Artículo del director

De títulos, noblezas y chusmas.

Aprendí de pequeñito, en mis campamentos, que no existe más aristocracia que la del servicio; una variante de este lema lo dijo José Antonio Girón de Velasco, con gran escándalo de una parte de la audiencia: No reconocemos más aristocracia que la del trabajo.
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De títulos, noblezas y chusmas


Diversos medios han referido la noticia: el Gobierno, en cumplimiento de su ley de memoria democrática ha decretado borrar de un plumazo todos los títulos de nobleza concedidos por el Régimen anterior y que hoy podían ostentar los herederos de los represaliados post mortem.

La lista es larga: por supuesto, la familia Franco y los descendientes de todos los militares que ganaron la guerra; pero también los sucesores de aquellos que cometieron el tremendo error histórico de dejarse asesinar por los que la perdieron, como Fernando Primo de Rivera (el discípulo predilecto del doctor Marañón), Calvo Sotelo, Onésimo Redondo o Víctor Pradera…; y suma y sigue, porque ya sabemos que las rituales venganzas sectarias no caducan ni con los años ni con los siglos.

Poco afortunado ha sido –sin quererlo, me imagino– el titular de cierto periódico: Dejarán de ser nobles. Y al llegar a este punto debemos empezar a echar mano de lo que dice la R.A.E., esa institución cuya existencia y normas parece desconocer la señora Calvo y a la que tienen tanta inquina los defensores del lenguaje inclusivo. Porque, diccionario en mano, noble tiene, como primera acepción, preclaro, ilustre… y, como segunda, principal en cualquier línea, excelente o aventajado en ella; solo en la tercera de las acepciones se hace alusión a aquellos que posean un título y, por extensión, a sus descendientes. La cosa se complica aun más si acudimos a un diccionario de sinónimos, y encontramos la correspondencia de nobleza con aristocracia.

Ya saben los lectores que, etimológicamente, aristocracia es el gobierno de los mejores, y uno, en su humildad, la considera indispensable para el buen funcionamiento de una democracia, esto es, el gobierno del pueblo, que debe elegir –Jefferson dixit– a los mejores de la sociedad; pero ya sabemos que en la España actual no se da ni por asomo esta circunstancia…

Por otra parte, reducir la cualidad de nobleza o aristocracia a un título otorgado por un determinado Régimen es del todo punto restrictivo; aprendí de pequeñito, en mis campamentos, que no existe más aristocracia que la del servicio; una variante de este lema lo dijo José Antonio Girón de Velasco, con gran escándalo de una parte de la audiencia: No reconocemos más aristocracia que la del trabajo.

En punto al servicio, se me antoja que el decreto gubernamental es totalmente inicuo e injusto, pues todos los desposeídos del título cumplieron sus servicios con reconocida notoriedad; y, si nos centramos en la idea del trabajo, seguro que a todos los de la lista negra se le pueden reconocer brillantes carreras profesionales en ejercicio de sus profesiones, cosa que no se puede decir, por cierto, de la mayoría de nuestros políticos actuales, que, fuera de sus cargos en el partido de turno, no han dado palo al agua.

El alcance de la disposición del Gobierno tiene como objetivo apear del honor a los ahora sin título; y aquí no hay más remedio que volver a acudir a la Madre Academia, pues la primera acepción de tal concepto es la de cualidad moral que nos lleva al cumplimiento de nuestros deberes…, y solo en la cuarta acepción se deja caer lo de obsequio, aplauso o agasajo que se tributa a una persona. Digo yo que no serán menos honorables los tachados de la lista de títulos porque el tándem Sánchez-Iglesias les haya dado por ahí…

Mejor lo dijo Calderón de la Barca: El honor es patrimonio del alma, y el alma solo es de Dios; y, como los arriados de la titulación ya se encuentran junto a Él, les debe traer al fresco la decisión del infumable Gobierno que tenemos; por lo que he leído, igual les pasa a sus herederos, no sé si por desinterés o por no ser señalados con el dedo.

Porque honor no es equiparable a fama (opinión que las gentes tienen de una persona); la fama es mutable, porque depende de la educación recibida, de los sentimientos de las masas, del conocimiento y de la ignorancia, de la propaganda, mientras que el honor es privativo de la persona, si es que este ha cumplido con sus deberes (cosa que tampoco podemos decir de muchos políticos del presente).

Está visto que no hoy no me puedo despegar del diccionario de la R.A.E., y, por casualidad, se me ha quedado abierto ahora con la c, y me he fijado, también por azar, en la palabra chusma; de esta, descarto la acepción histórica (conjunto de galeotes que remaban en las galeras), no sin meditar que sería un excelente medio ecológico para la navegación, tomen nota los ecologistas; y me quedo con la segunda acepción: Conjunto de gente soez.

¿A que les suena de algo? ¿A que tiene fácil aplicación a la política actual? Por favor, para comprobarlo, sigan en directo o en diferido las sesiones parlamentarias.