La cara y la máscara,
Que el autor de la trilogía que compone 'Los gozos y las sombras' es uno de los mejores novelistas españoles del siglo XX es un hecho indudable. Que era un hombre imperfecto, como todos, también. Torrente Ballester: ¿Cuál era en realidad la verdadera cara y cual la máscara de este magistral escritor?
Artículo publicado en primicia en el digital Diario de Sevilla el 8/11/2020, enviado posteriormente por su autor a La Razón de la Proa (LRP). Recibir el boletín de LRP.
La cara y la máscara.
Que el autor de la trilogía que compone Los gozos y las sombras es uno de los mejores novelistas españoles del siglo XX es un hecho indudable. Que era un hombre imperfecto, como todos, también.
A Torrente Ballester le hubiera gustado ser como el Juan Aldán de la familia de los Churruchaos, y tener la honestidad, la coherencia, el espíritu revolucionario que tiene Aldán amen de su implicación generosa y arriesgada a la hora de defender los intereses del pueblo, en este caso los de los pescadores frente a la propietaria de los barcos o recursos de producción del pueblo, la doña Mariana Sarmiento de la obra.
Pero en cambio se asemeja más a otro Churruchao, al protagonista de la historia, Carlos Deza, portador de una duda perenne. Porque Torrente, a pesar de sus afirmaciones, nunca fue una persona segura y durante toda su vida dudó de sí mismo y de sus propias convicciones.
Muchos años antes de la publicación de su obra más conocida, Torrente Ballester había escrito la primera de las suyas. Corría el año 1942 cuando la finalizó, aunque no se publicó hasta diciembre de 1943. En plena posguerra civil. Como dice el propio Torrente Ballester en la nota breve escrita a propósito de una reedición de 1985:
“Veinte días pasados de su aparición, el diez de enero de 1944, los ejemplares existentes en las librerías fueron retirados, y la editorial recibió orden de almacenarla. Mi carrera de novelista comenzaba con un tropezón importante”.
Esa novela de juventud era Javier Mariño que dedicó en su primera edición a Dionisio Ridruejo y que, muchos años después, en su reedición seguía dedicándole al camisa vieja de Falange y responsable de Propaganda del bando nacional durante la guerra civil, con estas palabras:
“A Dionisio Ridruejo, cuarenta años después, y como siempre. Ahora, a tu recuerdo. Gonzalo”.
Es curioso observar el destino paralelo de dos obras nítidamente falangistas, una en el cine y la otra en la literatura. Porque si la película considerada casi unánimemente como la "película falangista" por antonomasia, Rojo y negro, de Carlos Arévalo, fue retirada de los cines al poco tiempo de su estreno y se trata de una película maldita y cuyo visionado ha sido durante años imposible.
La novela de Torrente Ballester corrió la misma suerte en su publicación y se convirtió en una obra semioculta, prácticamente desconocida para casi todo el mundo, aún muchos de los más interesados en la obra del escritor gallego.
Y ello a pesar de que el autor en aquel entonces novel, deseoso de publicar por vez primera, se plegó a las “indicaciones” de la censura en varias ocasiones, las fundamentales añadir el subtitulo Historia de una conversión y la modificación radical del final que pretendió dar a la novela, que originalmente acababa con Javier marchando a Argentina y el suicidio de Magdalena, un final nada edificante a los ojos de la censura del momento, a la que tampoco gustó la crudeza con que se abordaba la relación sexual de la pareja.
Cuando se publicó la novela en 1976 dentro del primer tomo de las Obras completas del escritor, y aunque este dice que su propósito era publicar el texto escrito en el 43 sin variaciones, puesto que este, según añade “hace muchos años que no existe”, esta aparece, digamos, “retocada”, aunque el autor arguye “me limité a extraer algunos fragmentos que el texto, por si mismo, expulsaba de su cuerpo, y añadirlos como apéndices”.
Pero es que, en otra reedición, la realizada para Seix Barral en 1985, dice:
“He peinado el texto existente en varios párrafos, expresiones e incluso palabras sueltas que considero innecesarios; añadí una ligera manipulación de las últimas páginas, que me permitió, creo, darle al desenlace una mayor verosimilitud por el mero procedimiento de “humanizar” las razones que mueven, finalmente, al personaje. Deseo haber acertado”.
De esta manera, la que José Carlos Mainer considera la novela más fascista de todas, señalando su inspiración en el espíritu de la del escritor francés Drieu la Rochelle, Gilles, a la que muchos llamaron “una parábola fascista", y que incluyó en su Falange y literatura dentro del apartado que engloba como “la crisis espiritual”, pasó a ser como un testigo mudo y posiblemente incomodo de uno de esos “cadáveres” (como califica Ballester a los diferentes estadios de la vida) que fue dejando en el camino el escritor.
Y así, el novelista gallego construye todo un discurso posterior en defensa propia espoleado por el espectro juvenil falangista.
Porque el Javier Mariño de la novela es, en buena parte, Torrente Ballester, del cual, no sabemos a ciencia cierta si por conveniencia o convicción, este reniega al pasar a otra fase de su vida, la de escritor consagrado y de éxito. De hecho llega a comentar, en 1977, demostrando su antipatía, una vez más desconocemos si forzada o voluntaria, al personaje:
“Hoy sigue pareciéndome un imbécil, y con este calificativo intento salvarlo en cierto modo, porque peor sería dejarlo reducido a lo que en realidad es, un farsante”
En la novela Javier Mariño se presenta desde el principio como un hombre con un afán: ser un hombre de acción. Un muchacho de la burguesía gallega que, en el verano de 1936, en vísperas del inicio de la guerra civil, abandona Madrid en un tren y se establece una temporada en París. Allí entra en contacto con el ambiente variopinto de estudiantes extranjeros, vividores, aristócratas, prostitutas, sodomitas... todo ello mezclado con las luchas políticas del momento.
Conoce allí a Magdalena de Hauteville, de extracción aristocrática y militante comunista, de la que se enamora porque le recuerda a Greta Garbo, Katharine Hepburn y Joan Crawford (“como las tres, no era hermosa y como ellas le venía el encanto del alma que, a veces a su pesar, revelaban las facciones, y no de las facciones mismas”). Curiosamente también en esto se da una coincidencia con la película Rojo y negro ya que los miembros de la pareja protagonista pertenecen cada uno a uno de los dos bandos políticos enfrentados en la guerra.
Después de una temporada en la capital francesa, durante la cual estalla la Guerra Civil, decide marcharse a las Américas para fundar una nueva ciudad, pero finalmente cambia de actitud y regresa a España para apoyar a los nacionales. El propio Torrente Ballester estaba en Paris cuando se produjo el Alzamiento, hacia donde marchó el mismo día de la muerte de Calvo Sotelo, y volvió a Galicia donde estaban su mujer y sus hijos.
Javier Mariño no aparece retratado exactamente como un luchador de ideología falangista. Es más bien un tipo acomodaticio, dotado de cierto cinismo que disimula sus auténticos pensamientos. Es un anticomunista visceral al que vemos reaccionar en ciertos momentos enfrentándose en solitario a las deformaciones de los discursos panfletarios de los correligionarios que apoyan a los republicanos españoles.
Se trata esencialmente de un personaje atormentado por el remordimiento del pecado y la traición a sus convicciones morales y religiosas (Magdalena ha tenido un amante antes de conocerlo y no es virgen, por lo que él se niega a pedirla en matrimonio). Algunas frases de Javier acerca de cómo imagina la España de postguerra traslucen, posiblemente, el auténtico pensamiento escéptico y la desilusión del protagonista:
“Nada habrá cambiado, porque en España nada cambia esencialmente, y sus hazañas y sus gestos quedan en la mitad. Es inútil pelear. Todo es lo mismo…”.
Al sufrir numerosos cortes de censura Torrente Ballester cambió el final americano por otro, donde regresaba acompañado de Magdalena embarazada, a su Vigo natal, a su patria, para ponerse el uniforme y partir para las trincheras. El último párrafo de la novela, en su redacción inicial, rezaba así:
“Podía morir; pero si no moría, su vida estaba definitivamente ligada a la de España y a la de Europa .Ya no era dueño de si, ni podía disponer su vida de acuerdo con su voluntad. La historia se calzaba coturnos de tragedia y por encima de los hombres lanzaba sus gemidos”.
Muchos años después de escribir esta novela los intelectuales progresistas de la izquierda española dieron un homenaje a Gonzalo Torrente en el Ateneo madrileño. A cambio, le conminaron a que retirase de Javier Mariño aquellas descripciones que consideraban “maniqueas”, y también frases nada agradables de los retratos que hacía de la izquierda y la burguesía francesa (repugnantes, sodomitas, avaros, bestias, momia asquerosa de Lenin...) y que calificaron como “profranquistas”.
Con una actitud que le honra Gonzalo Torrente se negó rotundamente a quitar una sola línea de su novela.
Sin embargo, sí que alteró para las reediciones de los años setenta y ochenta, aspectos importantes, si no fundamentales, del carácter de su protagonista, cambiando por ejemplo el grito “Arriba España” por el de “Viva España” o directamente eliminando de un plumazo ciertos comentarios y pensamientos del protagonista que bajo el prisma del nuevo Ballester podrían considerarse elitistas (“huele mal la multitud, su contacto me asquea y a ti te mancha”) o racistas (en la Ciudad Universitaria advierte “jetas negroides” y pelea con unos americanos que le parecen “un pueblo de salvajes que aprendieron a conducir automóvil”.
Su primer amigo, el comunista cubano Carlos Bernárdez, es un “rufián consumado”, mientras que su compañera Irene es rusa, procaz, cínica y propietaria de un “desnudo blanquecino y maloliente”, “grandota y mantecosa”).
Torrente Ballester sintió pronto una fuerte fascinación por el falangismo tal como lo predicaba José Antonio Primo de Rivera, reforzada por su estrecha amistad con Pedro Laín Entralgo, Dionisio Ridruejo y el llamado Grupo de Burgos, que tendría como órgano de expresión la revista Escorial.
En aquel momento era tan explícita su hostilidad al liberalismo y a la democracia parlamentaria como su convicción de que el auténtico falangismo implicaba un gobierno totalitario, nacionalista e incluso imperialista, que articulase la grandeza de España con la reforma agraria, la política social y la nacionalización de la banca.
Todas estas ilusiones tuvieron sus primeros desengaños cuando, ganada la guerra civil por el bando nacional y encumbrado Franco a su carácter de Generalísimo, este publicó el decreto de unificación de falangistas y requetés, a quienes los joseantonianos despreciaban por conservadores reaccionarios. Desde el fusilamiento de Primo de Rivera en Alicante se fue evidenciando la distancia entre la construcción de la dictadura franquista y las ilusiones de los camisas viejas.
La ruptura se consumó con la destitución de Serrano Suñer (que daba apoyo a los falangistas) y el giro ideológico de la revista Escorial. A partir de ahí se inició un largo proceso de reflexión en el que Dionisio Ridruejo, primero, y sus compañeros, después, sin abandonar sus creencias profundas de tipo socialista y cristiano, fueron alejándose de la ideología que les había llevado a identificarse con el fascismo y acabaron transformados en auténticos demócratas liberales durante la segunda mitad del siglo XX.
En textos iniciáticos Torrente Ballester expresó prontamente la oposición entre las figuras de José Antonio Primo de Rivera y Francisco Franco, ensalzando al primero y burlándose del segundo mediante artificios literarios que fueron capaces de esquivar la vigilancia de los censores.
Las circunstancias históricas que a Torrente le tocó vivir le mostraron la progresiva construcción de un doble mito histórico, desde su inicio hasta el final: Franco y José Antonio Primo de Rivera. Ambos mitos fueron creados de forma paralela, como si fuesen complementarios; pero sus constructores no lograron ocultar la profunda diferencia entre ellos. La propaganda y el poder no pudieron nunca con la fuerza y la verdad de las palabras y la vida de El Ausente.
Mediada la década de los ochenta, Torrente todavía aseguraba que la personalidad de Franco era bastante desconocida, que se sabía lo que había hecho, pero se desconocían las razones íntimas que le habían empujado a hacerlo.
Eso suele acontecer, pensaba él, cuando se intenta mitificar a un hombre vivo, como se hizo en este caso; como hizo, hasta cierto punto, personalmente, el mismo Franco.
Su mitificación tenía aspectos peculiares que la singularizaban: un general victorioso frente al que aparecía el otro mito, el de un civil, El Ausente, ejecutado por los republicanos. Uno había dirigido la estrategia militar, pero el otro había elaborado la doctrina que pretendía purificar revolucionariamente el país. Torrente decía que la originalidad de la operación mitificadora, intensificada desde el fusilamiento de Primo de Rivera, fue que se utilizase a un político muerto para potenciar la imagen de un dictador vivo:
“Había como una especie de celos disimulados, aunque explicables, ya que se configuraba un personaje que él, el general, no podría ser jamás. Y más curioso aún es el que haya consistido esta rivalidad en una guerra casi estrictamente literaria, con algunas interpolaciones plásticas. Mejor literatura al servicio de Primo de Rivera, peor al servicio de Franco, de lo cual se puede deducir lo escasamente efectiva que es la poesía cuando frente a ella se alza una realidad interesada y triunfante. Es también muy notable el que, en el mito de José Antonio, abunden los elementos eróticos, aunque no expresos, de los que carece en absoluto el del general Franco. Las mujeres que habían sido novias, amigas o simples aventuras de un día, de Primo de Rivera, pasaban como revestidas de un aura fascinante, pero no se señaló jamás mujer alguna que se hubiera relacionado amorosamente con el general. Éste en cambio, tuvo mejor fortuna filosófica. Su “caudillaje” fue teorizado en términos de filosofía alemana, y no una sola vez. Pero tal género de pensamiento y las afirmaciones que contenía no alcanzaron nunca la popularidad”.
Durante la guerra e inmediatamente después, Torrente y el resto de los auténticos fieles al pensamiento de José Antonio Primo de Rivera empezaron a distanciarse de una mayoría, encabezada por el propio Franco, que adoptaba la estética falangista, cogía las partes que les convenían de su ideario y los restos de su organización y acababan poniéndolo todo al servicio de sus propios intereses.
Este Torrente Ballester fascinado por el falangismo, y, particularmente, por la figura de José Antonio, que luego devendría en falangista antifranquista, es el que escribe Javier Mariño en el año 42, un Javier Mariño que se transformó en ese testigo mudo del cadáver del alter ego falangista juvenil del cual se esconde y defiende el autor consagrado durante buena parte del resto de su vida.
Pero….¿cuál era en realidad la verdadera cara y cual la máscara del magistral autor de Los gozos y las sombras?
Para saber más.
- Literatura universal. Web no oficial sobre literatura centrado en la vida de Torrente Ballester.
- Fundación Gonzalo Torrente Ballester.
- Gonzalo Torrente Ballester. Wikipedia/Wikiwand