Los primeros del mañana.
La Falange sólo constituirán una alternativa real al Régimen actual si están dispuestas a coordinarse con otras formaciones afines en el ámbito nacional y europeo para dar la batalla en el campo de las ideas, el único decisivo. (...) Haciendo realidad palpable y militante el viejo lema nacionalsindicalista en los años de plomo de la Transición: No somos los últimos del ayer, sino los primeros del mañana.
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Los primeros del mañana.
A largo de la Historia, el control de los pueblos por parte del poder establecido ha respondido a dos grandes grupos de estrategias de dominación: las que se basan en la represión y el miedo, y las que se sustentan en la propaganda y el dominio ideológico.
El ejemplo paradigmático de la primera estrategia son los regímenes comunistas con las policías políticas, gulags y ejecuciones en masa que caracterizan a las dictaduras marxistas tradicionales.
El ejemplo de la segunda son las sociedades capitalistas. Su aparato propagandístico se basa en el consumismo, es decir, en la creación de necesidades artificiales mediante una propaganda comercial que comparte sustrato ideológico con la propaganda política. Todo ello reforzado por una industria del espectáculo que estandariza un determinado modelo social basado en la superficialidad y el materialismo.
Esta propaganda presenta la injusticia social inherente al sistema capitalista como un “daño colateral” inevitable del que resulta poco elegante hablar. Esta distinción de brocha gorda no quiere decir que los regímenes marxistas no tengan a su vez un aparato propagandístico formidable ni que los capitalistas no cuenten desde siempre con un despiadado aparato represor contra los disidentes. Pero, básicamente, las dictaduras comunistas basan la obediencia de sus ciudadanos en el miedo a la represión mientras los regímenes capitalistas utilizan como herramienta de estabilidad social el “pan y circo” y la infantilización de las masas.
La nueva tiranía globalista y usurocrática que tuvo su germen en Breton Woods ━y su secuela de bilderbergs, efemeís, trilaterales y demás foros de la oligarquía financiera━ está gestando un nuevo modelo de tiranía. Una vez terminada la Guerra Fría con el triunfo del bloque capitalista, la élite financiera ha venido diseñando las líneas maestras de una dominación total de la sociedad a nivel global. Este proyecto, que últimamente se ha visto acelerado por vectores especialmente siniestros como la Agenda 2030 o las tiránicas restricciones de la dictadura pandémica, combina las dos técnicas tradicionales de control social.
En primer lugar, un omnipresente y macrofinanciado discurso propagandístico diseñado en factorías de ingeniería social como la Escuela de Frankfurt, y demás sanedrines fabricantes de ideologías de laboratorio.
En segundo lugar, una demonización y persecución inmisericorde de cualquier ideología disidente, especialmente de las derrotadas en la Segunda Guerra Mundial.
Un ejemplo de lo primero es la cargante y ubicua presencia del lenguaje llamado “inclusivo” y que, con el más absoluto desprecio a las reglas gramaticales pretende, en la mejor tradición gramsciana, controlar la realidad social mediante la adulteración y manipulación del lenguaje. El ejemplo más evidente de lo segundo es la desmedida represión judicial contra cualquiera que critique el relato oficial sobre la Historia reciente que, utilizado como propaganda bélica por el bando vencedor en la Segunda Guerra Mundial, ha devenido en dogma de obligada creencia.
La duda sobre este dogma o la mera intención de cotejarlo con la realidad histórica, abren la veda para el encarcelamiento de historiadores o el cierre de librerías y quema de libros al mejor estilo Fahrenheit 451. En España, la izquierda más sectaria y guerracivilista ha tomado como modelo esta visión maniqueísta e inquisitorial para sus sesgadas leyes de “memoria histórica”. Casos como los de Úrsula Haverbeck, Pedro Varela y tantos otros, provocarían la indignación y movilización de las masas progresistas si en lugar de europeos, la anciana encarcelada, el librero perseguido y el resto de represaliados por sus opiniones fueran africanos o indígenas americanos.
Con la actual etapa en la siniestra agenda globalista ━la marcada por el Estado de terror pandémico implementado a partir de marzo del 2020━ las dos facetas del control social se vienen mostrando con creciente desfachatez. Las grandes campañas propagandísticas de la ideología dominante cada vez ocultan menos sus objetivos y su auténtica inspiración. Los experimentos de ingeniería social y manipulación de la opinión se financian con miles de millones de dólares a través de turbios chiringuitos como la Open Society de George Soros, la Fundación Bill y Melinda Gates o las diversas mafias que, bajo el disfraz de sensibleras oenegés, fomentan la inmigración ilegal masiva.
El éxito de estas campañas, impensable hace sólo unas décadas, pone en evidencia el exponencial grado de desarraigo del hombre occidental. El ciudadano troquelado por la propaganda progresista posmoderna es alguien que se arrodilla ante los negros si, con motivo del fallecimiento accidental de un traficante de drogas durante su detención, así lo ordenan los cada vez más poderosos oligopolios mediáticos. O que convierte en modelo social a una pobre muchacha enferma que farfulla un confuso y delirante discurso sobre el cambio climático, otra de las “fiestas de guardar” de la nueva ortodoxia.
En lo que se refiere a la persecución y descalificación social del disidente, la Nueva Normalidad ha añadido una nueva categoría a su lista de malvados oficiales. Además de los ya clásicos sambenitos de “racista”, “machista”, “homófobo” o “fascista” ahora se suma el de “negacionista”. Esta vez no se aplica el término al cuestionador de martirologios y victimismos reglamentarios sino al que se niega a pasar por el aro de las restricciones arbitrarias, prohibiciones abusivas, mascarillas asfixiantes y más que dudosas “vacunas”.
Desde la totalidad de púlpitos televisivos y cibernéticos se adoctrina a una opinión pública cada vez más sumisa. Es omnipresente y constante la campaña de terror acerca de un virus que, a pesar de tener una tasa de letalidad muy inferior a la de otras enfermedades como el sida, la malaria o la tuberculosis, ha conseguido propagar la histeria colectiva hasta grados nunca antes vistos.
Esta población aterrorizada está dispuesta a renunciar a sus derechos más básicos a cambio de una hipotética protección frente a los contagios. Y, por supuesto, está dispuesta a linchar y a castigar con la exclusión social más absoluta a unos “negacionistas” que le son presentados diariamente como la encarnación del mal absoluto. Esta población, reducida a la condición de masa fanática y gimoteante, no supone ya ningún obstáculo para la implantación de la dictadura usurocrática global.
Los ciudadanos neonormales ya están maduros para asumir la cultura de la muerte a la que, a la postre, remite todo el dogmatismo posmoderno. Y es que, en la sociedad posmoderna, se etiquetan como “derechos” los asesinatos. Así, en lugar de promover terapias de erradicación del dolor en los enfermos terminales, se opta por acabar con el sufrimiento matando al sufriente. En lugar de instaurar medidas de protección social a la maternidad, se considera moderno y loable el asesinar bebés en el vientre de sus madres.
En lo que se refiere a unas vacunas insuficientemente testadas, se considera “asumible” que cierto porcentaje de “vacunados” muera o sufra graves secuelas, sobre todo si son ancianos. Lo principal es el negocio de las multinacionales farmacéuticas y el pelotazo de los comisionistas gubernamentales. Este desprecio por la vida se manifiesta no solamente a nivel individual sino como fin colectivo.
El objetivo, cada vez menos disimulado, del Nuevo Orden Mundial es la destrucción de la cultura europea en cada una de sus manifestaciones. Su muerte étnica mediante la africanización y el mestizaje multicultural y genocida. Su muerte cultural e histórica mediante la endofobia inoculada desde el jardín de infancia. Su muerte social mediante la destrucción de la familia como núcleo de la sociedad.
El hembrismo sicópata y el odio al varón son dos de las más potentes dogmáticas que se están imponiendo. Principios fundamentales del Derecho como la presunción de inocencia o la igualdad ante la ley son impunemente vulnerados por el sectarismo de leyes contra “la violencia de género” y similares. El proceso de destrucción sistemática de cualquier tipo de arraigo personal o de referencia identitaria llega incluso al terreno sexual. Desde la infancia se fomenta la confusión en este campo y se aplauden las anormalidades más aberrantes como la de los travestidos que reclaman ser reconocidos como miembros del sexo opuesto contra toda evidencia biológica. Ante este panorama desolador, las viejas recetas de la partitocracia parlamentaria demuestran ser más falaces e inútiles que nunca.
La izquierda política ha renunciado a sus pretensiones de lucha obrera y ocupa su confortable y bien subvencionado puesto de mamporrera del Pensamiento Único erigido en dogma universal. Por su parte, la derecha representa su papel como falsa disidencia que, en el fondo, obedece las mismas consignas con diferente presentación. La supresión de las soberanías nacionales y la permeabilidad de las fronteras son el mismo cáncer presentado con diferente envoltorio según lo haga un partido u otro. La derecha habla de libre circulación de capitales y la izquierda de derecho a la “migración”.
Ambas posturas defienden como deseable el desarraigo de grandes masas humanas fuera de sus países y, por ende, las inevitables consecuencias de ese desarraigo: precarización del mercado laboral en los países de destino, conflictividad social, aumento de la delincuencia y destrucción de la cultura y tradiciones europeas en favor de culturas exógenas. Los nuevos bandos en liza no son ya los definidos por las falsas y artificiales divisiones entre derechas e izquierdas sino, por un lado, los defensores de las soberanías nacionales y de un orden económico revolucionario de justicia social y, por otro, los globalistas de derecha o izquierda con su liberalismo económico salvaje y explotador.
En este conflicto no caben las medias tintas. Sólo la oposición frontal a los nuevos dogmas puede evitar el advenimiento de una era de esclavitud global. En España, las formaciones terceristas y socialpatriotas como la Falange sólo constituirán una alternativa real al Régimen actual si están dispuestas a coordinarse con otras formaciones afines en el ámbito nacional y europeo ━aquéllas de las que el propio Hedilla afirmó ser y sentirse consanguíneo━ para dar la batalla en el campo de las ideas, el único decisivo. Es esperanzador, a la vista de lo anterior, el planteamiento falangista en el proceso electoral autonómico de la Comunidad de Madrid.
Sin fe y sin respeto.
Dejando claro desde el principio su indiferencia ante unos resultados electorales marcados por el juego sucio y la gigantesca desigualdad entre los partidos del Régimen y los que nos oponemos a este régimen corrupto. Haciendo realidad palpable y militante el viejo lema nacionalsindicalista en los años de plomo de la Transición: No somos los últimos del ayer, sino los primeros del mañana.