Semblanzas

Un hombre cerca de las estrellas

Enrique Herreros, un grande de nuestro cine y de nuestra cultura en general. Se puede decir que es el español que mejor ha conocido Hollywood, descubridor de estrellas, director, actor, dramaturgo, ilustrador insigne de carteleras y anuncios de cine, y un gran empresario y publicista.


Publicado en primicia en Sevillainfo el 14/08/2021.

Recogido por Gaceta de la FJA, núm. 348, SEP/2021. Ver portada de Gaceta FJA en La Razón de la Proa (LRP). Recibir actualizaciones de LRP.​​​

Un hombre cerca de las estrellas


Cuando rememoro a nuestro personaje siempre pienso, y hasta tarareo inconscientemente, esta canción, There’s No Business Like Show Business (No hay negocio como el del espectáculo), la composición del mítico Irving Berlín, escrita para el musical Annie Get your Gun (1946), y que se incluye también en la película Luces de candilejas, cuyo título original era el mismo de la canción, aquí cantada por la gran Ethel Merman.

Otro tema que se me viene a la memoria y los labios cuando recuerdo a Enrique Herreros es Make, em laugh (Hazlos reír), una de las magníficas composiciones que integran una de las mejores películas musicales de todos los tiempos, Cantando bajo la lluvia, producida por la Metro-Goldwyn-Mayer en 1952 y que cantó acrobáticamente Donald O'Connor, escrita por otros maestros, Arthur Freed y Nacio Herb Brown, aunque muy, digamos, inspirada en el tema del inmortal Cole Porter, Be a Clown (Sé un payaso) del musical producido por el mismo Arthur Freed en 1948, El Pirata, donde fue interpretado por unos inconmensurables Gene Kelly y Judy Garland.

Ambas son composiciones llenas de optimismo además de ser sendos himnos de homenaje al naciente mundo del cine. La “industria” o, como también se le llama, la fábrica de sueños. En aquel entonces Hollywood, la meca del cine.

Y es que, Enrique Herreros, un grande de nuestro cine y de nuestra cultura en general, nació y vivió para dos cosas fundamentalmente. Una de ellas fue el cine. Se puede decir que es el español que mejor ha conocido Hollywood, descubridor de estrellas, director, actor, dramaturgo, ilustrador insigne de carteleras y anuncios de cine que han hecho historia y, sobre todo, un gran empresario y publicista. 

Desde que, en 1931, se incorporó a Selecciones Filmófono, que luego se transformó en Organización Filmófono, con grandes lanzamientos que el se encargó que fueran sonados acontecimientos, al tiempo que diseñaba, desde años antes, los carteles de multitud de películas, que hoy son piezas de coleccionista, auténticas obras de arte en la cartelería cinematográfica, como el futurista de La línea general de Sergei M. Eisenstein en 1929 o toda la serie de René Clair a partir de 1930.

Permaneció en Filmófono hasta 1956 para entrar después en la Distribuidora Dipenfa. Filmófono fue, entre otras cosas, la empresa pionera en el campo de la sonorización de películas mudas y asociada a la programación del madrileño cine Palacio de la Música, sito en esa Gran Vía, que semejaba en aquellos años una luminosa y bulliciosa avenida neoyorkina, en esa época que, muy lejos de ser gris, triste y miserable, falta de libertad y alegría, como se empeñan en pintarla los apologetas de la mentira histórica disfrazada de “memoria”, hervía de ganas de vivir, de disfrutar la vida. Por allí bullía una España alegre y bohemia, ansiosa de diversión, ingeniosa y festiva, llena de clubes, bares y cafeterías, y que miraba al futuro con entusiasmo. 

De ese periodo el director Luis García Berlanga recordaba a Enrique Herreros así: Él fue el que inventó la promoción y la publicidad, y es que para entonces su fama de empresario y publicista era tal que se le llegó a conocer como “el mago de la publicidad”. 

Luego seguiremos con sus andanzas cinematográficas pero su otra gran pasión fue la montaña. A finales de la década de 1920 comenzó a practicar el alpinismo, afiliándose en 1931 a la Real Sociedad Española de Alpinismo Peñalara y en 1932 ingresó en su Grupo de Alta Montaña, que fue el primero en constituirse en España. En esa época abrió numerosas vías de escalada en La Pedriza y Gredos, vías abiertas con un material rudimentario pero que, a pesar del tiempo transcurrido, constituyen hoy día vías clásicas. En todo caso, fue de los primeros alpinistas en utilizar en el centro de España clavos para escalada y se convirtió en uno de los tres primeros escaladores que alcanzaron y pernoctaron en la cumbre del Naranjo de Bulnes, el 8 de agosto de 1933. Todas sus actividades alpinas tuvieron reflejo en la revista de alpinismo Peñalara, de la que fue colaborador. Incluso en plena guerra civil continuó con sus actividades alpinas. En 1970 tomó parte, con 67 años, en la cordada de apoyo, junto a Francisco Rodríguez, Wences, en la escalada invernal del Naranjo por la cara oeste, que le costaría la vida a José Luis Arrabal, de 21 años. En 1973, publicó en Gaceta Ilustrada un reportaje sobre el pueblo de Bulnes.

Realizó como director dos cortometrajes sobre esta temática, en mayo de 1941, rueda Un mundo olvidado: la Pedriza y, más tarde, Al pie del Almanzor, rodado en la Sierra de Gredos. Eran, el cine y el montañismo, las dos cosas que le permitían estar más cerca de las estrellas. Más cerca de los luceros.

Porque Enrique Herreros fue falangista. Al producirse el Alzamiento nacional tuvo que esconderse por sus declaradas simpatías hacia José Antonio. Según cuenta su propio hijo en Herreros, a vista de pájaro, en la madrugada del seis de mayo de 1937, pistoleros del Frente Popular asaltaron la embajada del Perú, «saltándose a la torera todas las disposiciones vigentes relativas a la inmunidad diplomática». Comandaba el asalto un individuo llamado Wenceslao Carrillo, el cual señaló como excusa para ello que un puñado de “facciosos”, supuestamente infiltrados en la embajada, estaba suministrando información al enemigo, o sea, al bando nacional. De ahí se llevaron detenidos a un buen número de personas de las cuales, cuando se esclarecieron los hechos, solo permanecieron encarcelados nueve, una de ellas Enrique Herreros, que fue trasladado primero a una checa del paseo de la Castellana para después llevarlo a la Jefatura de Seguridad que se encontraba constituida ¡en un convento! de la Ronda de Atocha. Allí permanece varias semanas tras las cuales es trasladado a otra checa, la de San Antón, situada en el colegio e iglesia de San Antón del barrio de Hortaleza, de la cual, unos días después, es metido en un camión y llevado a la cárcel Modelo de Valencia, donde permaneció encarcelado hasta que, casi un año después de su detención, en marzo de 1938, es liberado por no encontrarse pruebas para su inculpación en el juicio que se celebró.

Tras esto y con su familia (esposa e hijo) huida e instalada en San Sebastián (el hijo, aprehendido también en la embajada de Perú con su padre, logró escapar del camión en que lo trasladaban a uno de esos barcos que partían de un puerto del norte y en que enviaban a la Unión Soviética a los que se dio en llamar “los niños rusos”), Herreros logró escapar de la zona ocupada por el Frente Popular en la mañana de un día de agosto de 1938, y pasar a Francia por el cabo de San Sebastián, en la Costa Brava. Al poco entró en la zona nacional reencontrándose con su familia en San Sebastián.

Posteriormente, y ya afiliado a Falange, fue uno de los organizadores de las centurias de montañeros del Frente de Juventudes que recorrieron España.

No demoremos más decir que Enrique Herreros fue también dibujante, y uno de los más grandes, iniciándose en los años veinte y entrando en 1924 en la revista Buen Humor, dirigida por Pedro Antonio Villahermosa “Sileno”, donde se reencuentra con Miguel Mihura, con el que ya había coincidido antes en otras publicaciones, y conoce a Enrique Jardiel Poncela, José López Rubio y, sobre todo, a Ramón Gómez de la Serna. Gracias a ellos entró en contacto con Edgar Neville o Antonio de Lara “Tono”, formándose un grupo de escritores e ilustradores con un estilo similar, los prosistas, dibujantes y dramaturgos que, siguiendo a Ortega y Gasset y su La deshumanización del arte e inspirados sobre todo por el humor surrealista y extravagante de Gómez de la Serna, buscaban una perspectiva distinta de hacer humor y de reflejar la vida en sus dibujos, ilustraciones, textos, etc.

Su gran despegue fue como parte fundamental, durante la guerra civil, de La Ametralladora, la “revista de los soldados” del bando nacional y, más tarde, de La Codorniz, fundada en 1941, donde dibujó 807 portadas y más de 2.300 chistes, junto a esos otros genios que integraron lo que José López Rubio, en su discurso de ingreso en la RAE, llamó “La otra generación del 27”. López Rubio dedicó dicho discurso a “la cara oculta tras el grupo de poetas”: La otra generación del 27, la de los renovadores del humor contemporáneo.

Reunidos alrededor de Ramón Gómez de la Serna y las tertulias del Café Pombo, la otra generación del 27 fue la de los humoristas ya nombrados y que siempre deberían permanecer en lugar privilegiado de nuestro particular Olimpo cultural patrio: el propio López Rubio que les dio nombre, Miguel Mihura, Enrique Jardiel Poncela, Edgar Neville, Antonio Lara (Tono) o el mismo Enrique Herreros

Las históricas portadas de ambas revistas, dibujadas por Herreros, son ya parte fundamental de la mejor ilustración española, como lo son los magníficos carteles de películas que realizó o las enormes cartelerías de reclamo que diseñó para los cines de la Gran Vía, particularmente el Palacio de la Música, Cuando Hollywood estaba en la Gran Vía, como tituló Javier Rioyo su documental de 2011 dedicado a Herreros. 

El mismísimo George Cuckor quiso conocerlo cuando quedo admirado al ver las carteleras que diseñó para el estreno, en esa cosmopolita Gran Vía donde la vida bullía, de una de sus obras maestras, Adam,s Rib (La costilla de Adán).

También, enamorado impenitente de El Quijote desde su infancia, coleccionó centenares de ediciones ilustradas de la vida del hidalgo con especial atención a las dibujadas por Gustavo Doré y realizó varias versiones ilustradas de la obra de Cervantes, una del tipo, digámoslo así, “codornicesco” y dos más, una de ellas a base de gouaches en un estilo cercano a Solana o Valdés Leal, pero acercándose también a Picasso en otra de ellas: “Enrique Herreros, aquel pintor genial de mediados de siglo, pariente por una parte de José Gutiérrez Solana y por la otra de Valdés Leal, tenía que llegar un día a concebir su Quijote ilustrado, donde las dueñas tienen picoteo de gallinas con gafas y el hidalgo está en su cama excesiva tratando de reunirse para encontrarse”, dijo Francisco Umbral describiendo la visión del texto de Cervantes que el mismo Umbral prologó.

Polifacético como pocos, también realizó una serie de láminas prodigiosas a carboncillo sobre temas taurinos y otros, muy cercanas en su estilo al Goya de las pinturas negras. 

Volviendo a su amor por el cine, que le venía desde pequeño (cuando decía que al ser hijo único fue un niño tristísimo “que solo se divertía yendo a la piscina o al cine”), este lo llevo a participar ya en 1931, por mero divertimento, como actor de reparto en la primera película sonora española, Yo quiero que me lleven a Hollywood, una comedia burlesca sobre un grupo de cómicos españoles que sueñan con marchar a la meca del cine, de su amigo y compañero en La Codorniz, Edgar Neville, que efectivamente más tarde podría trabajar en Hollywood al igual que otros integrantes de esa “otra generación del 27”. Fue la primera entre muchas otras participaciones secundarias que realizó por gusto y amistad con sus directores en films de Rafael Gil (Eloísa está debajo de un almendro, El clavo y otras), José Luis Sáenz de Heredia, primo hermano de José Antonio Primo de Rivera (El destino se disculpa), otra vez con Edgar Neville en La vida en un hilo, y otras muchas entre las que está Empezó en boda, dirigida por el italiano Raffaello Matarazzo y producida por Filmófono, la productora donde Herreros era jefe de publicidad y que es importante en su biografía porque, actuando como publicista, recomendó para el papel protagonista a una belleza joven que solo había hecho papeles secundarios, llamada María Antonia Abad Fernández y a la que le regaló el nombre artístico de Sara Montiel, ideado por él. Ese descubrimiento marcó gran parte de su carrera pues a partir de ahí sería el manager personal de Sara, la representaría y haría cada vez más grande durante veinte años, a pesar de lo cual Saritísima (a la que el siempre llamó “La Señora”) prescindió de el de malas maneras en 1963.

Su otro gran descubrimiento fue Nati Mistral, que protagonizaría los dos largometrajes que realizó como director: María Fernanda, la Jerezana y La muralla feliz. La actriz le escribía cariñosas cartas donde, por ejemplo, le espetaba frases del tipo Feliz cumpleaños, ¡animal! …De ella dice el hijo de Herreros: «Fue la mujer más importante en la vida de mi buen padre».

Nuestro hombre tiene un museo en su tierra preferida. En marzo del año 2014, y tras once años de espera se inauguró en Carreña de Cabrales el Museo Enrique Herreros. Ubicado en el palacio de la Casa Bárcena, el museo está dotado con un fondo en préstamo por parte de su hijo, del que forman parte ochenta y un cuadros de temática exclusiva de los Picos de Europa y treinta láminas que su hijo (que siempre se refiere a su progenitor como mi buen padre) define como de humor en la montaña. A la inauguración asistió, entre otras muchas personas, su querida Nati Mistral.

Enrique Herreros, que fue todas estas cosas: pintor, dibujante, grabador, cartelista, fotógrafo, humorista, escritor, actor, director de cine, el mago y, prácticamente, el inventor de la publicidad de cine, representante (y algunas inconfesables, dada la caballerosidad del personaje, cosas más) de Sara Montiel y Nati Mistral entre otras muchas, montañero y esquiador, fue también el orgulloso padre de Enrique Herreros hijo (en Hollywood y en el mundo del cine en general se les conoció como “los dos Herreros” y cuando una película española triunfaba en Hollywood se decía “esto lo hicieron los Herreros”) que continuó con brillantez la carrera de su padre como descubridor, lanzador y manager de estrellas nacionales e internacionales como Romy Schneider, y llevó a España a conseguir su primer Oscar a mejor película por Volver a Empezar, y, luego, a conseguir otro con Belle Epoque gracias a la maestría heredada de su progenitor como publicista y conocedor de los resortes de la meca del cine

Enrique Herreros falleció a causa de un accidente de coche en la localidad lebaniega de Áliva, en 1977, en un último y definitivo tributo a la montaña que tanto amóFue el 30 de agosto de 1977, contando setenta y cuatro años, un montañero le pidió que le subiera en coche hasta las cumbres de los Picos, camino del Naranjo. Al pasar el refugio de Áliva, en pleno macizo Oriental, el vehículo que conducía se despeñó. Le evacuaron a un hospital de Santander donde el domingo 18 de septiembre, falleció. Al día siguiente fue enterrado en el bello y tranquilo cementerio de la villa de Potes, el pueblo donde se había sentido feliz tantas veces. Cerca de las estrellas.



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