Semblanzas y libros

Aquilino y la memoria.

Les hablo de Aquilino Duque, una gloria de nuestras letras. Semiescondido y cuasi clandestino novelista, articulista y ensayista pero, sobre todas las cosas, poeta.

Artículo publicado en primicia en Sevillainfo el 17/03/2019, enviado posteriormente por su autor a la redacción de La Razón de la Proa. Recuperado en septiembre de 2023, al conmemorarse este mes su fallecimiento (18/09/2021). Solicita recibir el boletín semanal de La Razón de la Proa.

Aquilino y la memoria.


No conozco personalmente a Aquilino. Tengo amigos que sí, y por ello son acreedores de mi más sana envidia.

Aquilino vino al mundo en Sevilla, y aunque su infancia la vivió en Zufre y su adolescencia en el primer pueblo de la Sierra de Huelva si vas desde Sevilla, Higuera de la Sierra (en 1918 nació allí una de las más antiguas cabalgatas de Reyes Magos de España y él, que vio la luz por vez primera un día de Reyes de hace ochenta y ocho años, ha sido uno de sus pregoneros), y a pesar de haber vivido en Gran Bretaña, Estados Unidos o Italia desde muy joven, Aquilino es pura sevillanía.

Les hablo de Aquilino Duque, una gloria de nuestras letras.


Semiescondido y cuasi clandestino novelista, articulista y ensayista pero, sobre todas las cosas, poeta, Aquilino ha sido trágicamente relegado en esta nuestra España a un conocimiento limitado a un ámbito geográfico (su Sevilla), intelectual (los iniciados) y político (su posición ideológica ha sido vista por esta izquierda miope que domina desde hace años, también, la cultura, como una discapacidad invalidante de su incuestionable valor literario).

Que en su libro El suicidio de la Modernidad escribiera cosas como que los que mejor entendieron la letra y el espíritu de Ortega y Gasset fueron Octavio Paz y José Antonio Primo de Rivera, o que dijera en una conferencia pronunciada con ocasión del centenario del nacimiento de José Antonio en 2003, “he dicho en más de una ocasión que la actual Constitución es el 'lecho de Procusto' [1] en el que España no cabe a menos que se le amputen dos o tres regiones, y la labor principal de las fuerzas políticas es anestesiar a la nación para que se deje amputar sin ofrecer resistencia. La mejor manera de anestesiar a un pueblo es desacreditando su Historia y la mejor manera de desacreditar una Historia es contarla al revés”.

Es decir, que no se haya mordido nunca la lengua en cuanto a sus ideas ni haya comulgado con ruedas de molino jamás, ni con Franco, al que mucho criticó, ni en democracia, no le ha ayudado mucho en esta, como ha dicho Pérez Reverte, “pobre, trágica y dura España”.

Aquilino estuvo a punto de entrar en un cierto Olimpo de escritores galardonados. Casi se trae a su Sevilla el Premio Nadal el año 73, que en aquel entonces era más premio que ahora (todo lo catalán tan devaluado). Quedó finalista y se truncó su despegue, aunque logró el Premio Nacional de Literatura del 74. Fue con El mono azul, una muy estimable novela hoy tristemente olvidada y desconocida para demasiados, al igual que casi toda su obra.

Aún así, Aquilino, gracias a editoriales casi siempre pequeñas pero beneméritas, ha visto publicada una extensa producción literaria, tanto ensayística como novelística y poética, que incluye hasta un maravilloso e imprescindible libro de viajes, Crónicas extravagantes su título.

Hace unos meses fue editado por una de esas protectoras editoriales, Renacimiento, un volumen imprescindible para los amantes de la buena lírica, que contiene su obra poética completa, y que lleva el título, lamentablemente no falto de verdad, de La palabra secreta. Ahí se incluyen, entre un centenar de poemas, aquellos versos que Aquilino dedicó al Cristo de la Expiración del Cachorro a su paso por el puente de Triana…

Esta noche, Manuel, tú sobre el río.
Quién te puso corona de saetas,
Cachorro de Sevilla...
Quién pudo hacerte interminable el tránsito...

¿Podrá pagar Sevilla alguna vez la deuda que tiene con Aquilino Duque, aunque sólo fuera por estos pocos versos?…

Y, casi al tiempo, la Fundación Universitaria San Pablo CEU, a la que hay que dar gracias eternas, ha editado una obra que es una pura delicia para los que, como yo, amamos los libros y a los que los escriben, su título Memoria, ficción y poesía. Después de esperar demasiado tiempo a que me llegara el ansiado ejemplar a través de una de esas plataformas digitales, ayer al fin pude tenerlo y, desde que lo abrí, no he podido despegar los ojos de sus mágicas páginas… Porque Aquilino nos habla, en uno de los mejores castellanos que puedan leerse hoy en día, de un ramillete de escritores, tanto de memorias como de novela y poesía, pertenecientes todos ellos a aquella generación que vivió y creó en la España posterior a la guerra civil, y que son la mejor demostración de lo falso de aquel tópico que calificó despectivamente como “páramo” el paisaje intelectual y literario de aquellos años. 

Cabría recordar aquí, una vez más, esos dos emblemáticos artículos de don Julián Marías, con veinte años de diferencia entre ellos La vegetación del páramo (1977), y ¿Por qué mienten? (1997), en que ya el discípulo de Ortega y Gasset rebatía la condición de  terreno yermo de nuestro campo cultural tras la contienda fratricida.

Surgido de un providencial ciclo de conferencias pronunciadas por Aquilino en el CEU de Madrid a petición de su entonces rector, su amigo el catedrático de Historia Medieval Rafael Sánchez Saus, el libro, una autentica joya, desgrana anécdotas memorables a la par que divertidas, reflexiones profundas pero entretenidas y, sobre todo, desarrolla una libertad y desinhibición que nos aparece hoy tan rara a la hora de describir personajes y amistades que en esta sociedad, políticamente correcta, se considerarían imposibles entre escritores situados en los extremos ideológicos (como el mismo Aquilino la tuvo con muchos, como, por ejemplo, Buero Vallejo).

Todo ello con una utilización de la lengua tan brillante como amena (la amenidad es la cortesía del escritor, en palabras del propio Aquilino), hablándonos de personajes como el extravagante y único César González Ruano, el hoy olvidado Pemán, Valle Inclán, Wenceslao Fernández Flores, Agustín de Foxa, Luis Rosales y otros muchos.

Es un crimen de lesa cultura perder la ocasión de disfrutar de la escritura de Aquilino Duque… Y, sobre todo, sería un crimen, casi un fratricidio, que su Sevilla natal y esta Andalucía demasiadas veces tan cainita, perdieran la oportunidad de rendirle el homenaje que merece, ahora que aún es tiempo.

Va por ti, amigo mío sin conocerte, Aquilino.   


[1] El lecho de Procusto es una expresión proverbial​ que se refiere a quienes pretenden acomodar siempre la realidad a sus intereses o su visión de las cosas.


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