticamente correcto evocar y cuya sola mención pueda resultar punible en un futuro inmediato.
Y también es evidente que el Valle de los Caídos acoge bajo su gigantesca cruz los restos de miles de españoles, y que la comunidad benedictina reza a diario por todos ellos; esto es lo que no se le puede perdonar, y esto es lo que cuenta para la sañuda inquina de unos y el cobarde silencio de otros; estos últimos son los que suelen mirar hacia otro lado cuando se anuncian ofensivas ideológicas o culturales de gran calado, como si la cosa no fuera con ellos.
Y, posiblemente, es que no va con sus intereses, pero sí con los valores cristianos que defiende la comunidad benedictina del Valle de los Caídos.
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