Un catalán olvidado: Eugenio d’Ors
Eugenio d’Ors está en el recuerdo de algunos y en el olvido de los más. Incluso su pasado falangista todavía cuenta para tenerlo relegado. Según Ortega, era junto con Maeztu, las únicas personas con quien valía la pena hablar en España. Una España que, como decíamos, también quiere ignorarlo.
Un catalán olvidado: Eugenio d’Ors
Bien, ahora no trato de escribir ninguna crítica al libro pues después de tantos años de su edición me imagino que se habrán publicado bastantes. Sólo quiero referirme a unas palabras que su biógrafo, Antonino González, ha escrito en su obra Eugenio d’Ors. El arte y la vida, publicado hace unos años. Opina Antonino González que sobre la figura de d’Ors «estamos asistiendo en los últimos tiempos a un creciente interés por su pensamiento de lo que es prueba la avalancha de reediciones de sus obras en diversas editoriales están llevando a cabo».
Si bien hay que respetar todas las opiniones, creo que el autor de estas letras exagera un poco. Habría que preguntar cuántos estudiantes conocen a este también poeta, esto es, un creador, como muy bien lo califica el doctor en Filosofía, mi buen amigo Manuel Parra Celaya, director de este medio.
Sería mejor decir, creo, que d’Ors está en el recuerdo de algunos y en el olvido de los más. Incluso su pasado falangista todavía cuenta para tenerlo relegado hasta tal punto que, supongo, habrán borrado su nombre del callejero de Madrid porque hay muchos que en vez de pensar, embisten. O si se quiere, d’Ors es un escritor que está mal plantado, en la cultura de hoy, a pesar de ser el autor de La bien plantada que es, entre otras cosas y como dice meu bon amic, «el símbolo de esa elegancia que guió toda su obra».
No es casual que lo considerase así. Ha habido demasiados ataques para que no lo considerase así. Por de pronto el nombre de su abuelo, Eugenio –el ingenio de esta corte, ya caduca– había sido sistemáticamente borrado de las enciclopedias y de los manuales escolares y universitarios de lengua y literatura españolas. También, como es natural, el de su obra, casi infinita. Y sublime. Se tomó la molestia de cotejar muchos de esos manuales colegiales, los que van desde la época así llamada nacional-católica hasta los de actualidad. Y comprobó con pesar cómo las muchas páginas dedicadas a su abuelo pasaban a ser pocas, y cómo pocas se degradaban hasta convertirse en muchas líneas, pero de una sola página, y cómo esas muchas líneas, ¡ay!, se transformaban en pocas, y esas pocas en tres, dos, una, ninguna. Y terminaba con estas duras palabras: «Nada. Eugenio d’Ors ya no existe en la mayoría de las historias de la literatura. Ni siquiera los catalanes, la puerta española hacia Europa, le mencionan. Los catalanes son los peores de todos, interesados, oportunistas, frívolos con avaricia, y por eso los odio con todo el odio que cabe en mi alma catalana, que es mucho».
Este mismo año, Pedro Sainz Rodríguez, ministro de Educación, le nombró director general de Bellas Artes y comisario para la repatriación del Museo de Prado, que estaba en Ginebra. «Durante esta etapa del Museo del Prado en Ginebra, decidimos organizar una exposición del Prado allí ―dice Sainz Rodríguez―, proporcionando al público, en unas salas, la visita al Museo del Prado sin necesidad de venir a Madrid. La recaudación de esta inusitada exposición en Suiza produjo mucho dinero, más que suficiente para realizar el traslado de los cuadros en buenas condiciones a Madrid».
Es nombrado también secretario perpetuo del Instituto de España. Abandona, pues, Pamplona para trasladarse primero a Burgos y más tarde a Salamanca donde en su Universidad, tuvo lugar el acto fundacional del Instituto de España.
Después irrumpe en una gran creación que, más tarde, daría sus frutos. Son las Bienales Hispanoamericanas de Arte con la participación de artistas españoles. Está también la fundación y puesta en marcha de la Academia Breve de Crítica y sus exposiciones llamadas Salón de los Once y las Antológicas. A la vez sigue con sus conferencias como su intervención en la Universidad de Granada, donde fue invitado, al Congreso conmemorativo del cuarto centenario del Concilio de Trento donde leyó su discurso inaugural. Al mismo tiempo publicó un artículo en La Vanguardia que tituló Empieza la conmemoración del Concilio de Trento.
Y así, después de una larga y penosa enfermedad, falleció en Villanueva y Geltrú el 26 de septiembre de 1954, «este hombre que había dado a España lo mucho y mejor de su cultura, aunque no fue comprendido por todos los españoles, pues a muchos les vino ancho», repite Rafael Flórez. Por eso sobre su tumba cayó un silencio implacable que aún sigue porque algunos catalanes lo consideraron un traidor, y otros, de nuestra Patria, porque fue falangista, y que, según Ortega, era junto con Maeztu, las únicas personas con quien valía la pena hablar en España. Una España que, como decíamos, también quiere ignorarlo.
Eugenio d'Ors y su mujer, María Pérez Peix
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Documental de la UNED sobre la figura de Eugenio d'Ors, editado en 2010.
Y este artículo de La Vanguardia, que recoge una cincuentena de artículos de Eugenio d'Ors publicados en ese mismo medio, durante los años de 1943 a 1954.