Gustavo Morales y nuestras vivencias.
Gustavo Morales es un joseantoniano revolucionario, y por tanto no se debe confundir con su antiguo apodo de guerra. Fiel camarada que padece… y también fiel excompañero de claustro de la USP - San Pablo CEU (Periodismo y Humanidades) en la época fundacional y gloriosa de los noventa, pero que fue interrumpida inexplicablemente para mí.
Sin habernos visto antaño, fuimos en nuestra niñez y adolescencia vecinos del madrileño y castizo Puente de Toledo. Allí, junto al Manzanares y la Pradera, dónde nace la calle del General Ricardos, que por encima de la parroquia de San Miguel fue casi divisoria del Frente de Madrid, donde las tropas nacionales de Franco se detuvieron esperando la ocasión propicia para entrar en la capital.
Todavía recuerdo en los años 50 las pintadas patrióticas en los muros de un solar del barrio de Regiones Devastadas (ahora hay un mercado) de la calle Antonio López; Gibraltar, Suez, Orán, Egipto, ¡españolas! Detrás de allí, en un descampado actuaba de vez en cuando un gitano itinerante. Llamaba al público con una corneta desafinada. Su troupe: la cabra equilibrista que subía la escalera y juntaba sus patas en lo alto de un tarugo, la desgraciada niña contorsionista que sorprendentemente lograba doblar su espinazo hacia atrás para recoger una moneda de diez céntimos en el suelo. También participaba la compañera que pasaba con desgana el platillo petitorio. A veces, un viejo pederasta desaliñado de bragueta trataba de arrimarse al corro de los escasos espectadores para aplacar su libido enfermiza. Muy cerca de allí el "cojo de la pata de palo" en su esquina de siempre junto a la droguería, solicitaba unos céntimos a los viandantes habituales entre los que se encontraba mi madre acompañada por mi hermano y por mi. Años después, se supo que el cojo tenía varios pisos.
También recuerdo a los "inquilinos" de la margen derecha del Puente de Toledo, que tras haber retirado algunas arcadas de granito de la base del puente que descansaba en tierra, lo habían hecho habitable. Eso sí, cubrían púdicamente la entrada a su cueva artificial con unos sacos de arpillera.
Un espectáculo impresionante en el amanecer del puente de Toledo visto desde la glorieta de las Pirámides y que seguramente podría haber sido retratado por algún pintor de la talla de Turner, Monet, nuestro antiguo vecino Goya o incluso salir en La busca de Pío Baroja: una larga caravana de traperos con carritos de madera tirados por burros y con un farolillo de aceite encendido en el tope que a las seis de la mañana venían de los Carabancheles por la cuesta de la calle del General Ricardos y atravesaban el puente isabelino hacia las Pirámides, perdiéndose luego por las rondas para recoger las inmundicias que se habían depositado en las aceras de los barrios altos. Muy cerca de allí había estado situado hasta 1905 el Barrio de las Injurias. De dónde salió el conocido chekista anarquista Felipe Sandoval (Fomento, matanza de la cárcel Modelo...)
En sus Crónicas castizas de El Debate, Gustavo Morales relata y describe oficios, correrías y aventuras de una época madrileña casi totalmente desaparecida. Hace un año nos hablaba ahí de los "teleros" de nuestro barrio. No recuerdo ese oficio por allí. Pero si tengo en mi memoria a los "vareadores" de lana de viejos colchones. Llegaban a nuestras modestas casas ofreciendo varear los colchones de borra y de vieja lana. Separaban con recios golpes las vedijas con unas finas garrotas de avellano. Por la tarde, ya sueltas, limpias y algodonosas, se colocaban nuevamente en la funda del colchón que los esforzados trabajadores cosían con mucha maestría. Todo ello se hacía en un pequeño solar de la calle Baleares esquina a la del Conde de Vistahermosa. Eran los años 50, casi a orillas del Manzanares. Creo que el precio del trabajo era modesto. Y la nueva comodidad del colchón aguantaba un año.
También trabajaban entonces, por las casas de vecinos y con todos los portales abiertos, los "plomeros" que ponían parches con estaño a los cacharros de cocina con el esmalte desconchado. Los gitanos que ofrecían loza barata a cambio de ropa usada. Mi madre compró a plazos una magnífica máquina de coser Alfa con marquetería en el soporte, que recogía el aparato formando un mueble muy bello y barnizado. Años después, unos oportunistas ofrecían cambiar el magnífico soporte de madera por una funda curva de viruta de "novopan" y se quedaban con el otro. Mi madre cayó en la trampa.
Han pasado ya muchas décadas, diluvios, sequías... pero aquellos años difíciles, de carestías y premuras con la solidaridad de las personas y vecinos que nos arropábamos mutuamente, se fueron marchando poco a poco. En los años setenta se produjo ya un importante acceso social de prácticamente todos mis amigos del barrio: técnicos, periodistas, directivos, funcionarios, profesores…). Ahora la estética y urbanismo de la zona del Puente hace que todo sea muy diferente.
Gustavo. !Mucho ánimo!. Tenemos todavía, tantas cosas que contarnos...