¡Todos al suelo!
¡Todos al suelo!
En la tarde y noche del 23 de febrero de 1981, el 23-F, estaba en el Congreso como periodista y asistí a su ocupación por los guardiaciviles del teniente coronel Tejero. Es curioso, y no se ha escrito lo suficiente, que el militar encargado de crear una situación límite que habría de provocar pronunciamientos en las capitanías generales, fue el iniciador del fracaso del intento golpista al negarle al general Armada que leyese ante el Pleno su propuesta de Gobierno de concentración cuyos componentes ya son de sobra conocidos. «No he ocupado el Congreso para esto», parece que le dijo Tejero al general. Silenciado Armada, desautorizada su visita al Rey en la Zarzuela ⎼«Ni está ni se le espera», contestó Fernández Campo. jefe de la Casa del Rey, al preguntarle el general Juste, jefe de la División Acorazada Brunete⎼, y sobre todo tras el mensaje de Juan Carlos I por televisión, vueltas a sus cuarteles las tropas desplegadas en Valencia, la locura golpista zozobró; duró unas horas más en el Congreso.
He recordado aquellas intensas e interminables tarde y noche no sólo por el indulto a los golpistas del procés, el segundo intento de golpe que me ha tocado vivir y en este caso sin cumplimiento de condenas y anunciando los reos que reincidirían en el delito; también al conocer el anteproyecto de reforma de la Ley de Seguridad Nacional que prepara el Gobierno.
La política atraviesa una transformación evidente. Comparto esa extendida opinión de muchos tratadistas. La política no es igual a como era y no hace muchos años. Vivimos cada vez más una democracia vigilada, limitada, un sistema ⎼el menos malo de los existentes⎼ que padece una especie de relectura a la baja, acosada y desvirtuada. Por otra parte, quien tenga la curiosidad, y yo la he tenido, de leer textos de Pablo Iglesias ⎼me refiero al político retirado y no al histórico del mismo nombre⎼, comprobará que admite reiteradamente que el comunismo si pretende llegar al poder por la vía democrática encontrará su caldo de cultivo en una situación de crisis. Una crisis que puede tener diversos signos. Crisis política, social, económica, sanitaria… El Poder controla y el ciudadano se debilita.
Precisamente desde esas estrategias, en la falacia de una superioridad moral que la historia no avala, la izquierda, cuando las urnas favorecen a la derecha, se moviliza y lleva a la calle el enfrentamiento y la violencia. Es su modo de crear tensión y de desnaturalizar la democracia cuando la opinión del votante les es adversa. Lo acabamos de vivir tras la execrable muerte del joven Samuel en Coruña. En Madrid se reunió en la Puerta del Sol una concentración convocada por colectivos de ideología conocida, con gritos contra Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad ⎼«Ayuso, fascista, estás en nuestra lista»⎼. ¿Y qué tenían que ver Madrid y Ayuso? Era otra respuesta rabiosa al resultado electoral del pasado 4 de mayo. Al tiempo, diversas informaciones y declaraciones de testigos negaban la supuesta homofobia de los criminales. A la izquierda le convenía la utilización de esa muerte aunque fuese vulnerando el deseo del padre de Samuel de que no se politizara.
Todo el poder para el Gran Timonel
Sánchez tuvo encerrados a los ciudadanos durante meses, aseguró una y otra vez que la pandemia estaba vencida y podíamos disfrutar de la «nueva normalidad», pasó de la inutilidad de las mascarillas a su obligatoriedad y de nuevo a suprimirlas en la calle en un momento inoportuno, iniciada la quinta ola, con la grata nueva de que «enseñemos la sonrisa». Ahora Sánchez va a dar un paso más en su deslizamiento hacia el autoritarismo: la reforma de la Ley de Seguridad Nacional.
Por la vía del decreto, y a instancias del presidente del Gobierno, merced a esta reforma de la Ley de Seguridad Nacional de 2015, consensuada entonces con la oposición por Rajoy pese a que no afectaba a las libertades y a los derechos fundamentales, desde ahora, y sin contar con el Parlamento, se podrá intervenir el sector privado contribuyendo con los recursos que se estimen; cualquier ciudadano mayor de edad habrá de contribuir con las prestaciones que exijan las autoridades; los ciudadanos y personas jurídicas estarán obligadas a colaborar personal y materialmente cuando se les requiera; los medios de comunicación tendrán que difundir las informaciones que se les dicten; además se recortará la transparencia ya que los documentos e informaciones que se decidan no podrán llegar a conocimiento de los ciudadanos…
Prestigiosos juristas estiman inconstitucional el anteproyecto, y alguno de ellos lo tilda de «ley comunista y sorprendente». Algo así como un salto en el traslado a nuestra normativa de una ley de la Venezuela de Maduro, de la Cuba heredera de Castro o de la Corea del Norte de Kim Jong-un. En resumen: todo el poder para el Gran Timonel. Y no debemos sorprendernos demasiado porque el afán okupa de Sánchez se ha desplegado desde el Ejecutivo al poder judicial y al poder legislativo. Es un paso más.
Mis vivencias del 23-F -un primer periodo de aquella tarde en el viejo Bar del Congreso, hoy desaparecido, tumbado en el suelo con varios compañeros y bajo vigilancia armada- se unen a la sensación que me produce la nueva Ley de Seguridad Nacional de Sánchez. Me revive el «¡Todos al suelo!». Otra vez todos al suelo y calladitos.
P.D. – Se ha producido un cambio en la composición del Gobierno. Ni se ha tocado el número de ministros ni el gasto. Las alianzas y estrategias permanecen. Los ministros podemitas siguen y con menos contrapesos. Se ha escrito que se acaba el sanchismo. Nada de eso. El sanchismo es Sánchez. Entiende que todos menos él son reemplazables. Si yo fuese un barón territorial socialista estaría temblando. En esos nombres nuevos, entregados y sin experiencia, late el relevo de dirigentes autonómicos díscolos o no suficientemente fieles al jefe. No ha habido cirugía de fondo en el nuevo malabarismo de Sánchez. Y nada más. Escribir sobre cosmética u operaciones de estética me aburre.